Una de esas personas con la capacidad de hacernos ver nuestra ciudad —en este caso, València— como si fuese la primera vez, es Ginés S. Cutillas, quien con Valencia. Geografía de una ciudad, ilustrado por Alfredo Ugarte y publicado por Ediciones Traspiés, nos habla de lo que acabamos de mencionar, así como nos regala su geografía personal de la capital del Túria: un mapa de recuerdos y otras historias que comienzan y acaban en el Cabanyal por medio de una estructura esférica cortazariana en la que se insertan otros hitos, de los cuales algunos existen y otros ya no, pero todos forman parte de la narración que es la propia ciudad. Cutillas lo cuenta así: “A continuación, desaparecieron del centro todos los cines que no supieron actualizarse en multisalas para ofrecer mayor oferta. Así, cayeron las pantallas míticas del paseo Russafa, nuestro Broadway o Paralelo particular: el Eslava, el Serrano, el Artis, el Lys y, al girar la calle Lauria, en apenas quinientos metros, el Suizo, el Aula 7, el Capitol, el Rex y el Tyris. En Antiguo Reino, los ABC Martí, el Goya, el Metropol y el D'Or. Hoy muchos de estos locales son cadenas de comida rápida o tiendas de ropa de grandes grupos. Valencia era una ciudad de cines, ahora le cuesta soñar. Nada que no haya pasado en el resto de grandes ciudades”. El autor recuerda València para mostrarnos lo que fue, lo que pudo ser, y lo que es. De lo más antiguo, a lo más actual. Con la mirada de quien ha tenido que marcharse y con su camino ha logrado ver la tierra propia desde fuera, al mismo tiempo que inevitablemente, la han idealizado en menor o mayor medida. Tiene que ser así: uno se va fuera, incluso de vacaciones, y siente la necesidad, pongamos, de hablar valenciano cuando en casa no lo hace. O de exhibir los rasgos más prototípicos de su cultura. Incluso hay quien siente la urgencia de decir aquello de la terreta, que da mucho cringe, como se dice ahora, y que además es una apropiación en toda regla, puesto que la terreta original no es València, sino Alicante.
Volviendo a la información que ofrece Cutillas: “Poco después, san Vicente Ferrer y su hermano Bonifacio acometen la ardua tarea de traducir la Biblia del latín al valenciano, que se publica entre 1477 y 1488, en cuyo colofón se vuelve a insistir en la identidad de una lengua propia al nombrar la lengua de origen y la de destino: de lengua latina en la nostra valenciana. Se convierte de esa manera en la cuarta Biblia salida de imprenta, tras la Biblia Vulgata en latín, impresa por Gutenberg en 1448, la alemana de 1466 y la italiana de 1471. La Inquisición, en 1498, mandó destruir todos los ejemplares que no fueran de la Vulgata —la traducción del hebreo al latín del siglo IV—, al tildar de peligrosa para la fe cualquier traducción a lengua vernácula. El último ejemplar se quemó en un incendio en Estocolmo en 1697 y solo se conserva una página en la Hispanic Society de Nueva York, curiosamente la que hace referencia al Apocalipsis”. Curioso, ¿verdad? ¿Cuántas cosas desconocemos de este hogar nuestro? Este desconocimiento no es solo una cuestión de meninfotismo: como decíamos, sucede en cualquier parte. València no se acaba nunca, que diría Vicent Baydal. Y es cierto: hay mucho, muchísimo por conocer. El libro de Cutillas es un aperitivo antes del festín de la ciudad: una guía para leer en una terraza o en un paradisíaco interior con aire acondicionado ahora que llegamos a los 45º sin despeinarnos. ¿Qué diremos en próximas guías sobre la València de ahora, que recordaremos e ilustraremos? No cabe duda de que la memoria será otra, y quizás la luz de Sorolla se haya convertido en esa luz más africana a la que hace referencia Carlos Marzal, pero bajo la superficie seguirá borboteando la ciudad auténtica, la marjal ancestral.