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NOSTÀLGIA DE FUTUR  / OPINIÓN

València nos pide crecer

27/02/2020 - 

Parece que hemos aprendido la lección. El crecimiento económico no es algo necesariamente bueno en sí mismo. Puede ir acompañado de importantes costes sociales o climáticos. Hoy en día no deberíamos tener que elegir ya entre trabajos y medioambiente. Tendríamos que tener la obligación de descartar sin dudar cualquier tentación desarrollista de ilusorios crecimientos a corto plazo con graves consecuencias a largo. 

Los años de la burbuja marcaron un récord en la artificialización de suelo. La construcción de viviendas e infraestructuras, en expansión horizontal, fue acompañada de daños económicos y medioambientales difícilmente reversibles. Barrios levantados a medias, de dudosa calidad urbana, proliferaron de norte a sur de la geografía de la Comunitat Valenciana. 

Entiendo, por tanto, las dudas y los miedos que en parte de la población genera cada anuncio del regreso de las grúas. Pero no deberíamos confundir siempre construir con destruir, ni el crecimiento urbano con los desastres del desarrollismo. 

En contra de una opinión que intuyo extendida, pienso y deseo que la ciudad de València gane población. Hay razones de sobra para ello. Ya apunté algunas en estas páginas: desde amortiguar la pérdida de peso político e institucional del cap-i-casal ante la hipertrofia del gran Madrid a aprovechar las dinámicas positivas de la diversidad. València debería estar abierta a acoger personas procedentes de cualquier parte del mundo, causa y consecuencia de un mayor dinamismo urbano. También afirmaba aquí, que la diversidad en la sociedad y las empresas nos hace más inteligentes y hace que tomemos mejores decisiones. Y cómo ya sabemos de sobra, a mayor densidad poblacional, mayor sostenibilidad de los territorios. 

Ese deseable crecimiento urbano debería ir acompañado de las premisas de la (1) sostenibilidad radical, priorizando siempre la rehabilitación y la construcción en vacíos urbanos; (2) la protección de la trama urbana mediterránea; (3) la defensa de la diversidad y la democracia en el espacio público; (4) la política pública de vivienda incluso más allá de la vivienda social; (5) la garantía de la inclusión; y (6) la apuesta por la actividad productiva y los usos mixtos. 

Este año significará probablemente un punto de inflexión en la promoción inmobiliaria y se irán reactivando proyectos que estaban en el cajón. Las zonas definidas para la expansión de la ciudad, de cruces a dentro, suponen espacios de oportunidad. El PAI del Grau, les Moreres o el entorno de la Nueva Fe albergarán en los próximos años miles de nuevas viviendas. El polígono de Vara de Quart está a la espera de una imprescindible reorientación estratégica para complementar los metros cuadrados de actividad productiva con otros usos. Esos grandes nuevos desarrollos urbanos deberán conjugar actividades productivas con los demás usos, reconciliando la centralidad económica con la proximidad social. 

Uno de los mayores errores del funcionalismo, que reprodujeron muy bien los desarrollos de la burbuja, fue crear una falsa dicotomía entre los espacios centrales, los de los grandes equipamientos, y los espacios de la vida diaria. 

Los espacios centrales se diseñaban para ser incompatibles con las funciones urbanas comunes como las tiendas de alimentación, los pequeños parques infantiles o las peluquerías. La gran arquitectura, destinada a demostrar poder, estaba reservada a elevadas funciones —instituciones o negocios—, ocasiones especiales —casarse en la iglesia o ir a la opera—, o al ocio ligado al consumo. 

Los polígonos industriales y los distritos financieros han sido ejemplos de errores similares. Diseñados para ser espacios de centralidad, concentrando funciones económicas y las principales oportunidades de empleo, eran incómodos para otras actividades y quedaban prácticamente desiertos después de las horas de trabajo. A la vez, muchos barrios se crearon como meras ciudades dormitorio.

La nueva ola de los distritos de innovación y de nuevos barrios sostenibles reclama y redescubre la necesidad de espacios públicos de gran calidad, pequeñas infraestructuras culturales y usos diversos. Lo que significa hacer un esfuerzo, como he dicho, por compatibilizar centralidad y proximidad; dinámicas que, en realidad, se pueden reforzar.

Pienso que los nuevos desarrollos urbanos se deberán parecer más a los distritos del mercado de principios del siglo XX que al urbanismo segregador de principios del siglo XXI —aquí los apartamentos, allá las oficinas. Deberán concentrar actividades económicas principales: oficinas, hospitales, instituciones educativas, etc. y ser atractivas también para los habitantes, de los mayores a los niños que necesitan de lugares interesantes y seguros para jugar. Los nuevos barrios deberán estar llenos de vida a las distintas horas del día. 

Nos deberíamos preguntar si los retales de anuncios de nueva construcción cumplen las premisas que detallaba más arriba y sirven tanto a las funciones centrales como a las de la vida diaria. Estamos ante una oportunidad única de no cometer errores del pasado. 

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