VALÈNCIA. Jordi Costa publicó en 2018 Cómo acabar con la contracultura, posiblemente el libro que mejor reúne al movimiento desde sus diferentes expresiones alrededor de España. Este fin de semana, el IVAM celebra unas jornadas entorno a su última exposición, que recoge -desde diferentes disciplinas- la memorabilia de aquellos locos años en València.
Y es que, aunque esté mil veces dicho, se le debe memoria y reflexión a las escenas valencianas. Exactamente la misma que le sobró a Madrid y a Barcelona. València (también) era una fiesta underground, pero tenía un problema mediático: "Cuando publiqué el libro me sorprendió la gente de València o de Sevilla que me agradecía que hiciera un análisis del movimiento allí. Parece que Madrid o Barcelona han monopolizado la memoria, pero en realidad el movimiento contracultural en España parte de un proceso de polinización: Nazario, que es de Sevilla, es uno de los fundadores del movimiento en Barcelona junto a Mariscal, que es valenciano; y Nazario, a su vez, influye a Ceesepe, que desarrolla su carrera en Madrid, donde a su vez surge la Movida, que sería el punto en el que la pureza del underground se acaba y se convierte en una marca-ciudad", explica el autor.
Por eso, él mismo reconoce la necesidad de que el movimiento se explique "desde voces colectivas". Otra cuestión a tener en cuenta es cómo se hace ese mismo relato. Cuando el IVAM anunció su proyecto de fanzinoteca, hubo algunas voces del underground que no veían con buenos ojos que una institución pública de estas dimensiones y características tomara el mando del relato del movimiento. "Siempre es un peligro hacer una exposición, como hacer un libro, y siempre hay que preguntarse si estás neutralizando (o no) la escena que quieres explicar. Pasa con el underground como con cualquier otra vanguardia -¿tiene sentido el surrealismo en las instituciones?-. Creo que el IVAM, en esta exposición, lo ha resuelto muy bien, porque Alberto Mira [el comisario] ha dedicido romper con la forma, dejar que el objeto de estudio infecte y ponga en cuestión el lenguaje del propio dispositivo", opina Costa.
Todas las contraculturas de España tiene un eje común: "el mismo impulso por restituir la comunidad y la libertad personal, que se dirige reapropiándose de cuestiones populares, habitualmente reprimidas por el franquismo". València tiene un matiz: "Si nos fijamos en la contracultura local, en la ciudad de València adquiere mucho peso el hedonismo, lo festivo y lo libertario; tal vez sea el movimiento más sexualizado y enérgico de toda España durante aquella época".
En València, de todas las disciplinas destaca especialmente el cómic y la ilustración, capitaneando las propuestas gráficas más radicales. Ante la "línea chunga de Barcelona", la escena local apostó por la "línea clara", un dibujo mucho más estilizado, de influencia belga, que no renunciaba a la radicalidad en su contenido pero que estaba mucho más desarrollado formalmente. Las plumas más reconocibles de este movimiento fueron Micharmut, Sento, Mique Beltrán y Daniel Torres. "A diferencia de otros movimientos de España, Micharmut lleva a preguntar por el propio lenguaje, recogiendo cierta herencia del Equipo Crónica y Equipo Realidad, que a su vez, hacían un pop muy incómodo para el franquismo porque su vanguardia tenía un mensaje político muy concreto".
El libro le dedica también un peso especial al cine de Carles Mira, en opinión de Jordi Costa, "una de las víctimas de la Ley Miró". Formó parte de aquel "museo socialista" cuando se formalizaron los primeros gobiernos autonómicos de la democracia, que desmovilizaron políticamente a un puñado de artistas que se vieron de un momento a otro con una libertad y un apoyo que no esperaban, dejando así de lado su parte más confrontativa. Así, en vez de el cine más radical, quedó de aquellos autores la filmografía más banal, la que se podía ver por la televisión, comedias ligeras, de costumbre, que no se cuestionaban grandes cosas.
Sin embargo, Jordi Costa habla de Mira como un cineasta que no dejó de intentar ser radical en el propio proceso de producción: "el intentó autogestionarse muchas películas pero se encontró con una industria muy poderosa que iba rebajándole sistemáticamente sus pretensiones". Ya fijándonos en el contenido, el cine de Carles Mira "se fija en la utopía de la diversidad de culturas y por eso le fascina la dominación árabe, esa dialéctica entre la Castilla católica y aburrida y la València que estaba disfrutando mientras".
La tercera pata de la escena valenciana son las revistas, que facilitaron tener un relato cuando lo que ocurría en la ciudad no tenía repercusión mediática fuera de ella. Jordi Costa destaca el papel de los quioscos en general y de proyectos como la Cartelera Turia en particular: "un modelo en el que una revista que no dejaba de ser una guía de ocio pudiera recoger esa escena tan subversiva me resulta interesantísimo. Ahora vas a un quiosco y solo hay un puñado de revistas que te están intentando vender cosas, pero nunca enseñar", concluye.
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