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restorán de la semana

Bar Alhambra

  • Foto: EVA MÁÑEZ
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El Alhambra todavía conserva la pureza del auténtico bar patrio de cuando uno iba a los bares a comer, no a hacerse fotos para Instagram.  Barra de aluminio, suelo de terrazo y la foto descolorida de Jesulín de Ubrique que no le quita ojo a la tortillazas de Benito. Normal. Son un espectáculo. La de patatas es la reina, pero la flanquean sin desmerecer la de alcacahofas, la de cebolla o la de sobrasada. Jugosas, con el huevo poco cuajado pero sin pasarse (como debe ser) y un pan que hace que des gracias a la vida. 

Los parroquianos del Alhambra son los de siempre.  Obreros, oficinistas, inmigrantes que apuran sus bocatas de carne con tomate o chorizo y algún foodie que sabe de qué va esto, pero que nunca se atreverán a pedir un café tocado de ron a las 9:13 de la mañana, como el compadre que tengo a mi lado.  Plasen, detrás de la barra, sirve las tortillas con gesto adusto. No sonríe. Da los buenos días, corta el pan y la tortilla y cobra. Para qué más. Prefiero esa austeridad al "¿qué os apetece, chicosssssss?" del camarero millenial de local cuqui y producto prococinado. 

No quiero que el bar Alhambra se ponga de moda. Quiero que siempre siga así. Con los azulejos feos y las tortillas soberbias. Nuestra compañera Lidia decía en este artículo que el bar Richard era el bar total, pero yo le reto. El bar definitvo es el Alhambra. Si quiere un día, nos batimos a duelo. Ella en la plancha del Richard, yo con los huevos del Alhambra. 

Fotos. EVA MÁÑEZ
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