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Camarero, ¡champán¡: Luis Aguilé y su hotel de los líos

  • Luis Aguilé y Eva León, en una escena de El Hotel de las Mil y Una Estrellas (RTVE)
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VALÈNCIA. El historial de TVE está lleno de momentos extraños. Especialmente en sus primeros años, cuando el medio intentaba presentar una oferta de entretenimiento y difusión cultural bajo la bota de una dictadura. Entonces murió Franco, llegó la Transición y todo parecía solucionado. La normalización era cuestión de tiempo. La modernización del medio era pan comido. La televisión pública iba adaptándose como podía a los nuevos tiempos, intentando sacudirse años de penuria que pesaban como si fuesen siglos. Llegaron series extranjeras como Yo, Claudio, El aventurero Simplicíssimus o Raíces que mostraban realidades dramatizadas sin tapujos. Y para corroborarlo, un poco de destape, casi siempre a cargo de anatomías femeninas, como la de Victoria Vera, que se convirtió en el emblema erótico con coartada intelectual de la época. A finales de los setenta, la producción propia en TVE se debatía entre renovarse o seguir igual. Y en medio de este escenario, va y aterriza en nuestras pantallas don Luis Aguilé.

De origen argentino pero afincado en España desde principios de los años sesenta, Aguilé encarnaba a la perfección todo aquello que la televisión de entonces quería dejar atrás. Durante años sus canciones habían sido himnos veraniegos de gran calado. Antes de que Georgie Dann reinara, Aguilé ya le había abonado el terreno a base de canciones para cantar beodo en fiestas de bodas y bautizos. La cosa comenzó más o menos en serio con aquel Cuando salí de Cuba, pero el avispado Aguilé se dio cuenta de qué suelo pisaba y la cosa comenzó a desbarrar. El tío Calambres, El frescales, La banda está borracha, La vida pasa felizmente y, por supuesto, La Chatunga, que fue éxito por partida doble: en su versión original y en la acertadísima parodia que Josema Yuste hizo del cantante en el programa de Nochevieja que Martes y Trece protagonizaron en 1989. 

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Durante años, Aguilé y sus canciones en plan viva la vida habían permanecido circunscritas a los programas musicales y de variedades. Pero en 1978 se hizo con un programa televisivo en prime time. Ahí comienza la breve historia de uno de los programas más bizarros de la televisión española: El hotel de las mil y una estrellas. Era una especie de musical adaptado al formato televisivo cuya trama sucedía, claro que sí, en un hotel. Aguilé heredaba dicho establecimiento, un hotel clasicote y un pelín rancio, e intentaba reflotarlo con la ayuda de un impagable equipo que pasaba más tiempo cotilleando y cantando que haciendo su trabajo. Como antagonista tenía a la Agencia Thomson, una inmobiliaria que quería hacerse con el terreno ocupado por el hotel para especular a gusto.

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