VALÈNCIA. Por muy lejos que viva, Vicente Campos nunca falta a "la cita del año". Aunque ahora no reside en Bétera, cada 15 de agosto sus pasos se dirigen hacia las fiestas de este municipio. "Intento que ese día sea ineludible", confiesa, "porque para mí representa el sentimiento de un pueblo. Vivo en otro lugar, pero mi corazón está aquí. Es mi tierra". Campos no se considera una persona religiosa, pero admite que hay un instante de la celebración que lo conmueve por completo: cuando las 'alfàbegues', esas gigantescas plantas de albahaca que se cultivan con un mimo inigualable, entran en la iglesia para la ofrenda a la Virgen de Agosto.
"Para mí, simboliza la madre de todas las personas", dice con la voz encendida de emoción. Lo cierto es que ese momento es el colofón de la fiesta, pero también su síntesis: unión, fe, identidad y orgullo colectivo. En Bétera, las 'alfàbegues' no son una curiosidad botánica: representan un símbolo de lo que significa formar parte de esta tierra. Cada verano, sus tallos robustos y perfumados desfilan desde el Huerto hasta la Iglesia Parroquial de la Purísima Concepción, flanqueados por las Obreras y Mayorales, mientras la música tradicional, la pólvora y un mar de confetti los acompañan. Sin duda, es un acto litúrgico, pero también podría pasar como carta de presentación de un pueblo que sabe cuidar sus raíces y proyectarlas más allá de sus fronteras.

- La comitiva de la fiesta transporta una 'alfàbega' hasta la iglesia.- Foto: KIKE TABERNER
La fiesta tiene siglos de historia. Sus inicios se remontan a la costumbre agrícola de ofrecer a la Virgen los mejores frutos del huerto, como agradecimiento por las cosechas. Con el tiempo, la albahaca (Ocimum basilicum) se convirtió en protagonista absoluta de la celebración. Aunque originaria de la India, la planta ha encontrado en Bétera un clima y un método de cultivo tan singulares que crece como en ningún otro lugar del mundo. Mientras en otros sitios apenas llega a los 60 centímetros, aquí alcanza y supera los dos metros de altura.
De hecho, en el año 2022 se llevó el récord a la "planta de albahaca más grande del mundo" tras haber alcanzado los 3,24 metros. Ese tamaño desmesurado, al que se suma un aroma intenso e inconfundible, ha convertido a las 'alfàbegues' en embajadoras del pueblo. Cada mes de agosto, algunas viajan a otros puntos de la provincia y, este año, incluso han aterrizado en la 'zona cero' de la Dana, que el pasado 29 de octubre arrasó decenas de municipios valencianos. Más allá de un obsequio, la 'alfàbega' se convierte en un símbolo de hermandad y solidaridad.

- El 'mestre alfabeguer', Ramón Asensi, en el huerto donde cultiva las plantas.- Foto: KIKE TABERNER
Los primeros brotes comienzan en marzo
Detrás de este espectáculo vegetal, hay un oficio y un nombre: el 'mestre alfabeguer'. Ramón Asensi cuida estas plantas desde 1999, cuando tomó el relevo del legendario Manolo "El Morquero". Su vínculo con la fiesta viene de lejos, ya que tanto su madre como su abuela habían sido Obreras y, en casa, siempre había una albahaca que regar. Desde niño, competía consigo mismo para que la planta creciera más alta, sin saber que un día esa curiosa afición se convertiría en su responsabilidad más querida.
Asensi cuenta que, a principios de marzo, comienza el ciclo. Se limpia el huerto, se prepara la tierra y se reciben tanto las macetas como el sustrato. La siembra llega después de Fallas, con semillas seleccionadas de las plantas tradicionales de Bétera, que se guardan y transmiten como un tesoro. "Usamos la misma variedad que utilizaba el tío Manolo", explica Asensi. "El crecimiento depende de muchos factores: el riego, la poda, el calor y, sobre todo, estar encima de ellas cada día", añade. El proceso es totalmente artesanal: colocar cañas, ataduras, podar las flores para estimular el crecimiento, regar sin encharcar y prevenir plagas con tratamientos mínimos.

- El 'mestre alfabeguer', Ramón Asensi, cuida una planta.- Foto: KIKE TABERNER
Una coreografía incesante que se detiene planta por planta, mata por mata. Pero, en el imaginario popular, el secreto reside en un solo ingrediente: el ungüento de Canonet. En Bétera, todo el mundo habla de él, pero nadie sabe exactamente qué es. Se dice que es la razón por la que las 'alfàbegues' crecen tanto, pero lo cierto es que nació como una invención humorística de "El Morquero". "Era una especie de broma suya", recuerda Asensi, "pero sí que usamos un abono especial para nutrir la planta. No es magia. La tradición de mencionarlo forma parte del encanto de la fiesta". Aunque se sabe que lo importante es la constancia y el cuidado para el crecimiento de estas plantas, el pueblo prefiere mantener viva la leyenda.

- El 'mestre alfabeguer', Ramón Asensi, en el huerto donde se cultivan las plantas.- Foto: KIKE TABERNER
De manos femeninas a oficio profesional
El vínculo entre las 'alfàbegues' y las mujeres de Bétera es profundo. Durante siglos, fueron ellas las responsables de cultivarlas en sus propias casas. La Obrera era la protagonista indiscutible del 15 de agosto: su labor culminaba en la ofrenda, llevando hasta el altar las plantas que había cuidado meses atrás con paciencia y destreza. Era un trabajo invisible para muchos, pero esencial, ya que se encargaban de seleccionar las semillas; regar las plantas en su justa medida; protegerlas del viento o del sol excesivo; así como arrancar las flores para favorecer el crecimiento.
Además, las Obreras contaban con un pequeño círculo de mujeres expertas que aconsejaban y transmitían sus propios trucos, lo que aseguraba que cada 'alfàbega' alcanzara la altura y frondosidad deseadas. Con el paso del tiempo y, con la incorporación de la mujer al mercado laboral y el mundo académico, esa dedicación diaria se volvió difícil de compaginar. Fue entonces cuando la tarea se profesionalizó y surgió la figura del 'mestre alfabeguer'.

- Obreras acompañadas por sus sombrilleros en la ofrenda a la Virgen de Agosto.- Foto: KIKE TABERNER
Primero fue Manolo "El Morquero" y, más tarde, le llegó el turno a Ramón Asensi, quien continúa esa labor en la actualidad. Sin embargo, la esencia de la fiesta permanece impasible. La Obrera sigue siendo el rostro visible de la ofrenda a la Virgen de Agosto y, por tanto, la imagen que el pueblo asocia con las 'alfàbegues': cuatro mujeres, dos solteras y otras dos casadas, pero todas ellas vestidas con la indumentaria valenciana, la sombrilla bordada a mano y el cesto tradicional.
Un oficio que se hereda
El relevo generacional de las 'alfàbegues' no es un trámite cualquiera, sino una cadena forjada desde la confianza y el "saber hacer" que se ha mantenido intacta a lo largo de décadas. Asensi lo sabe bien: él mismo heredó el oficio hace ya un cuarto de siglo, tras años de aprender cada secreto, gesto y truco que la planta exige. "Esto no se enseña en la escuela. Aquí lo aprendes observando, trabajando y queriendo la planta. No es una planta cualquiera, es un ser vivo que nos representa a todos. Y, cuando llegue el momento, lo dejaré en manos de alguien que sienta lo mismo que yo", explica.

- La alcaldesa de Bétera, Elia Verdevío y el 'mestre alfabeguer', Ramón Asensi.- Foto: KIKE TABERNER
Por su parte, la alcaldesa de Bétera, Elia Verdevío, confía en que esa continuidad está asegurada: "Ramón ha formado un gran equipo y hará que el relevo esté cubierto. Nuestro objetivo es que este oficio nunca se pierda, porque es parte de nuestra identidad como pueblo". De hecho, el compromiso con la fiesta se respira también en otro plano: según asegura el concejal de Fiestas, Manuel Pérez, la lista de espera para ser Mayoral llega ya al año 2050. Un dato que demuestra que, más allá del cultivo de la 'alfàbega', hay toda una estructura festiva dispuesta a seguir nutriendo esta tradición durante generaciones.

- El concejal de Fiestas de Bétera, Manuel Pérez.- Foto: KIKE TABERNER
El día en que todo florece
El 15 de agosto, Bétera amanece con el murmullo propio de unos preparativos que prometen ser inolvidables. Es el día grande de las fiestas, la culminación de meses de trabajo. La 'Rodà' arranca en el huerto, donde las 'alfàbegues', algunas de más de dos metros, esperan erguidas al pistoletazo de salida que las llevará directas a la iglesia. Cada planta tiene su lugar en la comitiva y las más imponentes suelen cerrar la marcha, detrás de la Obrera a la que acompañan.
Pérez describe la logística como un engranaje afinado: "Trasladar estas plantas sin dañarlas requiere mucha coordinación. Los sombrilleros, que a menudo son los hermanos o los amigos cercanos a las Obreras, portan las sombrillas bordadas a mano, junto a cestos de calabaza o melón, según lo que dicta la tradición". Mientras avanzan, los Mayorales lanzan al aire más de 16.000 kilos de confetti y las bandas llenan de música cada calle.

- Un Mayoral tira un saco de confetti en Bétera.- Foto: KIKE TABERNER
El calor suele ser intenso y el esfuerzo físico, considerable. "Las Obreras son el reflejo de la mujer beterense: valiente, elegante, capaz de soportar el traje de valenciana con todo lo que conlleva y de sonreír ante cientos de personas", apunta Pérez. El recorrido culmina con la entrada en la iglesia, el momento más esperado por los vecinos y vecinas. Para la primera edil de Bétera, la fiesta es un orgullo personal y colectivo. "Es abierta, participativa y única por la altura de las 'alfàbegues', el color del confetti, la música y la pólvora. Reúne todo lo que nos define como pueblo valenciano", afirma Verdevío.
Más allá del componente emocional, la alcaldesa trabaja para que el 15 de agosto de Bétera alcance un reconocimiento superior: "Ya tenemos la declaración de Fiesta de Interés Turístico Autonómico, pero merece la de interés nacional. Une tradición, historia y un despliegue humano y logístico que no tiene comparación. Me encantaría que, antes de acabar la legislatura, consiguiéramos ese reconocimiento por parte del Ministerio de Turismo".
Una marea que te arrastra
Si tuviera que explicar qué hace únicas a las fiestas de las 'alfàbegues' de Bétera, Asensi lo tiene claro: lo más especial es que cualquiera puede sentirse parte de ellas. "No estás como espectador, estás dentro, arrastrado por una marea verde y colorida", afirma. Esa marea, que nace en marzo y crece hasta tocar el cielo en agosto, es la misma que une a todo un pueblo bajo el aroma y la sombra de su bien más preciado.

- Las 'alfàbegues' y el 'mestre alfabeguer' en el huerto donde se cultivan.- Foto: KIKE TABERNER
Así, con cada 15 de agosto, Bétera confirma que su tradición no es solo un espectáculo visual, sonoro y olfativo: es un acto de identidad colectiva, un compromiso con la historia y una forma de decirle al mundo que aquí, en este rincón del Camp de Túria, se cultivan las albahacas más grandes del planeta... y el orgullo de todo un pueblo.