Entrevista

CASTELLÓN

ENTREVISTA

Enrique Lluch: "Hoy tenemos a mucha gente con un nivel de vida nunca visto, pero muy insatisfecha"

El profesor valenciano, autor del ensayo 'Enmimismados. Manual para descentrarse', reflexiona sobre los peligros de una forma de vida centrada exclusivamente en la consecución de los propios objetivos individuales, que a su juicio hace inviable el bien común, y propone un camino para escapar de esta autorreferencia para aceptar las propias limitaciones y dar fruto para la sociedad.

  • Enrique Lluch en la Casa dels Caragols
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CASTELLÓ. Licenciado y doctor en Ciencias Económicas por la Universitat de Valencia, Enrique Lluch Frechina (Almàssera, 1967) es también licenciado en Derecho por la UNED, Bachiller en Teología por el Instituto Teológico de Murcia, Máster en Comunidades Europeas por el ICADE y Máster en Dirección y Administraciones de Empresas por la Cámara de Comercio de Valencia. Además, su formación se ha completado en la London School of Economics y ha dirigido proyectos de Investigación internacionales con la Universidad Católica de Mozambique y la Université de Kara (Togo). Lleva más de tres décadas como profesor de Economía de la Universidad Cardenal Herrera CEU, en Valencia, donde ha desempeñado distintos cargos académicos. Actualmente dirige la Cátedra Caixa Popular de Finanzas, Cooperativismo y Economía Social. Sus áreas de especialización se centran en desarrollo, distribución y ética económica. Miembro del Consejo Científico de la Fundación FOESSA, colabora habitualmente en sus informes sobre la sociedad española. Además, es patrono de diversas fundaciones y consejero independiente en el Consejo Rector de Caixa Popular.

Autor de monografías como Por una economía altruista (2010), Más allá del decrecimiento (2012), Una economía que mata (2015), Doctrina Social de la Iglesia y economía (2018), Una economía para la esperanza (2020), Economía y Cristianismo (2021) o El espíritu del economicismo (2023). El pasado 12 de noviembre presentó su último libro en la Casa dels Caragols de Castellón, de la mano de Caritas Diocesana de Segorbe-Castellón y adComunica: en su ensayo Enmimismados. Manual para descentrarse, Lluch se pregunta si al centrarnos exclusivamente en alcanzar nuestros propios objetivos vitales, nos desviamos del camino adecuado para tener una vida plena, y muestra cómo el enmimismamiento -reverso negativo del ensimismamiento- puede convertirse en una trampa para las personas y la sociedad. El autor propone una senda para escapar de esta autorreferencia y construir una existencia fructífera y liberadora.

- El libro contiene una reflexión sobre el economicismo, pero va más allá.
- Ese fue el primer aspecto, cuando ves que todo el sistema económico se basa en la búsqueda del propio beneficio. Y que el espíritu que hay detrás del economicismo es esta autorreferencia: yo tengo que velar por mí mismo, tengo que demostrar mis objetivos... todo es para mí. Otro de los aspectos que me llevaron al libro fue un momento crítico de mi vida en el que mucha gente me decía tienes que pensar en ti, tienes que dejar de pensar en los demás, porque al final siempre has estado ayudando, o sea que tienes que centrarte en ti mismo, buscar la autoconciencia. Esto también me llamó la atención, en gente que yo creía que era normal, que aparentemente lo es, y que estaban siguiendo un camino de autoconocimiento y autorrealización. De mirarse a sí mismos. Había en ello algo que no me gustaba. Entonces me pongo a pensar porque quiero darme cuenta de dónde viene esa autorreferencia tan generalizada. Y conforme voy aprendiendo me doy cuenta de que no es una cosa excepcional de esas personas que uno decía, sino que tantos libros de autoayuda, tantos gurús, llevan a un "yo mí me conmigo" constante, no solo en lo económico sino en lo vivencial. Y eso me hace profundizar en ese tema.

- Es decir, que el tema te llega por la parte profesional como economista, pero también por la personal. Y hablas del enmimismamiento como una patología estructural, acentuada porque vivimos rodeados de espejos digitales. ¿En qué momento se nos fue la mano?

- No sé, yo creo que es un proceso histórico, No hay un momento exacto, histórico, en el que confluyen muchos elementos. Pero sí que podríamos decir que por lo menos aquí en España, es en este siglo cuando se refuerza. Quizá en los años 90 ya empieza a verse un cierto escepticismo hacia la política, y también aquí también ha habido mucha idea del autosacrificio, sobre todo en las mujeres. Del me tengo que sacrificar por los demás, no me tengo que cuidar nada. Con frecuencia, esa idea de que para ayudar a los demás tengo que renunciar a mí mismo, ¿no? Tengo que dejar de ser yo; en lugar de entender que soy yo cuando ayudo a los demás y me refuerzo en mí mismo cuando estoy con los otros. Eso lleva a que mucha gente se quemara y deriva en un preocúpate por ti mismo, porque al final al preocuparse por lo demás no consigues nada, etcétera. Porque ha sido una preocupación por el otro que me anulaba a mí mismo. Esto se une al escepticismo político, porque en la Transición se generan muchas expectativas de mejora de la sociedad, a través de la democracia. Y sin embargo, a partir de los 90 este siglo, empiezan a aparecer todos los casos de corrupción, problemas que extienden cierto escepticismo y con ello, la idea de que no podemos solucionar nada. Por lo tanto, ¿qué tengo que hacer? Buscar lo mío y olvidarme de los demás. Esto no solo se da en España, es muy generalizado, ¿eh? Hace unos días, salía en un un periódico que los jóvenes ya no buscan hacerse ricos, sino tener mayor bienestar. Pero esto también es autorreferente, buscan su propio bienestar. Antes pensaban que siendo más ricos iban a tener más bienestar y ahora se dan cuenta de que hacerse más ricos supone una serie de sacrificios que no quieren asumir.

 

- Hablas de las expectativas: en la generación anterior, por ejemplo la mujer que asumía el cuidado de sus padres o de un familiar enfermo tenía muy bajas expectativas sobre su propia vida, y ahora parece que todo lo que hagamos tiene que darnos algo, que todo genera expectativas.

- Es que la autorreferencia en parte es eso, ¿no? Estoy buscando cosas para mí, quiero lo mejor para mí. Por lo tanto, la expectativa es muy elevada. Ahora estoy escribiendo un libro sobre economía y satisfacción. El economicismo nos dice que cuanto más tienes, mejor vas a estar, y te lo plantea como algo objetivo: si tienes más cosas vas a recibir más satisfacción. Pero olvida el tema de las expectativas: la satisfacción también depende de ellas. Y si tienes muchas, aunque tengas mucho, estás insatisfecho porque no tienes lo suficiente. ¿Qué está pasando en nuestra sociedad? Las expectativas son elevadas porque yo quiero tenerlo todo para mí. Y hacen que queramos tener más, que queramos controlarlo todo para tener más satisfacción. Por ejemplo, el bienestar no tiene por qué consistir en algo material. Y esto produce una de las zonas oscuras de esta autorreferencia: el desasosiego, la insatisfacción, la ansiedad. Porque mucha gente no consigue controlarlo todo y entonces está insatisfecha. Hoy tenemos muchísima gente con un nivel de vida nunca visto antes en la historia, pero viven tremendamente insatisfechos.


 

  • El ensayista reflexiona sobre la deriva de la sociedad actual -

- Si eres tú quien tienes que procurarte a solas la salida a los problemas, también a tu futuro económico ¿es la victoria definitiva del mercado?

- Sí, al final la idea que se nos transmite es que nadie nos va a solucionar nada, porque somos nosotros los que tenemos que velar por nosotros y si queremos estar bien, tenemos que pensar en nosotros. Pensemos solo en nosotros mismos: esta idea es la que se generaliza. Por lo tanto, no hay ese trabajo en equipo, de compartir, de colaborar. Esto es una idea así del liberalismo, que te dice que buscando tu propio objetivo, vamos a lograr el objetivo común, ¿no? Tú tienes que dedicarte a lo tuyo también, y el sistema político se monta así, el sistema de lobbies y de grupos de interés. El sistema también generalizado hoy entre regiones, que cada cual busque sus objetivos. Y por lo tanto, desaparece el concepto de bien común. No hay bien común, solo se ve como una suma de bienes individuales. Pero el bien común pasa por organizar la sociedad de manera que todos, hasta los que peor están, tengan un mínimo de condiciones válidas. Y eso depende de todos.

 

- La paradoja es fascinante: nunca hemos dedicado tanto tiempo, dinero y demás a "trabajarnos". Con terapias, coaching, autoayuda... y sin embargo todos los índices de de ansiedad, soledad y depresión se disparan. Da la sensación de que esto fuera un pozo sin fondo.

- Es que con mucha frecuencia, por lo menos en la experiencia vital que yo tengo, quienes más hacen coaching, por ejemplo, luego también tienen más problemas psicológicos. Y uno puede preguntarse qué pasa, si es antes el huevo o la gallina. No lo sé, pero sí hay una relación. Porque en todos estos procesos les están diciendo "tú puedes solo". Y cuando ven que solos no pueden y que además se están aislando y están concentrándose en hacerlo ellos solos, se preguntan ¿por qué sigo teniendo problemas? Y se dan cuenta de que quizá han cogido el camino equivocado.

 

"Las expectativas son elevadas porque yo quiero tenerlo todo para mí. Y hacen que queramos tener más, que queramos controlarlo todo para tener más satisfacción"

 

- El subtítulo se plantea como un antídoto para estos problemas, el manual para descentrarse. ¿Cómo se descentra uno sin que el sistema le devore?

- Claro. Creo que lo primero es darse cuenta de que está demasiado centrado en sí mismo. Sin ello, no se ve la necesidad. De hecho, el nivel exagerado de autorreferencia serían los narcisistas. Y todos los psicólogos te dicen que lo más difícil es que un narcisista deje de serlo porque nunca reconoce que lo es y que ahí está su problema. Entonces, ese reconocimiento es el punto de partida. A veces es imposible porque hay gente que está muy adicta, ¿no? Pero luego, darse cuenta le produce problemas, y es desde ahí donde ya puede descentrarse. ¿Y cómo empieza? Contrarrestando las falacias de la autorreferencia, admitiendo que no soy poderoso, que no llego a todo. Es un alivio, admitir eso.

 

- Por lo tanto, es liberador.
-
Sí, porque no tengo toda la responsabilidad sobre mí mismo, y por tanto, tampoco toda la culpa. Eso me libera totalmente: soy limitado y eso es un avance. No necesito tener éxito, no tengo que ganar a nadie, lo que pasa es que tengo que dar fruto: colaborar con el otro, cooperar con el otro y dar fruto y ofrecer mis frutos. Ya no tengo la presión de la competición de ser más que el otro. Cuando digo esto, hay gente que me dice ¿y en una oposición? Y les respondo oye, la vida no es una oposición. En ella tendré que estudiar mucho y intentar hacerlo lo mejor posible, pero no para competir con el otro, sino para ser el mejor y conseguir el puesto. Pero eso es una cosa excepcional, como cuando voy a una entrevista de trabajo e intento hacerlo lo mejor posible para que me cojan... pero eso son cosas muy puntuales que te pasan en la vida. Entonces, esto te va haciendo libre del enfoque a resultados. No, mi vida no depende de los resultados. Tengo que hacer. Yo conozco alguna empresa que dice "nosotros no remuneramos según el resultado sino según el trabajo que se ha hecho". Está claro que si no hay ningún resultado, hay que revisar, pero se entiende que no todas las gestiones tienen resultado, y no siempre depende de ti. El resultado llegará, pero cambia el enfoque.

 

- Por tanto, ese enfoque también cambia nuestra relación con los demás.

- Es que en la relación con el otro es donde encontramos la vida. Por ejemplo, el problema de las pantallas es que la relación se ha reducido entre la gente. Y la relación mediada por una pantalla es distinta. Está claro que cuando conoces previamente a la otra persona es distinto, pero muchas veces, la gente no utiliza la relación por pantalla de este modo como estamos haciendo esta entrevista, sino que se envía mensajes, mira TikToks... pero eso no hace que haya una relación: eso sucede cuando yo te hablo, yo te escucho, tú me hablas y tú me escuchas.

 

- Es una conversación con más o menos significado.

- Sí, como antes lo eran las llamadas telefónicas, ¿no? No había llamadas telefónicas que mantenían la relación porque tenían significado. Pero ahora no hay inmediatez, en un mundo tan inmediato, la inmediatez de la conversación se ha perdido. Se habla mucho de esa inmediatez pero lo realmente inmediato es el contacto personal, es la conversación. Tú me estás escuchando ahora mientras yo hablo. A lo mejor hay unos microsegundos o un segundo de diferencia, pero es inmediato y yo te estoy escuchando.

 

- Y si realmente quiero salir de mí y tengo que, y creo un poquito en el tema de cuidar el bien común, debo cuidar la empatía. ¿Cómo hacerlo en tiempos en que la polarización hace que miremos con recelo a un desconocido?

- Yo siempre digo que la empatía es muy buena y es necesaria, pero no hace falta llegar a ser empático: con respetar al otro ya haces mucho. Ser empático es algo más, mucho más, y a veces hasta puede ser complicado empatizar con alguien. Si yo te estoy escuchando de verdad y estoy respetando lo que me dices y estoy acogiéndolo, no es necesario que sienta lo mismo que tú dices, que me ponga en tu situación. Si eres demasiado empático y ante una situación difícil de la otra persona te pones a llorar, a lo mejor le ayudas menos que si mantienes la cabeza fría y le puedes aconsejar mejor. Por eso digo que con respetar y escuchar, muchas veces vale. Pero es que ahora, a veces nos preguntamos ¿y si el otro...? Y esa prevención nos lleva a ni siquiera escuchar al otro, ni a acoger sus argumentos, con lo que ya empatizar...

 

- Queda muy lejos.

- Primero, tengo que garantizar que el otro va a ser positivo para mí, que el otro no me va a fastidiar, que el otro no me va a traer problemas y solo en ese momento yo... por eso en su biografía, Nelson Mandela empieza a leer muchas cosas de los afrikáners, que lo habían metido ahí, y pide un montón de libros. Y los afrikáners contentísimos: él se dio cuenta de que para poder hablar con ellos, lo primero que tenía que hacer era bloquear sus miedos. Y por eso tuvo el éxito que tuvo luego. Tenía que garantizar que el otro no le tuviera miedo, porque entonces ya le escuchaba. Quiso conocer exactamente cuáles eran los miedos de los afrikáners para desmontarlos y a partir de eso, poder hablar con ellos. Eso me chocó mucho al leerlo. Pero hay que intentarlo, preguntarse a qué tiene miedo el otro. Cuando quitas el miedo, ya podemos hablar. Es uno de los aspectos del enmimismamiento.
 

  • Lluch hace hincapié en la creciente insatisfacción de buena parte de la sociedad respecto a su vida. -

- Una cosa más: el enmimismamiento ¿nos complica mucho el poder generar proyectos colectivos con visos de éxito?

- Sí, totalmente. Por lo que te había dicho antes: se ha perdido la noción de bien común. Solo hay bien individual y suma de bienes individuales. Por lo tanto, para que haya un bien común, tiene que haber una cierta renuncia. Tenemos que renunciar a algo. Entonces se da un fenómeno muy habitual ahora: la gente entiende mal la libertad porque la libertad aparece solo como como una libertad de opción. Quiero tener muchas opciones, y para seguir teniendo muchas opciones, lo mejor es no elegir. Entonces, yo no elijo, sigo teniendo todas las opciones abiertas y me creo libre. Total: en lugar de sentirse la libertad como elegir algo y esa elección es la que me hace libre, no quiero renunciar a nadie, a nada, no quiero elegir y lo dejo todo abierto. Por lo tanto, en ese escenario el bien común no es factible, porque el bien común me hace renunciar a algo, yo tendré que renunciar un poco, tú también, para encontrar algo que es mejor para los dos. Y la gente se pasa toda la vida creyendo que es libre porque no ha renunciado a nada y porque sigue teniendo todas las opciones ahí. Y llegan a los 40 años, y se dicen "no me comprometí con nadie porque así siempre tenía la libertad de poder elegir a quien quisiera".

 

"No hace falta llegar a ser empático: con respetar al otro ya haces mucho. Ser empático es algo más, mucho más, y a veces hasta puede ser complicado empatizar con alguien. Si yo te estoy escuchando de verdad y estoy respetando lo que me dices y estoy acogiéndolo, no es necesario que sienta lo mismo que tú dices, que me ponga en tu situación"

 

- Pero en el camino, al no renunciar a nada, se renuncia a todo.

- Sí, esa es la paradoja. Pero no se dan cuenta. La libertad la tenemos para ejercerla, no para que se mantenga como opción constantemente. Entonces el enmimismamiento que busca eso, no dice la verdad, no tienes todas las opciones abiertas: eso es ya una elección en sí misma. Es inevitable. Y es un problema grave: no hay bien común sino bien agregado. Y una infantilización de la sociedad en la que lo que hay que conseguir es lo mío. Hay competición. Tengo que ganar al otro. Y así no construimos sociedad, ni bien común.

 

- Por terminar en un mensaje positivo: un signo de esperanza puede ser que esta sociedad se mueve siempre de forma pendular y que en algún momento giraremos de nuevo hacia la idea del bien común, ¿no?

- Por supuesto, si no hubiera esperanza o si no la tuviese, no escribiría el libro. Mi padre me insistía mucho en que "los académicos siempre hacéis análisis, análisis, análisis, pero hay que también proponer soluciones". Mi propuesta no es cerrada, ni perfecta. Ni la mía ni la de nadie, pero hay que hacer la propuesta que cada cual ve mejor, sabiendo que al menos será incompleta: no hay soluciones perfectas y ante quien nos las plantea como tales, hay que desconfiar. Claro que hay que hay un movimiento pendular en nuestra sociedad, pero no hay que esperar a que el péndulo llegue demasiado lejos, porque si pasa eso, mal asunto, puede suceder que para que haya un movimiento hacia algo bueno debamos haber pasado por mucho desastre. En la historia, cada generación tiende a pensar que es la última, y siempre hay mucha gente que viene detrás. No vamos a solucionar la historia, lo que tenemos que hacer es intentar empujar hacia mejor y que seamos cada vez más. Por lo tanto, hay esperanza siempre que haya gente que en cada momento de la historia intenta que su entorno sea mejor.

 

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