A 79 kilómetros de Valencia, a 5 kilómetros de Gandía, junto a una urbanización de chalets desangelados, nada hace suponer que tras una una valla recubierta de cañizo se oculta una reproducción del Jardín del Edén. Puede que si Dios hubiese tenido que crear hoy al hombre, lo habría colocado, aquí, en este punto exacto de Palmera, una localidad de menos de mil habitantes en La Safor, de donde es natural Vicente Todolí. El que fuese director de la Tate Modern de Londres y de la Fundación Serralves en Oporto ha creado un huerto de 45.000 metros cuadrados en el lugar donde nació en el que cultiva, estudia y preserva alrededor de 500 variedades de cítricos. En la partida de Bartolí crecen naranjas, clementinas, pomelos, limones o bergamotas de orígenes lejanos, formas voluptuosas y nombres propios que podrían dar nombre a un poemario. Paradini, Timor, Oroblanco, Castagnaro, Femimmello, Crispipolia.
A finales de abril, todavía se percibe cierto aroma a azahar. Se escucha el canto de un gallo que no ha madrugado suficiente. El sol ya empieza a molestar sin sombrero. En las próximas dos horas recorreremos solo una tercera parte del huerto que la Fundación Todolí Citrus se encarga de conservar desde 2012. Es un paseo que transita entre la historia y la botánica, entre la gastronomía y la agricultura. Todolí es una enciclopedia que nunca te cansas de consultar. No solo sabe el nombre de cada variedad con todas sus características. Te cuenta que con ese limón de sabor dulzón en Tailandia preparan un plato tradicional o que en la Italia del Renacimiento la piel de esa bergamota de utilizaba para tal o cual fin. Cada cítrico que disecciona es un universo.
Lo lleva dentro. Cinco generaciones de su familia, antes que él, han estado vinculadas a estos árboles. En 2010 coincidió con Ferran Adrià en un viaje a Perpignan en el que el cocinero le descubrió una colección privada con 80 variedades de cítricos cultivadas en macetas. De esa visita y de una conversación con el chef catalán incitándole a reproducir aquel surtido nació el germen del huerto. Estaba dirigiendo el Museo de Arte Contemporáneo de Serralves cuando compró un parcela de naranjos de la familia con la idea de plantar algunos ejemplares que estaban a punto de desaparecer. En aquel momento el futuro de aquella zona estaba amenazado por un plan urbanístico que borraría del mapa el paisaje en el que se crio. Habló con el alcalde y compró todas las parcelas adyacentes –18 en total– con el objetivo de crear una fundación que estudiara y divulgara acerca de los cítricos y la citricultura. Así consiguió paralizar el destino de aquel paraje. Por una vez, la tierra derrotó al ladrillo.