Lo confieso. Cada vez que alguien me pide que le acompañe a conocer el restaurante nuevo de su primo o del hijo de una amiga o de su cuñado, tiemblo. No porque dude de la savia nueva, sino porque siempre pienso que si el lugar es un desastre, no podré decirle la verdad. Soy lo opuesto a Chicote. Qué le vamos a hacer.
Esta vez, el instigador era un buen amigo hostelero, Raúl Poveda (otro día les hablaré de su morteruelo y de la Cabaña de Alarcón), y el restaurante se llama MO. Ocupa el local donde estaba el brasileño Favela bistro, que a su vez se ha mudado al espacio donde Q de Barella nos dio tantas alegrías. Una esquina privilegiada por su orientación, su terraza y ese sol que le acaricia prácticamente todo el día.
MO no es otro restaurante cuqui más. Uno empieza a fijarse en los detalles y no hay rastro de IKEA ni decoración impostada. Las mesas son de mármol, la luz es la adecuada y los cuadros de la artista Rosa Padilla, madre de los dueños, termina de crear un ambiente en el que uno quiere quedarse. El envoltorio da una primera pista de lo que se cuece en la pequeña cocina. Verdad, ilusión y experiencia.