El lunes dimitió Carlos Mazón, haciendo por fin lo que debería haber hecho hace muchos meses. Más vale tarde que nunca, si bien hay que decir que en este caso "nunca" habría sido cuando se convocaran elecciones de nuevo, fuera o no Mazón el candidato. Las presiones de la opinión pública, así como la evidencia de que Mazón era un lastre cada vez más pesado para su partido, en la Comunidad Valenciana y en España, le han obligado a irse.
Es triste que Mazón haya acabado su presidencia sin tener la entereza de asumir mínimamente su responsabilidad: no se tomó en serio la amenaza del temporal, de cuya gravedad tenía todo tipo de indicios que minusvaloró, y después desapareció durante horas, quizás retardando y dificultando las labores de alerta y movilización de servicios de emergencia. Ante una situación así, un president de la Generalitat, cualquier gobernante, ha de dimitir.
Como lo ha hecho casi un año tarde, tras mentir en repetidas ocasiones a la opinión pública, ignorar a las víctimas, mostrarse chulesco, arrogante o victimista (la "víctima 230", le denominó Elvira Lindo en un dardo particularmente acertado), tratar de manipular activamente informaciones (recordemos el bochornoso episodio del audio manipulado de una conversación de una trabajadora de AEMET con otra del servicio de emergencias de la GVA, en el que parecía decir lo contrario de lo que dijo) y, en fin, sin aclarar el cada vez más oscuro episodio de su tarde en El Ventorro, su dimisión es también el final de la carrera política de quien es, de largo, el peor President de la Generalitat de la historia. Como mucho, le colocarán como senador o en otro puesto igualmente oscuro y sin relevancia, y eso porque Mazón sin duda habrá negociado su salida a cambio de mantener su aforamiento todo el tiempo que sea posible, para así continuar huyendo de la jueza Nuria Ruiz Tobarra.
Esa es justamente la ventaja con la que contará quienquiera que le sustituya, sea en unos días, merced a un pacto con Vox, o sea tras unas elecciones en marzo: resulta extraordinariamente difícil (y terrorífico) augurar que vaya a hacerlo peor que Mazón. Por ese motivo, en el PP no quieren ni oír hablar de elecciones, porque aspiran a poner tierra de por medio entre la desastrosa gestión de la dana y sus consecuencias por parte de Mazón y las próximas elecciones. El objetivo, ahora, es que parezca que todo es culpa de Mazón y que el resto del Consell, igualmente inoperante e incompetente en la prevención y gestión de la crisis, pasaba por ahí y no hizo nada de nada porque Mazón se lo impidió, por ejemplo al aún conseller de Educación, José Antonio Rovira, que se fue a Alicante (como casi siempre) pasando olímpicamente del peligro que corrieron miles de niños y adolescentes al mantener abiertos los colegios.

- El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo y el presidente de Vox, Santiago Abascal.
- Foto: JESÚS HELLIN/EP
Pero para eso el PP necesita tragar con lo que le pida Vox e investir a un nuevo president (previsiblemente el actual síndic en las Cortes, Juan Francisco Pérez Llorca). Vox es plenamente consciente de ello, y también del deterioro del PP. La cuestión es qué le conviene más a Vox: mantener con respiración asistida al PP en la Generalitat y confiar en que se siga desgastando, o ir a elecciones aprovechando la actual debilidad y el ascenso de Vox. Pienso que se decantarán por la primera opción, porque ir a elecciones tiene dos problemas: el primero, que parece difícil que Vox pueda superar al PP en unas elecciones autonómicas convocadas en solitario, dado que su electorado vota en clave nacional, lo que relativiza el interés de este adelanto electoral. El segundo, que si se convocan elecciones es posible que la derecha pierda la Generalitat Valenciana a manos de PSPV y Compromís, y en tal caso las culpas recaerían también sobre Vox, por haber provocado dicho adelanto.
En lugar de ello, creo que la opción será investir al candidato del PP como nuevo President, escenificando convenientemente el coste de la investidura y la medida en que el Consell seguirá siendo rehén de las políticas y apetencias de Vox; y después buscar, como sea, hacer coincidir las elecciones autonómicas valencianas con las Generales, aprovechándose así de la inquina hacia Pedro Sánchez y buscando que el electorado vote en clave nacional. Unas autonómicas en solitario, en cambio, posiblemente vieran menor movilización de la derecha. La izquierda, a pesar de la clara carencia de liderazgo con que cuenta actualmente, sí que está movilizada, por razones obvias: nunca hemos vivido, en la actual etapa democrática, una tragedia de tal envergadura, ni una demostración de incompetencia de los gobernantes tan palmaria. Hay que remontarse a la riada de 1957, en pleno franquismo, para encontrarnos algo parecido.
Las últimas encuestas publicadas, en todo caso, también dicen que si mañana hubiera elecciones la coalición PP-Vox mantendría la mayoría, en condiciones similares a la actual (53 escaños frente a los 46 de PSPV y Compromís). Y que el cambio, de haberlo, sería pequeño y circunscrito a la provincia de Valencia, la única en la que la izquierda lograría vencer. Sin embargo, en estas encuestas nos movemos en unas dimensiones muy ajustadas y que, desde mi punto de vista, no tienen suficientemente en cuenta el grado de movilización de la izquierda y de desmovilización de la derecha. Si hubiera elecciones mañana, yo no apostaría por la reedición de la mayoría PP-Vox. Y es evidente que en el PP tampoco lo hacen, de ahí que invoquen todo tipo de argumentos para buscar la investidura del sustituto de Mazón. La buscan a toda costa y, posiblemente, la encuentren. Pero indudablemente Vox les hará sufrir para lograrlo.