Nadie se explica que Carlos Mazón, un año después, continúe aguantando. Su responsabilidad en lo sucedido el 29-O, su pasotismo y frivolidad, su absoluta falta de empatía, le inhabilitan para continuar como president de la Generalitat. El rechazo de la sociedad civil, de sus propios votantes, y no digamos de las víctimas de la Dana, es ingente. La presión social y política para que se vaya y renuncie, enorme y cada vez mayor. Pero él, impasible el ademán, ahí sigue. Aparece en el funeral de Estado (¿cómo no hacerlo, si representa a la Generalitat Valenciana?) y allí recibe el rechazo absoluto de las víctimas, expresado con distintos grados de encono, desde el más desgarrador ("rata cobarde") hasta el más elegante ("el causante es quien omite su deber a sabiendas").
Ha pasado un año y Mazón ha intentado, en varias ocasiones, mostrar que la crisis quedaba atrás y que él podía continuar. Cada una de esas veces, la realidad, pero sobre todo la instrucción de la jueza Nuria Ruiz Tobarra y la encrespada relación del president con las víctimas de la Dana, ha puesto las cosas en su justo lugar. No caben dudas, a estas alturas, de que Mazón no se presentará a la reelección, porque hacerlo sería un suicidio para el PP. Pero comienza a verse claramente que también es un suicidio, aunque "en diferido", mantenerlo para que agote la legislatura.
Las razones para mantenerlo tienen que ver con la debilidad del PP y su disputa con Vox. Si Mazón dimite, hay que investir a otro candidato. Que ha de ser diputado en las Cortes. Y que, necesariamente, ha de contar con el apoyo de Vox. Y Vox no quiere, ni por asomo, que Mazón se vaya, porque Mazón constituye uno de sus principales activos electorales.
Mazón desgasta al PP porque sus votantes, en la Comunitat Valenciana y en el resto de España, se preguntan qué clase de regeneración y alternativa es la de un partido que mantiene en el poder, contra toda evidencia, a quien es visto como un personaje funesto, que encarna lo peor del inmovilismo, el egoísmo, la frivolidad y el apego al sillón de los políticos españoles. Así que, indignados con esta situación, los votantes del PP se van... a Vox, fundamentalmente. A Vox, que es el partido que sostiene a Mazón, que lo invistió presidente, que gobernó con Mazón un año, durante el cual desarticularon mecanismos de gestión de Emergencias, elaborados durante el gobierno anterior, que habrían sido útiles en las inundaciones. Que contribuyeron, en fin, en buena medida a la dimensión del desastre.
Vox tiene muchas culpas que pagar, en la tragedia y en sostener al principal responsable de la tragedia. Pero ha logrado la cuadratura del círculo: mantener a Mazón mientras son los principales beneficiarios electorales de la indignación popular con Mazón. En la oposición, la cosa está más repartida: dada la inoperancia del PSPV y Diana Morant, en la Comunitat Valenciana el principal beneficiario es Compromís. Pero en la política nacional, son el PSOE y Pedro Sánchez, que tienen en Mazón a un útil muñeco de paja al que atizarle y enarbolar cuando las críticas les acechan. Porque, por muy mal que lo haga Sánchez, por muchos defectos que tenga, no está al nivel de Mazón.

- Foto: BALLESTEROS/EFE
Así que ni PSOE ni Vox quieren que se vaya Mazón, aunque obviamente sólo Vox haya dado el paso (muy arriesgado, con lamentables derivadas como no ir al funeral de Estado y meterse con las víctimas por supuestamente "hacerle el juego al sanchismo", como si la muerte de un ser querido no significase nada) de defenderle de las críticas. Pero la cuestión es que, pese a todo, tampoco Mazón quiere irse.
Hay varias teorías al respecto del porqué, pero la principal es que él considera que le beneficia más quedarse que irse, aunque quedándose se haya convertido en el personaje más despreciado de España. Sobre todo, porque, si se va (a menos que permanezca en su escaño), al día siguiente será imputado en la causa que dirige la jueza instructora Nuria Ruiz Tobarra. Mientras siga como aforado, gana tiempo. Pero la decisión de la Audiencia Provincial de obligar a dicha jueza a que cite como testigo a Maribel Vilaplana ("la periodista", como clamaban las víctimas de la Dana), aunque sea una instancia distinta del Tribunal Superior de Justicia, deja bastante claro que el ambiente en la judicatura, más allá de la actual instructora, no es nada favorable a dejar escapar a Mazón, aforado o sin aforamiento.
Alberto Núñez Feijóo, un líder débil por las inquietantes sombras de Vox e Isabel Díaz Ayuso, que se ciernen cada vez más sobre él, ha aplicado a esta situación imposible la doctrina rajoyista más pura: es un problema que o bien no tiene solución, o bien solucionará el tiempo: así que lo mejor es no hacer nada de nada. El problema, como también descubrió Mariano Rajoy, a costa de décadas y décadas de indecisión galleguista, es que a veces no hacer nada provoca que el problema se enquiste, se pudra, y empeore cada vez más. El PP teme provocar la dimisión de Mazón porque ésta podría conducir a unas elecciones anticipadas. Y ahí es muy posible que pierdan el gobierno de la Generalitat. Pero la cuestión es que se le están poniendo tan mal las cosas, empeorando día tras día, que quizás dentro de un año se enfrenten a un escenario mucho peor.

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Contrariamente a lo que piensan muchos, no sólo políticos, sino muchos ciudadanos y representantes de la sociedad civil, no hacer caso al clamor de la opinión pública sí que tiene consecuencias, aunque lleguen, también, en diferido. Si mañana hubiera elecciones en la Comunitat Valenciana podría pasar cualquier cosa. Un año más de Mazón, visto lo visto, podría llevar al PP a perder la Generalitat; a mantenerla por los pelos, pero con Vox en la presidencia (un escenario casi peor que el anterior); e incluso a poner en riesgo la llegada de Núñez Feijóo a La Moncloa, que hoy, si hubiera elecciones generales, se da casi por segura.
Así que, esta vez sí, el final de Mazón se acerca. No por ser responsable de la inoperancia de la Generalitat el 29-O, que condujo a la muerte de 229 personas; tampoco por su frívola y lamentable actuación personal ese día, ni por sus mentiras y evasivas durante meses; sino porque, a consecuencia de todo ello, y de mantener este sinsentido durante un año, Mazón es cada día que pasa un activo electoral más tóxico para su partido. Que es el motivo por el que, hace catorce años, Mariano Rajoy provocó la dimisión de Paco Camps. Pero las miserias de Camps no eran ni remotamente comparables con las que atesora Mazón.