VALENCIA. Hoy quiero detenerme a analizar la palabra crisis. Sí. Ese término que parece instalarse en todos los aspectos de nuestra vida de una forma implacable, egoísta y triunfal. Una de mis definiciones preferidas concedida por la RAE es la de: "Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, históricos o espirituales". Y es que aunque en esta época la relacionemos con la economía, lo cierto es que desde que nacemos estamos expuestos a todo tipo de "mutaciones" externas e internas que alteran y perjudican seriamente nuestra salud y que nos hacen ver la vida con acritud.
Sin embargo, parece que la dimensión acaparadora y a gran escala alcanzada por la más reciente, a la que yo llamo "la crisis madre", capea a otras menores no exentas de culpa. Porque aunque en menor magnitud y concebidas únicamente en episodios temporales, éstas son crisis clandestinas, excéntricas, con estilo propio e infalibles que ostentan terribles consecuencias de tinte imprevisible.
Su modus operandi es el de actuar de forma sigilosa y eso es lo que las hace venenosas. Coquetean con nuestro estado de ánimo y situación hasta llevarnos a su terreno donde nos nublan el juicio y una correcta visión. Crisis es el nombre propio común de todas, sin embargo, se diferencian entre ellas por llevar unos apellidos que auguran un final poco avenido. Matrimonial, moral o existencial, son sus seudónimos más conocidos.
Éstas y muchas otras, encuentran su diversión en aparecer en momentos puntuales de nuestra vida. A la Crisis Matrimonial, por ejemplo, le gusta emerger tras el "sí quiero" y poner a prueba a su pareja elegida en labores domésticas, y las propias de alcoba, buscando la pérdida de lo pasional para regodearse como perfecto final en la ruptura conyugal.
Por su alto porcentaje también es famosa entre la población, la Nerviosa. Cuando menos lo esperas se sumerge en tu mente y como pez en el agua se adueña de ella a lo Black Swam de forma contundente. Físicamente esto se traduce en tics oculares, uñas rodeadas de padrastros, caída del cabello o, en su peor manifestación, la presencia poderosa interior de un instinto criminal, también llamado en terapia "ataque de nervios animal".
Luego está la Existencial. Aquella que se aprovecha de situaciones de hastío del ser humano para mandarlo a la otra parte del mundo, aunque generalmente suele ser a Londres, poniéndole en boca frases como "Estoy rayado, necesito vivir en otro lado". En su defecto, esta crisis también es fan de arrastrar a su víctima a la peluquería de la esquina para hacerle creer que un look radical cambiará su estado de monotonía actual. La cruda realidad, una vez teñidos de rojo los números de cuenta y denunciado el engaño, esta es la única verdad: los baños británicos con moqueta y los peinados alocados son una porquería.
Tampoco es menos mala la llamada Crisis de los 30. Aquella que te hace pasar de Jekyll a Mr. Hyde en cuestión de segundos. Conozco de algunos que saltan rápidamente de la euforia a la melancolía y hasta a la violencia, física y verbal, cuando les llaman por primera vez "Señor/a". Otros se encierran en sus casas (las de sus padres) abandonándose a la teletienda para dejarse sucumbir por masivos tratamientos de estética y ofertas de prodigiosos objetos que eliminan la lasitud, herencia de la treintena, sin importar si estás tumbado en el sofá o engullendo una fabada tradicional.
Los peores, sin embargo, son aquellos que adoptan extraños hábitos que paso a enumerar: rescatar del armario las botas Martens, volver al botellón o cambiar gustos musicales a favor de grupos extintos como Take that, o afamados al estilo Justin Bieber. Efectivamente cumplir 30 años hace daño.
Me asusta imaginar lo que sucedería en tal caso con los 50. Señalada efeméride en la que, según los rumores, sus protagonistas varones apuestan por la depilación con cera y ostentosos coches deportivos, así como por vertiginosos escotes, y yogurines con los que flirtear en el caso de las hembras, tras la llegada de la menopausia y su revolución hormonal (desatada por cierto también por un apuesto mozo llamado Sr. Grey, protagonista de una casisádica y erótica saga, a través de la cual sus lectoras han redescubierto su madurez sexual).
Queda claro pues el peligro latente que acompaña a las crisis que llevan apellidos y producen trastornos inminentes. Presten especial atención a éstas, las de siempre, y no a la que ocupa un lugar transitorio en los telediarios. Pues esta última, la que tachan todos de monumental, no es la única letal. Incluso ya hay algunos que, sin negar lo que ya conlleva de corrosivo, optan por sus aspectos positivos.
Desde su llegada todos estamos más guapos: las ofertas en el sector moda, peluquería y belleza proliferan por lo que ya no sólo se lo puede permitir la realeza. Los precios bajan en algunos pisos, lo que ayuda a romper el sistema, principalmente matriarcal, más conocido como la "Mamitis", enfermedad de carácter nacional.
Pero aún hay más. Esta crisis también apuesta por el amor: los enamorados se lanzan al altar gracias a los surgidos paquetes de bodas low cost y los matrimonios de años luchan por consolidar su relación porque sale más cara la separación. Además, nuestra gran crisis, huérfana de apellido, es la excusa ideal en todo tipo de contextos. Por ejemplo, cuando tienes una cena a la que no te apetece ir sustituyes el sobado "Tengo 40 de fiebre", por "Me viene mal. Es culpa de la crisis". Sin olvidar su afán por recuperar viejas amistades y fomentar la hospitalidad al viajar gracias a los contactos del exterior y a unas redes sociales que reavivan, con la crisis, un espíritu colaborador.
Una reflexión: en esta época de incertidumbre tengan capacidad de decisión. Contagiarse del pánico generalizado y provocado por una única crisis es una equivocación. Lo acertado pasa por reconocer que a cada uno de nosotros nos toca lidiar desde el minuto uno de nuestra existencia con todo tipo de avatares con gran resignación. Acéptenlo. Pero superarlos es la clave, ya que aprender a reaccionar ante ellos nos saca de nuestra personal recesión. Entonces es cuando observamos la realidad con mayor claridad, avanzamos, tomamos el mando y ganamos seguridad para afrontar retos superiores con ánimo y convicción. El lema, pues, no puede ser otro que el fundado en las mismísimas entrañas ibéricas: po-de-mos.