VALENCIA. Les voy a poner dos imágenes, así, para empezar, porque me vienen muy bien para ilustrar lo que quiero explicarles. La primera, la que va justo debajo de estas líneas corresponde a la conocida nave de Cross, ubicada en Valencia, un edificio que fue de la empresa química del mismo nombre y que dejó de tener actividad ya hace décadas:
La siguiente es otra nave industrial. En este caso está en Madrid y corresponde a la vieja nave de Boetticher, una empresa de ascensores. También dejó de tener actividad hace años:
¿No aprecian ciertas similitudes arquitectónicas? Esas nave central con el techo curvo... No sé. Yo descubrí la segunda hace unos días gracias a un reportaje de este periódico y su visión me evocó a la primera.
Como les explicaba, ambas dejaron de ser fábricas ya hace tiempo. Y ambas han sido restauradas para otros usos. El Ayuntamiento de Madrid invirtió para convertir este inmueble considerado como patrimonio industrial en lo que se conoce como la Catedral de la Innovación, un centro donde se reúne a emprendedores para que puedan poner en marcha sus proyectos. Alrededor de ese proyecto hay formación, orientación laboral y empresarial... Lo típico que según los expertos es necesario para hacer crecer negocios, algo tan necesario en esta época de crisis.
En Valencia, no hicimos una catedral. Hicimos una iglesia. Pero sin más. Una iglesia católica. No de emprendedores. Vamos, que hay misa los domingos. No recuerdo, y no me voy a poner a buscarlo porque no es el objetivo de esta columna, las condiciones en que se cedió ese espacio a la iglesia de Roma para levantar un templo en recuerdo de las víctimas católicas de la Guerra Civil. Pero la cuestión es que mientras que en Madrid pensaron en transformar aquella vieja fábrica de ascensores en un espacio para el emprendedurismo en Valencia hicimos una iglesia.
Les pongo dos fotos más para que vean el resultado final. La primera es de la Catedral de la Innovación:
La segunda de la Parroquia Santuario de los Beatos Mártires Valencianos:
¿Qué quieren que les diga? Dado que en ambos casos ha intervenido un poder municipal que ha sido quien ha decidido el uso de este patrimonio municipal (en el caso de Valencia, se cedió al Arzobispado de Valencia a cambio de la plaza de L'Almoina, con valiosos restos arqueológicos) creo que en este caso el PP de Madrid estuvo más acertado que el de Valencia, por decirlo de manera suave.
O por decirlo como toca: en Madrid apostaron por el emprendedurismo y aquí nos encomendamos a la Mare de Déu dels Desemparats para que nos saque de este agujero en el que estamos inmersos. Después nos quejaremos de que nuestros mejores valores se van al extranjero para intentar salir adelante. Cerca me parece.
Ustedes pueden pensar que el caso de la nave de Cross fue un caso aislado. Razón no les falta, porque, solo faltaría, creo que el Ayuntamiento no ha cedido más espacios propios para construir iglesias. Campos de fútbol inacabados sí, pero iglesias no. Por cierto, y ya que la cosa va de fotografías, no se pierdan el nuevo uso que la serie de ficción (menos mal) Cabanyal Z le ha dado al viejo-nuevo Mestalla:
Sí, es un refugio antizombis. Pero retomemos el hilo: ¿Qué ha hecho Valencia con su patrimonio industrial? Pues destruirlo, que es muy del estilo de Rita Barberá. Así, la antigua Tabacalera, las viejas naves de Macosa y la fábrica de cervezas El Túria, anejas a la playa de vías que algún siglo será un parque central, serán arrasadas para convertirlas en pisos (en Madrid, de nuevo, convirtieron el viejo Matadero en un centro cultural). De igual forma que las viejas naves de la calle Jacinto Verdeguer, junto al puerto, también acabarán en su mayor parte destruidas para construir más pisos.
En los tres casos mencionados han dejado en pie un par, unos trozos, para que quede constancia de que allí hubo otra cosa. En las del puerto, han abierto Las Naves, un espacio de creación al que le falta presupuesto y voluntad política para lanzarlo de verdad. Y mientras, la basura se acumula en la parte donde supuestamente irán esos pisos que nos sacarán de la ruina, ante unas naves condenadas a la excavadora:
No entiendo el modelo de ciudad que tiene Rita Barberá. Lo juro. Me esfuerzo pero no lo comprendo. No sé en qué espera basar la recuperación económica. Ni por qué tiene esa obsesión enfermiza por las calles anchas llenas de coches y los rascacielos frente a las casas bajas y las calles de siempre.
El Cabanyal o el Carmen son partes de la ciudad que marcan la diferencia entre Valencia y otras ciudades. Sin embargo, hay en la política urbanística e incluso económica del Ayuntamiento de Valencia, un ansia por anular esa idiosincrasia. Como si molestase. Como si los vecinos de siempre no pudiesen protagonizar el cambio necesario y fuera necesario entregar la ciudad a los turistas o a los especuladores del ladrillo. Ellos nos sacarán de esto, ¿no?
Creo que no. En un territorio como el nuestro, el peso de las ciudades es esencial para el desarrollo común. El papel que juegue Valencia va a ser clave. Pero nada parece moverse de Cruces adentro. El gobierno local sigue mirando a la dársena como solución de todo, cuando el modelo de explotación de la zona interior del puerto ya se ha demostrado fracasado.
Dijo Rita Barberá cuando el Gobierno cedió al ayuntamiento la dársena que era la noticia que todos los valencianos estaban esperando. No sé de qué valencianos hablaba la alcaldesa, aunque eso es algo que me ocurre con frecuencia. La cuestión es que no estoy muy seguro de querer que el consistorio local gestione esa zona del puerto si lo va a hacer como ha hecho con otras zonas de la ciudad.
Porque el 'qué bonita está Valencia' no es suficiente. El modelo urbanístico de Valencia es esencial para definir el modelo económico de la ciudad y va mucho más allá de maceteros de flores multicolores. Un diseño que debe conformar una ciudad amable, primero con sus habitantes y después, con sus visitantes. Una ciudad que dé trabajo y genere expectativas. Y una ciudad que sea respetuosa con ella misma. Porque de lo contrario solo nos quedará por encomendarnos a los milagros. Y yo, qué quieren que les diga, no creo en los milagros.