Arribo de un largo paseo al Mercado de Colón por la estrecha vía de Jorge Juan. Traspaso la férrea puerta de fierro verde. Accedo al hall del recinto. Atravieso el soportal semicircular. Las palomas revolotean en las alturas. Los circulares pilares de cemento soportan las paredes de ladrillos caravista decorados con azulejos o tachuelas, simbolizando una época de esplendor y buen gusto en el Cap i Casal. La vida interna del Mercado es elogiable. Me arrimo a la balconada, reposando mis brazos en la barandilla y contemplando desde una buena panorámica casi el cien por cien del complejo, si no fuera por el nubarrón de las escaleras mecánicas, horribles, pero cumplen su función. Los mecánicos elevadores sepultan la memoria. Detrás de ellos, en el sótano, resisten los puestos de alimentos frescos o negocios gourmet de altísima calidad. Injusta ubicación en la distribución. Tras la reinauguración de la perla del Ensanche en marzo de 2003, el Mercado de Colón se ha convertido en un referente sólido en la ciudad. La centenaria obra del arquitecto Francisco Mora, inaugurada en una Nit de Nadal de 1916, creó tal expectación entre la sociedad valenciana que las autoridades del Mercado diseñaron la figura de una reina de la fiesta en su apertura inaugural acompañada de sus de damas.

- Foto: KIKE TABERNER
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