Está a punto de llover, pero no llueve agua, solo hombres que esperan a la puerta del bar, que hacen guardia con su chupito y te miran a los ojos para saber de dónde eres. Pregunto por Ramón Ibor y uno de ellos me dice que lo ha visto hace rato en el coche, de camino al campo. El campo está en Sollana. El bar está en Sollana (Bar el Parc). Ramón nació hace 72 años en Sollana, un pueblo verde cuando los campos de arroz están verdes. Aunque el arroz puede ser de más colores: rojizo, amarillo, pardo, blanco, perla. Pero Sollana, ahora, en junio, es verde y es, también, los millones de kilos de arroz que ha dado su marjal y todos los platos con arroz que han cocinado sus hombres y mujeres. Si uno camina por las calles de Sollana está oliendo todo el rato a arroz que crece en l’Albufera.
El perol de pato (perol d’ànec) nace, como tantas otras comidas, de la costumbre, la de las casas, la de poner en la olla lo que tienes a mano. Y las costumbres también hacen a las personas. Ramón Ibor i Oroval lo sabe y ahora que se ha jubilado, más. Por las mañanas va al campo y al bar, no siempre en el mismo orden —ni solo una vez a cada sitio—. Toma café y licor de hierbas. A veces rumia un verso, porque también es poeta. Me aclara que quiso ser médico pero que acabó siendo maestro y profesor de instituto, que ama a Isabel, que tiene tres hijas, un hijo, nietos, que nació en la marjal y vivió en la Finca de Belloch, “donde había una trilladora, datada en 1878, con una chimenea para el motor de vapor que había, y que aún persiste erguida”. Me cuenta todo esto en la caseta de Federico el Cubano, más conocida como la Caseta dels Clots, una de las ciento cuatro que él mismo ha censado en el término municipal de Sollana. Es un inmueble más bien pequeño, ajado, ahora polvoriento, con una sala (que hace de comedor) y un almacén anexo. Está pegado a una acequia por la que pasa el agua. Ramón me cuenta que lleva años recopilando material para un libro sobre este tipo de construcciones, “porque unas aguantan pero otras se deterioran y acabaran desapareciendo. Los hijos y los hijos de los hijos van teniendo menos apego al campo y si no fuera por gente como nosotros, que nos reunimos en casetas como esta, amantes de la marjal, cazadores… acabarían perdiéndose muchas”.