A pesar de ser un día triste. Miraba por la ventana pensando en que allá fuera muchos de los cocineros y cocineras a quienes tengo cariño tendrían el corazón encogido ante el último servicio, nadie sabe hasta cuándo. Y a mí también se me encogía un poco.  No hacía frío, pero yo lo sentía todo el rato. Ese día extraño y gris, se pareció mucho a los primeros días de marzo. 

Supe que ese día solo mejoraría con un plato de ramen. Certeza absurda que en realidad enmascaraba las pocas ganas que tenía de preparar la comida para mi hijo y para mí. Llamé a Ramen Kuma y pedí dos raciones. La receta que Koji Tanaka perfeccionó durante tres años antes de abrir su segundo local en Ruzafa fue un bálsamo. Me consoló como lo hacen un buen libro o una buena peli. Y pensé que aunque el gobierno diga lo contrario, para mí, algunos bares y restaurantes sí que hacen una actividad esencial.