València

El Callejero

Íñigo, un vasco que hace los bocadillos más famosos de todo Mestalla

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Íñigo espera en la cocina. Allí ya tiene la cebolla pochada y pone a calentar el aceite en una sartén. Luego va poniendo, con cuidado, pero sin miedo a quemarse, un filete al lado del otro. Crepita la sartén mientras se fríe la ternera. Al lado hay un paquete con jamón serrano y otro con lonchas de queso. Íñigo, un chaval de 25 años de Urretxu (Guipúzcoa), le da una pasada al jamón por la sartén antes de montar los bocadillos y meterlos en el horno para que estén calientes y se funda el queso.

 

Estas brascadas son de exhibición. Un obsequio para el reportero. Pero Íñigo reproduce lo que hace los días de partido. Él es ‘guipuchi’ pero su equipo, desde niño, es el Valencia. Su padre es valenciano y, en aquella época, trabajaba en Canal 9 antes del apagón. El chiquillo, todavía por definir, cayó rendido en los brazos de aquel Valencia campeón, el Valencia del doblete. Y aquel amor parece ser que era para siempre.

 

Las casualidades de la vida quisieron que Íñigo de Martín dejara su pueblo y acabara estudiando Biotecnología en Valencia. Al principio, casi como para redondear la historia, se alojó en el colegio universitario Ausiàs March, el lugar donde se conocieron sus padres, Javier y Ana, décadas atrás. Pero a Íñigo, un tiarrón de casi 1,90 al que el acento vasco se le va enredando con el valenciano sin darse cuenta, le cansó el ambiente pijo del colegio y acabó en un piso de estudiantes. Ahora comparte la vivienda con dos compañeros. Uno es de Vigo y seguidor del Celta, y el otro es murciano y “tiene el fallo” de que es del Real Madrid. Luego está Íñigo, resignado valencianista en unos tiempos en los que el equipo es una sombra de aquel que lideraban Baraja y Albelda.  

 

Íñigo se ha hecho popular esta temporada porque cada partido comparte en las redes sociales, en TikTok e Instagram, la elaboración de un bocadillo diferente.  A la gente le ha ido gustando esta costumbre y la cuenta de seguidores ya va por encima de los 20.000. Una alegría en medio de una temporada espantosa para este joven de 25 años que ha empezado a trabajar en la Universidad Politécnica de Valencia gracias al máster en bioinformática que hizo mientras trabajaba en un Foot Locker en el centro.

 

Él y sus dos compañeros viven en un piso junto a la plaza del Cedro. Mil euros al mes de alquiler. Su balcón, del que cuelga la ya mítica pancarta amarilla con el Lim Go Home, da a un par de garitos míticos de la zona: El Asesino y El Burlón. E Íñigo, sin rastro de añoranza, cuenta que los frecuentó en su época de estudiante pero que ahora, que ya trabaja y está a punto de irse a vivir con su novia, ha dejado atrás los días de tanta jarana. “A los valencianos no les gana nadie a fiesteros”.

 

La influencia de la abuela Martxeli

 

Ahora piensa en el futuro junto a su chica, que tiene cuatro años por delante en València porque tiene pendiente el doctorado, pero a partir de ahí ya no hace más planes. “Luego iremos por donde nos lleve la vida”, explica.

Él ya lleva ocho años en València. Al llegar se hizo abonado y cada semana va a su sitio en la Grada de la Mar, allá arriba, en Mestalla. Luego llegó su amigo murciano y, aunque es del Madrid, le acompaña y hasta aplaude los goles del Valencia. Cuando se asentó en la ciudad, Peter Lim ya era el dueño del club y el nuevo-viejo Mestalla ya estaba parado y abandonado. Al principio aún había alegría en Mestalla. Era el Valencia de Marcelino y hasta vivió el año del centenario, pero luego vino la decadencia de un club que se iba dejando un trocito de su reputación en cada campo.

 

 

“Al principio iba solo, pero iba a gusto. Yo me iba con mi bocadillo y ya está. Luego empecé a grabar cómo los elaboraba”. Hace unos meses se produjo su salto a las redes sociales. “A mí me gustaba y encima tenía un montón de visualizaciones. Entonces se me ocurrió hacer uno cada día de partido, y se ve que a la gente le gusta. Yo creo que les gusta por se juntan el fútbol y la comida, o los bocadillos, que eso le gusta a todo el mundo. Funcionan muy bien juntos”.

 

Aunque Íñigo, que no es de aquí, ya ha descubierto que fuera de València la gente se sorprende mucho por esa tradición de comer un bocadillo a mitad mañana. “Yo me integré rápido, que soy de buen comer”. Siempre le gustó la gastronomía. Íñigo viene de una familia y una tierra, allí en el valle donde conviven dos pueblos, Urretxu y Zumarraga, donde todo se celebra en la mesa. En su casa suele cocinar su padre, pero la estrella en Urretxu es la abuela Martxeli. “Me gusta todo lo que hace y es la persona que más me ha influenciado en la cocina. Ahora que he estado unos días allí no han faltado las alubias de Tolosa con col, que son increíbles, pero también la tortillas de patatas rellena de txaca”.

 

Animado por su pasión gastronómica, hace tres años se lanzó a abrir una cuenta de Instagram de corte culinario. “Ha cambiado mi ‘target’. Ahora con los bocadillos ha sido un boom. Antes mi ‘target’ eran más las madres de mis amigos, pero ahora mi público es el contrario. Primero, cuando subía recetas, el 65% de mis seguidores eran mujeres de más de 40 años. Ahora es todo lo contrario y el 90% son hombres, y de 18 a 25 años. Es curioso”.

Íñigo es autodidacta. “Lo mío ha sido prueba, error”. Y tampoco es aficionado a ver los programas de cocina. Ni Karlos Arguiñano ni Master Chef. “No me gustan. A mi abuela sí, y no se pierde a Arguiñano ningún día”. Siempre le ha gustado estar cerca de los fogones pero, en realidad, no fue hasta que se fue a vivir solo, con 20 años, que empezó a cocinar platos más elaborados.

 

Siete horas en autobús

 

Ahora mismo se le ve feliz con su vida. Su único temor es que el Valencia baje a Segunda. Una prueba para una fidelidad que arranca en los tiempos del colegio. “Entonces todos mis compañeros eran de la Real (Sociedad). Al principio, bien. La Real estaba en Segunda y hasta el 2012 o 2013 no compitió con el Valencia y yo simpatizaba con ellos. Pero desde la temporada que estuvo Valverde, que nos jugamos la Champions con ellos, ya no tengo tanta simpatía por la Real”. De niño su padre lo llevaba a ver fútbol por todo el País Vasco: Anoeta, San Mamés, Mendizorroza… Y cuando iba el Valencia, el hombre llamaba a algún periodista amigo y propiciaba una visita al hotel del equipo.

 

 

Íñigo abre el horno y saca las brascadas. Entonces se queja de que la cocina es pequeña. Es un piso de estudiantes de manual. Con un pasillo largo y habitaciones a los lados, con las paredes estucadas de blanco. Y un balcón donde han acabado una bicicleta, una silla de playa, una escoba, los cubos para reciclar, el cesto de la ropa sucia y unas zapatillas de correr. El cocinero nos lleva ahora al comedor, reparte los bocadillos y saca una jarra de agua y un rollo de papel de cocina.

 

Al segundo crujen los bocadillos ante la presión de las mandíbulas. La ternera está tierna y el ‘bocata’ tiene mucho sabor. Aunque su economía es algo justa, a Íñigo le gusta ir a comprar al Mercado de Algirós y seleccionar buenos productos. Todo lo que lleva la brascada lo ha comprado esa misma mañana. “Me gusta ir a los mercados por la calidad del producto y por la atención”. Cada dos meses, o así, coge el autobús y viaja durante siete horas, por la noche, de València a Tolosa en el Bilman Bus.

 

Cuando llega coge un tren hasta Urretxu y aprovecha los días que tiene para ver a la cuadrilla y para dejarse querer por la abuela, que siempre le cocina las alubias.

Todavía no sabe qué bocadillo hará para el siguiente partido en Mestalla. Cualquier cosa que se le ocurra o le apetezca. Entonces lo grabara todo, lo editará y lo subirá a las redes sociales. El contador de ‘likes’ comenzará a subir. También habrá gente que le pondrá comentarios negativos o con algo de sorna.

 

 

“Bocadillos de primera y equipo de segunda” es un clásico. “Ese me hace mucha gracia”. Otros elogian el relleno pero critican el pan. “Es algo que no se conseguido encontrar en València, un horno donde hagan pan muy bueno. Porque encima yo vengo de familia de panaderos y en mi casa siempre ha habido buen pan”.

 

El resto de días, cada uno se cocina lo suyo. Aunque algún sábado o domingo, a Íñigo le gusta hacer la paella. Dice que debe hacerlas buenas porque el vasco cocina y los valencianos comen. “Así que malas no deben estar…”. Pero lo que más le gusta es hacer los bocadillos y subirlos a TikTok e Instagram. Los platos ya están vacíos. Apenas han sobrado unas migas y algún nervio de la carne. No sabe cuánto tiempo seguirá haciendo esto pero, antes de la despedida, hace una promesa: “Si el Valencia se salva, me comprometo a seguir haciendo los bocadillos la temporada que viene”.

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