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EL MURO / OPINIÓN

¿Vandalismo? No, delincuencia

Foto: EVA MÁÑEZ

Pintadas en espacios públicos, intentos de incendio, “atentados” en complejos urbanos. Esa es la realidad en torno a nuestro patrimonio histórico, artístico y civil. No es gamberrismo, simplemente delito. Tenemos leyes para evitarlo, aunque no se apliquen.

4/02/2018 - 

Durante las pasadas legislaturas existió un largo espacio en el que a Generalitat y Cámara autonómica les gustaba mucho redactar y aprobar leyes. Hasta innecesarias. Iba una detrás de otra. Sin freno, ni perdón. Muchas quedaron en papel con el que rellenar el Diario de la Generalitat Valenciana. Como esa antigua ley del Mecenazgo que era literatura imposible de entender; no es de extrañar que hayan tenido que hacer una nueva. A día de hoy, y visto desde la perspectiva temporal, uno cree que se legislaba al ritmo del ruido mediático. Muchas leyes ni se aplican. No sirven para nada, aunque fueran modificadas en función de las tropelías del momento. Hay infinidad. Tantas que nadie sabe actualmente sobre su existencia.

Durante los últimos meses, por ejemplo, venimos leyendo infinidad de denuncias sobre el vandalismo que afecta a nuestro patrimonio histórico, artístico y/o cultural, cometido por anónimos. También sobre el abandono de muchos espacios históricos o de Relevancia Local a los que las leyes obligan  a tener recuperados o protegidos. Pero no es así.

Intentan pegar fuego a la portada románica de la Catedral, aparecen después pintadas en el mismo escenario, se ataca por puro frenesí a monumentos o instituciones…Roban en museos y organismos expositivos como el Centre del Carme o el San Pío V, -lo de los robos es como para hacérselo mirar- grafitean el nuevo pasaje de las Grandes Vías, aún no inaugurado o los puentes históricos y otros monumentos civiles. No pasa nada. Pese a las leyes. Ahí estamos. Por no hablar de todas esas pinturas del patrimonio público que salen de gira pero regresarán, como lo hacían también antes, baldadas por ausencia de condiciones, pero con fotos políticas heroicas y hasta comarcales.

Decía que lo de los robos es para analizar porque parecemos ser la autonomía del hurto en museos o espacios públicos. Robaron pinturas rupestres con radiales en Alicante. Jamás aparecieron. Del San Pío V se llevaron un cuenco chino de hace siglos. De las Atarazanas desapareció un cuadro de Cillero, en el Museo Benlliure, una pieza de Sorolla, y más recientemente varias esculturas en el San Pío V, de un almacén cerrado y externo. Ahora le ha tocado el turno a un dibujo de Ramón Gaya en el Centre del Carme. Y aquí paz y después gloria sin que sepamos de la misa la mitad. Ni de las pesquisas, modo o forma. No sabemos nada. Somos campeones, que alguien diría. ¡Vergüenza! ¡Fiesta!

La justificación siempre ha sido que el valor de lo sustraído no era/es tan importante. Pues, a partir de ahora como el valor no es tan significativo, a robar todos mientras no nos pillen. Pero nadie da la cara. Ni lo hicieron en su momento, aunque la tormenta fue de aúpa. No como ahora que parece estar todo tolerado. Nadie asume una responsabilidad. Ni se mira. Ni se critica.

En cualquier ciudad del mundo un robo en un museo se habría convertido en un auténtico escándalo. Se habría puesto patas arriba la institución y a sus responsables. Estarían todos en el punto de mira, por no decir destituidos. Directamente.

Foto: KIKE TABERNER

Sin embargo, ya no asusta ni eso. Por una simple gotera cesó un director del Prado; un simple desfile de moda se llevó a su sucesor. Sin contemplaciones. Aquí se ha inundado no se sabe ya cuentas veces el Museo San Pío V -no ahora afortunadamente sino antes por falta de mantenimiento- y todo fue gloria. Cubos llenos de agua recibían a los visitantes como si se tratara de una instalación artística.

Sí, ya sé que no es responsabilidad directa, pero sí lo es política o de gestión. Al menos para abrir una investigación exhaustiva. Pero no. Ya lo cubrirá el seguro. Pensarán. Si es que se ha firmado alguno. Como cuando tampoco se pagaba la luz y amenazaban con cortarla en algunos de nuestros principales espacios museísticos mientras disparábamos arcabuces repletos de confeti y barbacoas gratuitas.

Eso sí, continuamos con desfiles y robos como si fuera con nuestro destino. Es todo muy moderno. No estoy en contra, pero cada espacio merece un discurso y un respeto. Nunca una frivolidad pasajera. Lo que se llama una moto.

Un  acto de vandalismo es una pintada en mi zaguán, en la fachada de un edificio civil o de viviendas porque si no lo denuncias los seguros te dejan de lado. Un acto incívico. Pero un delito es cuando se comete sobre nuestro patrimonio histórico, como marca esa ley de Patrimonio Cultural Valenciano que al parecer muy pocos han leído o se desconoce. La misma ley modificada en les Corts según intereses políticos del momento -teatro romano o ampliación del Cabanyal, por ejemplo, para justificar o resolver un problema político-. Pero esa ley también contempla normas a cumplir por todos, Incluso sanciones millonarias a aplicar.

Nunca he sido partidario de que me vigilen por la calle, pero tampoco estoy de acuerdo que este tipo de delitos queden impunes y se resuelvan con una brigada limpiando fachadas de nuestros monumentos. Coste imprevisto añadido. Menos aún que nuestros gobernantes lo consideren una simple gamberrada. A este paso, todos seríamos culpables, pero para algo hemos aprobado normas, aunque una vez aprobadas sólo sirvan para un aplauso de nuestros diputados, un fin para demostrar en su momento que velaban por nosotros pero servían al mismo tiempo para ocultar que mientras se legislaba se trincaban también decenas de millones de euros con los que financiar patrimonios privados y partidos.

El día que alguien sea contundente se acabó el problema o, al menos, parte del mismo. Y si no están por la labor, el siguiente. Hay que ser serio y riguroso.

Hablando de leyes. ¿Alguien sabe algo o se acuerda de la Ley del Teatro aprobada allá por el dos mil y nunca ejecutada que hasta contemplaba la creación de una compañía estable de teatro? Cualquiera podría exigir responsabilidades de cumplimiento. No es por nada. Todos esos enfadados del teatro y la subvención pública deberían hacerlo mirar. 

A estas alturas, todos los informes de los técnicos municipales o de la Generalitat darían para un serial. Si existen, claro.

PD. Por cierto, ¿qué es de ese millón que nos gastamos en trajes de época para un pasacalle en homenaje a Jaume I por gracia y deseo del Emperador Camps y súbditos bendecidos por la orden templaria? ¿Dónde están? ¿Para qué sirven? ¡Menudo susto!

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