En un género tradicionalmente dominado por hombres como es el de la ciencia ficción, el colectivo Artemisa ha conseguido un hueco. Siete escritoras de la Comunitat Valenciana que ya se están reivindicando
VALÈNCIA. No se exagera un ápice si se señala València como uno de los epicentros de la literatura de ciencia ficción en España. Puede resultar un tanto extraño dada la preponderancia de la industria editorial radicada en Barcelona y Madrid, pero se debe al papel que jugó en los años cincuenta la capital del Turia a la hora de producir novelas de género destinadas a nutrir los estantes de todo el país (véase el número 52 de Plaza). Lejos de quedar como un fulgor momentáneo, desde el cap i casal han surgido figuras relevantes, como el también cineasta Juan G. Atienza, volcado en una vertiente más social y encaminado a una franja de mercado más intelectual, como marcaba la colección Nebulae que acogió sus escritos de anticipación en los años sesenta. Cabe mencionar a Gabriel Bermúdez Castillo, probablemente la pluma de más prestigio en los años setenta, natural de València pero desplazado a Zaragoza en su infancia. Nos dejó en mayo de este año, en Elche. Quedan al menos algunas de sus novelas, Viaje a un planeta Wu-Wei o El señor de la rueda entre otras, como jalones indispensables.
Las páginas de la revista Nueva Dimensión (1968-1983) acunaron a dos autores valencianos, Javier Redal y Juan Miguel Aguilera, llamados a revolucionar el panorama literario al plantear escenarios interestelares con tal ambición que dejaron boquiabiertos a propios y extraños. De finales de los ochenta datan sus novelas Mundos en el abismo e Hijos de la eternidad, que firmaban al alimón. Años más tarde el escritor Eduardo Vaquerizo al referirse a estas obras recalcaba que, a diferencia del cine, no hacía falta grandes presupuestos: «Era una pastilla de papel». Era, en efecto, cuestión de talento.
Cuatro generaciones de literatos y, sin embargo, teníamos una locomotora a medio gas, faltaba la representación femenina. Evidentemente, como causas de esa ausencia palmaria subyacía una serie de factores, cuando en los Estados Unidos por aquel entonces escritoras como Lois McMaster Bujold y Connie Willis estaban en la cresta de la ola, encabezando la renovación del género. El mencionado Juan Miguel Aguilera entendió la necesidad, con el cierre de siglo, de poner remedio, siquiera momentáneamente: «En ese momento, la ciencia ficción española era un género masculino. La única mujer que escribía ciencia ficción era Elia Barceló. Y lo hacía de maravilla, pero te preguntabas cuántas buenas escritoras como Elia había por ahí, fuera de nuestro foco. En EEUU, ya empezaban a acaparar los premios y aquí parecía que íbamos muy por detrás. El año 2000 fue muy especial para mí, fue el año en el que empecé a publicar en Francia y el año en el que me fui a Hollywood para rodar mi película de ciencia ficción espacial. Y también fue el año en el que me ofrecieron seleccionar la antología Visiones, mi visión de la ciencia ficción. Y mi visión era que había que encontrar nuevas firmas femeninas. A pesar de mis esfuerzos, solo conseguí incluir un 25% de escritoras. Era mucho para la época pero a mí me parecía insuficiente».
La antología anual Visiones, apadrinada por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, palió un año esa sequía, pertinaz, de firmas femeninas, pero todavía se necesitaban mayores incentivos. De nuevo, Juan Miguel Aguilera vio la oportunidad de impulsar ese cambio: «En 2015 impartí un curso de escritura en Bibliocafé. La casualidad quiso que todos mis alumnos fueran mujeres, las que ahora forman el núcleo de las Artemisas. Después de solo un par de clases me di cuenta del enorme talento que se había reunido en ese curso, mujeres que, además de escribir muy bien, tenían sólida base científica y una imaginación poderosa. Sinceramente, me sigue pareciendo un milagro que un grupo así se reuniera aleatoriamente. Le debía una antología de Akasa Puspa a mi editor. Tuve la idea de hacerla con ellas, trabajando las ideas y los escenarios entre todos. Y fue un éxito. Esta vez la antología salió con quince relatos, diez de los cuales estaban escritos por mujeres. Y, bueno, de ahí nació el Proyecto Artemisa que creo que está destinado a transformar por fin la ciencia ficción española».
Akasa Puspa es un cúmulo globular, un escenario interestelar donde transcurren las novelas de Aguilera y Redal, hollado después por varias plumas de la ciencia ficción contemporánea. En una antología, Akasa Puspa (Sportula, 2012), destacó Felicidad Martínez con La textura de las palabras, sobrecogedora novela corta sobre el rol femenino, publicada posteriormente en inglés con una gran acogida. Nacida en València en 1976, Felicidad Martínez saltó a la novela con Horizonte Lunar (Sportula, 2014), nombre que recibía una nave interestelar en lo que era una aventura espacial sin complejos, rematada con Los rostros del pasado (Sportula, 2015), escrita junto a Rodolfo Martínez. En la segunda antología, Antes de Akasa Puspa (Sportula, 2015), no participaba Felicidad Martínez pero encontrábamos a las mencionadas artemisas, luego reunidas en torno al Proyecto Artemisa: Marisa Alemany, Elena Denia, Eva G. Guerrero, Cruz Gabaldón, Miriam Jiménez Iriarte, Ana Lozano y María Tordera.
María Tordera:«El truco está en insistir, en no darse por vencido, en continuar escribiendo, seguir mejorando y aprendiendo»
Eva G. Guerrero precisa sobre el Proyecto Artemisa: «El papel del colectivo, de nuestro proyecto, tiene que ver con la sororidad. Somos escritoras, mujeres de distinta formación que nos hemos unido con el fin principal de apoyarnos, compartir conocimientos y recursos en cada paso o fase del proceso creativo de la escritura. Dar sororidad al trabajo de otras escritoras también, en un género en el que históricamente hemos tenido poca presencia. Es cierto que la balanza se está equilibrando pero no está de más continuar con la labor de visibilizar el trabajo y las inquietudes de las autoras de lo extraordinario, que incluye entre otros géneros la ciencia ficción, la fantasía y el terror.
Por último y no menos importante, impulsar estos géneros y promocionarlos como literatura generalista y de calidad». Todo ello, no olvidemos, nacido en el seno de un taller literario, como señala Eva G. Guerrero: «Concedo bastante valor a los talleres literarios, sobre todo son muy útiles en los inicios, cuando uno quiere convertirse en escritor y le faltan herramientas. En mi caso y en el de mis compañeras en el taller de Juan Miguel Aguilera se creó una sinergia creativa que generó muchas cosas positivas: aprendizaje, amistad, proyectos futuros… Y también creo que asistir a más de un taller es enriquecedor, por conocer distintas maneras de abordar la literatura, experiencias de trabajo particulares y gente, sin duda interesante, con inquietudes similares».
Ana Lozano añade: «Creo que los talleres literarios ayudan a las personas que quieren dedicarse a la escritura de modo profesional. El escritor novel puede albergar muchas ideas e imaginación, pero a menudo desconoce las técnicas adecuadas para lograr una escritura atractiva. En un taller de escritura te dotan de recursos para incrementar tu vena creativa original, pero, aún más importante, te ayudan a sistematizar lo que ya posees. Una narración literaria es como un edificio: si no se le dota de un buen andamiaje lleno de apoyos, que repartan el peso de la construcción, o si estos son excesivamente débiles, no llega a construirse o es tan endeble que se derrumbará».
Debe recalcarse que, como en todo proceso de aprendizaje, no consiste en llegar y besar el santo; resulta más gráfico y exacto vislumbrarlo como una carrera de obstáculos, en el transcurso de la cual habrá que levantarse repetidas veces. Por ello, para bregar en el campo de la literatura se recomienda comenzar con pequeños tramos y así desentumecer las neuronas, ganar confianza. Ahí quedan relatos desperdigados en varias antologías: la editorial valenciana Cápside, regentada por el escritor Sergio Mars, publicó El abismo mecánico y otros relatos sobre inteligencia artificial (2015) en la que participaba la artemisa María Tordera, mientras que en La canción de Orfeo y otros relatos de viajes interestelares (2016) se sumarían Eva G. Guerrero y Marisa Alemany; añádanse otros recopilatorios como las antologías Ins-Omnium, de la editorial Arce.
A veces estas antologías suponían la oportunidad de leer un relato premiado en algún certamen, inédito hasta el momento, otro de los aspectos que comparten las nuevas autoras, caso señalado de María Tordera: «Creo que los concursos son una buena forma de empezar. Constituyen un buen reto. Si logras una mención o un premio, suben tu moral y te animan a seguir escribiendo. También obtienes un beneficio económico que puede ser fundamental si vives de la literatura, o un complemento si tus ingresos proceden de otra fuente. Si no consigues ganar, aprendes el valor de la constancia. El truco está en insistir, en no darse por vencido, en continuar escribiendo y presentándote a otros certámenes para seguir mejorando y aprendiendo».
Precisamente uno de los premios que ha catapultado de una forma más decidida a varias autoras de literatura de género ha sido el Certamen de Relato Corto Pascual Enguídanos-George H. White. Organizado por el Ayuntamiento de Llíria y bautizado con el nombre del patriarca de la ciencia ficción española, ha reconocido a autoras como María Tordera, Marisa Alemany, Eva G. Guerrero, Elena Denia o Marina Lomar, que coqueteó con el género para escorar hacia el thriller en la novela Trampantojo (Babylon).
Con todo, de entre los trabajos colectivos hay que destacar la antología Siete Máscaras (Kelonia, 2018), presentada en el Golem Fest, que reúne a la totalidad del Proyecto Artemisa, a razón de un relato por componente. Aflora la formación técnica de muchas de las autoras: Cruz Gabaldón, ingeniera de telecomunicaciones, alerta en La ciudad análoga de los peligros inherentes a las redes sociales; la físico Elena Denia, bregada en programas de radio de divulgación científica, versa sobre las armas químicas y nanodrones; María Tordera construye en el brillante relato El rostro de la máscara una narración a tres bandas, incluido un retroceso a los lugares recónditos de la memoria y un entorno que se diría consecuencia del cambio climático.
Tal y como explica la escritora, «está claro que, con el deshielo de los polos, el nivel del mar está subiendo y podemos imaginar que al final del siglo que viene o inicios del próximo podría haber subido de forma considerable. La duda es cuánto. Depende del ascenso de las temperaturas medias globales y de numerosos factores que apenas conocemos.
Los expertos no se ponen de acuerdo. Pero bastaría una subida de dos metros para inundar grandes ciudades costeras como Barcelona, Shangai, Nueva York o la misma València. Puede que desarrollemos tecnología para protegerlas, como en mi relato, pero no podríamos salvarlo todo. En mi cuento, la acción se sitúa en Venecia por una razón. Ahora mismo la ciudad ya tiene problemas de inundaciones, sobre todo con la marea alta y en determinadas épocas del año. De hecho, acaban de finalizar la construcción de un sistema de diques móviles.
'diosa de tierra y metal' y 'ayantek' son la punta de lanza de un bienvenido cambio en el género de anticipación
Con esa megaestructura de 78 compuertas que cierran la laguna, los venecianos pretenden evitar lo que ellos llaman aqua alta, que inunda periódicamente lugares turísticos como la plaza de San Marcos, y proteger los monumentos artísticos de la ciudad. El sistema ha sido bautizado como Mose, 'Moisés'. Un nombre con resonancias bíblicas: 'salvado de las aguas' (en mi relato, dentro de cien años, es una evolución más avanzada, Moisés III, la que protege Venecia). Mose en estos momentos aún no está operativo, pero se espera que lo esté en un par de años».
Entre lo más prometedor del Proyecto Artemisa se cuenta el salto que están dando sus componentes a la novela. La primera de ellas ha sido la ingeniera informática ß con Diosa de tierra y metal (El transbordador, 2018), como suele ser habitual en la autora, enfocada en la space-opera, querencia que desarrolló a partir de escritores como Stanislaw Lem o Isaac Asimov, y en la que aporta además el conocimiento de filosofías orientales y un enfoque feminista.
«Reconozco que algunas escenas, especialmente las que tienen contenido sexual tántrico, están narradas con una sutilidad difícilmente achacable a un escritor varón. De hecho, creo que actualmente las mujeres están arrasando en los géneros de lo extraordinario, al menos en el mundo anglosajón, porque su forma de abordar los sentimientos y las posibilidades antropológicas del ser humano son más profundas. No en vano, hasta hace unas pocas décadas, la gestión de las emociones ha sido una de las pocas armas femeninas ante la imposición de normas más generosas con el género masculino. Según comenta Susana Gisbert, quien me ha honrado escribiendo el prólogo, la novela no es feminista ni busca serlo porque las diosas no reivindican su posición, simplemente la disfrutan, ya que, en ese momento, en el espacio-tiempo, ya están superadas las diferencias desde hace eones», asegura Alemany.
Por su parte, Miriam Jiménez Iriarte ha debutado con Ayantek (Insólita, 2019), en la que sin renunciar a la plausibilidad consustancial al género presenta una sociedad que puede servir como espejo de otras muchas: «La ciencia ficción es una herramienta maravillosa para presentar situaciones sociales. Nuestra propia cultura tiene convencionalismos y tabúes que obstaculizan el hablar sobre ciertos temas. En Ayantek no solo trato esos tabúes, sino que los muestro sin el maquillaje que nuestra sociedad nos impone. Muestro el abuso del poder en cada una de sus facetas, aquí incluyo también la pederastia y todo tipo de vejaciones. Nadie quiere hablar sobre ello porque es demasiado doloroso. Miramos hacia otro lado. La evolución puede ser positiva o negativa. Una sociedad puede retroceder tecnológica y culturalmente. Eso es el síntoma de la enfermedad; en Ayantek algunos de los personajes consiguen averiguar dicha 'enfermedad' y sus creencias tambalean».
Una novela curiosamente escrita en tercera persona del presente: «Es la voz que necesitaba para contar la historia desde el punto de vista de cada personaje, mostrando sus acciones y sus palabras desde una 'cámara al hombro'. De esta manera consigo describir situaciones sin entrar en los pensamientos de cada personaje, para que el lector pueda deducir lo que sucede mediante sus acciones y sus palabras. Requiere un poco de esfuerzo, pero... ¿quién dijo que Ayantek fuera fácil?».
Estas dos novelas son las primeras de una oleada que confirma un cambio bienvenido en el género de anticipación, demasiado tiempo postergado, y que luce un inequívoco acento valenciano.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 59 de la revista Plaza