Que Netflix haya incluido en su catálogo la mítica serie de Antonio Mercero no hace más que agrandar la leyenda de una serie que marcó la historia de la televisión en España
VALÈNCIA.- Si le preguntan a cualquier televidente español de entre 40 y 70 años qué frase televisiva le emocionó más, es muy probable que diga: «¡Chanquete ha muerto!». Nadie que estuviese frente al televisor aquel domingo de febrero de 1982 habrá podido olvidar aquel momento dramático que, con solo un grito, marcó a varias generaciones, mitificó a un actor, convirtió la localidad costera de Nerja en lugar de peregrinación y no se sabe cuántas cosas más. Aquel fue un año intenso para España, que acogió los mundiales de fútbol, mordió el polvo en Eurovisión, pasó el verano emboscada por María Jesús y su dichoso acordeón y votó al primer gobierno de izquierdas de la nueva Democracia. Pero la muerte de Chanquete fue sin duda el acontecimiento que mayor impacto emocional tuvo entre muchos de nosotros. Tanto que presentar a estas alturas a Chanquete incluso se antoja absurdo.
Fue el valenciano Antonio Ferrandis quien dio vida a este marinero retirado. Sabio y bonachón, fue el padrino involuntario de una serie de jovencitos destinados a vivir el verano más importante de sus vidas en un pueblo de la costa andaluza que no era otro que Nerja. El alma de Verano azul era él y el público nunca lo olvidó. Antonio Mercero, creador de la serie, declaró años después que si TVE hubiese adivinado el golpe emocional que supuso la muerte de dicho personaje, seguramente no hubiese aceptado aquel desenlace. Así y todo, la serie ha sido repuesta docenas de veces durante estos 38 años. No es extraño que hace unas semanas, Netflix decidiera incluirla en su oferta de series a la carta.
Chanquete no estaba solo. Aquellos adolescentes que recorrían el pueblo en bicicleta haciéndole la competencia a los niños de E.T. —ojo, que la escena de descenso que se ve en la cabecera está filmada desde un coche—, que se enamoraban y sufrían conflictos morales y familiares, también tuvieron una madrina. María Garralón interpretaba a Julia, la pintora taciturna que, junto con Chanquete —que también tocaba el acordeón, por lo visto era tendencia— se convirtió en confidente de aquel grupo de chicos y chicas que no se relacionaba del todo bien con el mundo adulto. Al igual que Chanquete, Julia también tenía sus propias penas que purgar, pero el inesperado encuentro con Javi, Bea, Desi, Tito, Piraña, Pancho y Quique marcaría un antes y un después en las vidas de todos los protagonistas de Verano azul.
Y sí, una vez más, hay que señalar que, aunque se trata de una serie costumbrista, fue un proyecto que rompió algunos moldes en la televisión del momento, la de aquella España que quería ser democrática y moderna sin acabar de saber muy bien cómo. En Verano azul había padres separados y especuladores sin escrúpulos, alegatos ecologistas, denuncias veladas al materialismo y hasta avistamientos de ovnis, aunque esto último quizá se debiera a que en Nerja los platillos volantes se paseaban como Pedro por su casa.
Hoy, la secuencia de Tito y el Piraña —los críos de la historia— pidiéndole a Chanquete que les explicara cómo se hacen los niños sería impensable.También era una serie socialmente transversal, en la que los niños veraneantes entablan amistad con un nativo huérfano que ha de trabajar para ganarse la vida. Eso sí, durante los dos años que duró el rodaje —24 meses para 19 capítulos: ni Coppola en sus momentos álgidos—, los niños actores no pudieron evitar crecer y los más pequeños tuvieron que llevar prótesis que disimularan que habían perdido sus dientes de leche.
Los aciertos de la serie no aparecieron en la pequeña pantalla por casualidad. Antonio Mercero ya había dejado boquiabiertos a los telespectadores con aquel sobrecogedor mediometraje llamado La cabina y, en cierto modo, era un maestro del entretenimiento, como lo fue Chicho Ibáñez Serrador; tal y como demostró también en series posteriores como Farmacia de guardia. Si tenemos en cuenta que el rodaje de Verano azul comenzó en 1979, sus guiones tienen todavía más mérito. Pensemos en aquel capítulo en el que las fuerzas de la especulación quieren quitar de en medio La dorada 1, el barco que servía de hogar a Chanquete en la playa. Con la ayuda de Julia, los niños se convierten en los principales defensores de una causa más que justa, ante la perplejidad de unos padres apoltronados que no terminan de entender qué ven sus vástagos en aquel viejo barco y en su propietario. La imagen de los niños cantando «del barco de Chanquete no nos moverán» —una versión autóctona del clásico del góspel convertido en canción protesta I Shall Not Be Moved— fue puro 15M décadas antes de que este existiera.
Si Chanquete y Julia eran el alma de la trama, los niños eran su motor y su combustible. Juanjo Artero, que interpretaba al guaperas de Javi, consiguió labrarse una carrera a posteriori —en series como Policías o El Barco—, cosa que no todos sus compañeros lograron. Verano azul marcó a fuego a sus protagonistas, empezando por Antonio Ferrandis, que vio cómo toda su larga trayectoria dramática en cine y teatro era eclipsada por el bueno de Chanquete.
Los recién llegados no lo tuvieron mucho mejor. Miguel Joven, que encarnaba a Tito, y Miguel Ángel Valero, ‘el Piraña’, fueron durante años los mocosos de la serie, carne de discos y giras a lo Parchís. En cambio, a Jorge Sanz, que fue rechazado —se quedó sin interpretar a Tito (sus padres se negaron a que se tirara dos años rodando en Nerja)—, le fue de perlas. Tampoco lo tuvieron mucho más fácil José Luis Fernández (Pancho), Pilar Torres (Bea) y su hermana Cristina, que acabó en la serie de chiripa. Mercero la vio cuando acompañó a su hermana a firmar el contrato y decidió que era perfecta para encarnar a Desi, la amiga fea.
El otro gran protagonista de la serie es el pueblo de Nerja, que fue elegido como plató natural por sus 300 días de sol al año. Pero como el rodaje duró tanto (con un coste de 54.000 euros por capítulo) hubo escenas playeras que en realidad fueron filmadas en pleno invierno. Los nativos ejercieron de pleno como figurantes y cuando el rodaje terminó y el barco de Chanquete —era un decorado hecho en Prado del Rey— se desmontó, el pueblo erigió una réplica de aquella barca. Hoy corona un parque llamado como la serie en el que cada personaje cuenta con una calle propia. Si hay una serie española que se pueda considerar inmortal es esta, que ha conseguido que hasta los silbidos de la sintonía de Carmelo Bernaola le ganen el pulso al tiempo.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 59 de la revista Plaza