La ciudad rosada de Petra, una de las Siete Maravillas del Mundo y patrimonio de la Humanidad por la Unesco, justifica por sí sola un viaje a Jordania
VALENCIA. Este complejo arqueológico esculpido por los nabateos hace más de 2.000 años sobre las montañas del desierto de Wadi Musa no tiene nada que envidiar a prodigios como las pirámides de Guiza o la ciudad sagrada de Machu Picchu. Pero el pequeño reino hachemita atesora otros potentes atractivos turísticos que lo convierten en uno de los destinos más impactantes del planeta. Entre ellos destacan imponentes parajes naturales como el desierto de Wadi Rum o el Mar Muerto y vestigios romanos como los de la ciudad de Jerash, una de las mejor conservadas en Oriente Próximo. Su extraordinaria variedad se completa con el acceso directo al Mar Rojo a través de la ciudad costera de Aqaba, un paraíso para buceadores y aficionados al snorkel, y varios enclaves bíblicos como el Monte Nebo que lo convierten también en un incipiente destino de turismo religioso, una modalidad que trata de promocionar aprovechando el tirón de la visita del Papa Francisco en 2014.
Con todo, Petra continúa siendo el mayor imán para los viajeros que visitan Jordania, ajena a la convulsión habitual de otros países de Oriente Medio y con unas infraestructuras perfectamente adaptadas para el turismo, como la nueva terminal del aeropuerto de la capital jordana, Amán, diseñada por Norman Foster.
Petra es uno de esos destinos a los que todo el mundo debería poder viajar al menos una vez en la vida
Conocida como la ciudad rosada por el tono característico de la piedra en la que están tallados sus monumentos, Petra es uno de esos destinos a los que todo el mundo debería poder viajar al menos una vez en la vida. Ubicada a apenas tres horas por carretera de la capital, su magnitud requiere reservar como mínimo una jornada completa para disfrutarla, pues éste es un lugar para recrearse desde que los primeros rayos de sol se cuelan entre las montañas que la protegen.
Merece la pena madrugar para evitar el calor, que puede llegar a ser intenso en verano, y al mismo tiempo esquivar una mayor concentración de visitantes en el Siq, el desfiladero que se atraviesa hasta llegar al Tesoro, la imagen más reproducida de Petra. La ciudad fue construida por los nabateos, un pueblo árabe instalado en el sur de Jordania que la convirtió en la capital de su reino desde el siglo IV antes de Cristo. Pese a su grandiosidad, su ubicación entre montañas la hizo caer en el olvido hasta que fue redescubierta en 1812 por el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt.
El Siq no es un mero lugar de paso. Este sinuoso, angosto y largo desfiladero cuyas paredes llegan a alcanzar los 80 metros de altura mantiene a los visitantes en suspense mientras recorren sus 1.200 metros hasta que por fin se muestra ante ellos la fachada del Tesoro. Mientras tanto, vale la pena recrearse en las formas caprichosas que la erosión ha ido moldeando sobre estas piedras milenarias, testigos mudos de cómo en algún momento Petra fue una ciudad próspera en medio de un desierto de montañas. En pocos lugares como en éste el viajero se siente tan minúsculo y abrumado. El icono más reconocible de Petra es la fachada del Tesoro recortada entre las paredes del desfiladero gracias entre otras cosas a que éste fue el escenario elegido por Steven Spielberg para rodar los exteriores de la escena del templo de Indiana Jones y la Última Cruzada. Ante el Tesoro resulta inevitable preguntarse cómo hace 2.000 años fue posible esculpir algo tan perfecto.
(El reportaje completo se puede leer en la revista Plaza de noviembre, ya a la venta).