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EL FANTASMA DE LOS ASUNTOS PENDIENTES

Viaje a los propósitos culturales que no has cumplido este año

Exposiciones que no has visitado, conciertos a los que no pudiste ir, piezas escénicas que se te escaparon entre los dedos, libros que querías leer y al final se han quedado en la estantería esperando… ¿Qué hacer cuando el FOMO pasa de temor abstracto a certeza tangible?

19/12/2022 - 

VALÈNCIA. Con cada final de ciclo, el ser humano se ve embargado por una pulsión salvaje: hacer balance. Repasar los objetivos conquistados, amontonar las victorias. Pero junto a los triunfos, se agita pavoroso el fantasma de los deseos no satisfechos y los hitos que han quedado en espera. Es en ese recodo de los propósitos no cumplidos en el que queremos detenernos ahora que encaramos los minutos de descuento de 2022. Frente a un clima de celebración de lo obtenido y exhibición de los logros más lustrosos, preferimos recorrer las costuras de aquello que no hemos alcanzado este año, de lo que estuvimos a punto de hacer, pero al final no. Aquí toman el protagonismo los planes culturales frustrados; esos que nunca llegamos a ejecutar, esos que se vieron truncados por imprevistos de última hora, sufrieron la contraprogramación de unas agendas hiperactivas o, simplemente, se nos pasaron por alto. Exposiciones a las que no llegamos, libros que nos prometimos leer (infructuosamente), películas y estrenos teatrales que se nos escaparon de la cartelera, conciertos a los que no pudimos ir… El FOMO (fear of missing out) pasa así de temor abstracto a certeza tangible. Sí, te lo has perdido, ¿y ahora, qué?

Comenzamos nuestra expedición a esas citas de la creatividad que no fueron con un primer interrogante: ¿vale la pena plantearse objetivos culturales cada año o es un abono seguro a la frustración? En este sentido, la escritora y periodista Lourdes Toledo admite que a veces “nos marcamos más hitos de los que podemos lograr. Nuestras expectativas van más allá de lo posible, y el día a día se nos come”.

Turno para Jessica Martínez –integrante de Comitè Escèniques, gestora de artes escénicas y dramaturga–, quien asegura que las metas que se pone son “elegir bien qué cosas voy a ver y no hacerlo solo por compromiso, y digerirlas de una forma más pausada. Me permito rechazar obras y autores que no me interesan. Y me permito deleitarme en aquellas que realmente me tocan”. Una postura que comparte con Jorge Alamar, gestor cultural y director de la Fotoescuela: “nunca me he marcado ‘objetivos’ como espectador. Hoy en día es muy fácil enterarte de lo que ocurre a través de las redes. A partir de ahí me dejo llevar en función de interés, apetencia, o tiempo disponible. Me considero activo en este sentido, suelo ir a bastantes eventos, aunque con los que conecto más son los que organizan las nuevas generaciones. Me atrae aquello que está por legitimar muy por encima de lo ya establecido, por eso intento estar al día y conocer de cerca por dónde se encaminan las prácticas de las y los artistas más jóvenes”. Laura Bellver (periodista al frente de proyectos como la revista Impresas), no se marca metas concretas, pero sí intenta cada año “afianzar el compromiso de tener tiempo para la cultura en general, porque considero que es necesario ‘nutrir’ la mente con ello. Es una promesa a cumplir tanto en mi ciudad como en cualquier lugar al que viajo”.

Iniciativas ajenas que se nos escapan entre los dedos

Entrados ya en harina, toca poner cara y ojos a esas citas culturales que se fugaron de nuestros calendarios. A todos esos planes que pudieron ser, pero no fueron. Abre fuego Toledo, quien en 2022 se ha perdido “algunas exposiciones”. Nombres, queremos nombres de aquello que se le escapó entre los dedos. En Barcelona, el chasco vino con Turner. La luz es color, en el Museu Nacional d’Art de Catalunya: “fui un domingo a las 4 de la tarde y ya habían cerrado. En València me he perdido iniciativas en el Centre del Carme, como Emergency on Planet Earth. Quería haber ido con mis hijos y se nos pasó. La de ¿25 Años de Paz? El lavado de imagen del franquismo en 1964, en el Muvim, la vi, pero quería volver con ellos y, al final, no lo hicimos. Y creo que he ido poco al cine”, admite la autora de Amèrica endins (Bromera) o La inquietud (Pagès editors).

Un concierto de Vetusta Morla y el montaje Una noche sin luna, protagonizada por Juan Diego Botto, son los asuntos pendientes de Laura Bellver. “Tuvieron lugar en València en mayo y en noviembre, respectivamente. En ‘tiempos pandémicos’ me quedé con las ganas de Vetusta Morla en directo. Justo actuaban aquí el día de mi cumpleaños y se canceló. Esta oportunidad en 2022 hubiese sido ideal para resarcirme, pero tenía un compromiso personal de esos a los que no puedes fallar. ¡Maldición! Por otra parte, sigo a Juan Diego Botto desde hace tiempo y sobre esa obra de teatro he leído tan buenas críticas que tengo muchísima curiosidad. En este caso, ‘me atropelló la vida’ y llegué tarde a comprar las entradas. Agotadísimas. ¡Doble maldición!”.

Àgueda Forés, gestora cultural y gerente de APIV (Associació de Professionals de la Il·lustració Valenciana), introduce aquí la cuestión geográfica como un asunto determinante en sus deseos incumplidos. Así lo relata: “me gustaría haber asistido al seminario Miedo, amor y revolución en Matadero (Madrid), fue un programa de encuentros participativos articulados en torno a diferentes aproximaciones al miedo y conectados entre sí por la premisa de generar empatía desde la práctica artística, pero como era una actividad a largo plazo que ocupaba varios días no pude. También me he perdido en Madrid el festival de títeres para adultos Pendientes de un hilo, una pena”.

Fran MM Cabeza de Vaca y María Salgado (Foto: JORGE ANGUITA)

En el caso de Alamar, ese espectro de las oportunidades fugadas se llama Jinete Último Reino, de María Salgado y Fran MM Cabeza de Vaca “tenía la entrada para su actuación en La Mutant el pasado abril, pero no pude ir. Me encanta lo que hace María Salgado, la descubrí hace unos años por su libro Hacía un ruido. Frases para un film político, una maravilla. Es poeta y en ocasiones lleva su trabajo al terreno de las artes escénicas y la performance de una manera que me flipa. Creo que es lo que más me ha dolido perderme en 2022”. Y pone sobre la mesa la profusión de propuestas como arma de doble filo a la hora de construir nuestras agendas: “es imposible ir a todo, actualmente València es una ciudad con una oferta cultural muy amplia y habrá que continuar eligiendo prioridades”. En cambio, Toledo apunta como causa de estos incumplimientos “la procrastinación o la desidia. ‘Como lo tengo ahí, ya iré’. Lo vas dejando y finalmente no vas”.

Culpa, productividad, frustración y vil metal

Las metas no alcanzadas tienen todos los ingredientes para convertirse en la piscina favorita de esa bestia parda llamada ‘culpa’. Pesar por no tachar ciertas casillas vitales, por no completar nuestros inventarios íntimos sobre el triunfo o el tiempo bien empleado, por no haber hecho limpieza en nuestras listas de tareas pendientes. Así que no es descabellado plantearse si los propósitos culturales incumplidos también abonan ese campo del fustigamiento interno. Lourdes Toledo admite atravesar ese escenario “con un poco de rabia y remordimientos. El sentimiento de culpa que, además, tenemos a veces las madres por no llegar a hacer todo lo que querríamos... Y porque queremos dar lo mejor a nuestros hijos…”. 

En cambio, Forés habita rotunda el extremo contrario del tablero: “no lo vivo con culpa, la culpa paraliza. No vivo con especial drama no asistir a determinados eventos, son cosas que pasan, no podemos llegar a todo. Voy muy al día”. Y por rutas similares discurre Jéssica Martínez: “me he perdido cosas que me habría gustado ver, como Eclipsi Total de Pont Flotant, pero no lo vivo con rabia ni con frustración ni con desasosiego. He disfrutado de otras. Siempre pienso que si hay algo bueno que me he perdido, volveré a encontrarme con ello. Y si no lo hago, quizá es que no era tan interesante”.

'Eclipsi total' de Pont Flotant (Foto: NEREA COLL)

Con el ‘no me da la vida’ convertido en leitmotiv colectivo, parece casi inevitable no lograr hacer ‘check’ en todos los planes que anhelamos. Los ritmos de la inmediatez que habitamos no riman nada bien con el goce cultural en el tiempo libre. Así lo cuenta la dramaturga: “el sistema actual nos está robando el tiempo para cualquier actividad que no sea productiva. Incluso, cuando no estamos trabajando, invertimos tiempo en adquirir habilidades que aumenten nuestra productividad (estudiamos idiomas, planificamos la semana, nos vendemos en redes sociales, etc.). Los momentos para el cuidado, el descanso, el ocio o la cultura son residuales y los intentamos encajar mezclados entre sí o en los huecos que quedan”.

Por ello, desde el punto de vista profesional, Martínez considera "absurdo" luchar por conseguir más asistencia de público: “el día tiene veinticuatro horas y la oferta cultural y artística es inabarcable. No salen las cuentas. Los profesionales deberíamos luchar por quitarle tiempo al trabajo y no competir por conseguir más público. Ese público tiene, con suerte, una hora libre al día. No podemos exigirle que en esa hora vaya al cine, al teatro, a los museos, conciertos, etc”. Y otra derivada sistémica: Bellver saca a colación como escollo en las promesas fugadas el vil metal: “el estilo de vida actual, marcado por la supervivencia económica, dificulta disponer de los recursos necesarios para asistir a todo lo que nos gustaría. Al menos, así lo siento y lo observo en muchas personas de mi generación”.

2023 cabalga sin piedad hacia nosotros y, con él, otros doce meses de propuestas culturales cautivadoras que, por unos motivos u otros, vamos a perdernos impepinablemente. ¡Atrás, espíritus de los propósitos incumplidos! ¿Es posible que aquí, como en los regalos terribles que nos prepara algún ser querido bondadoso pero con pésimo criterio, la intención sea lo que cuente?

'Emergency on planet earth'

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