A pesar de la desintegración del bloque comunista, corremos el riesgo de que la crisis financiera internacional ponga fin al sueño liberal
Ahora que hemos empezado una nueva década, los años 20, muchos se están acordando de los llamados “felices años 20” de hace un siglo. Sin embargo, aquellos años, tras la Primera Guerra Mundial, fueron sólo el último estertor de una de las etapas de mayor libertad económica que ha conocido el mundo, entre finales del siglo XIX y la primera década del XX, que terminaron con la Gran Depresión en 1929. Fue gracias al patrón oro y a la primera globalización, con los avances en las comunicaciones y el transporte, que supusieron un gran aumento del comercio y los intercambios en general, incluyendo la circulación de capitales y las primeras grandes inversiones en infraestructura, como el canal de Suez, primero, y el de Panamá, después. A menor escala, dado que no se ha producido una guerra, se puede establecer un paralelismo cien años después. La globalización de nuestro tiempo comenzó alrededor de 1990, con la revolución de las telecomunicaciones y, desde el punto de vista histórico, el final de la Guerra Fría y el desmembramiento de la Unión Soviética. Parecía que, después de la Segunda Guerra Mundial, los postulados de las democracias liberales habían ganado la partida a las economías dirigidas. Pero la crisis financiera internacional ha puesto en riesgo el sueño liberal. Casi sin darnos cuenta hemos asistido, durante la pasada década, a un lento avance de postulados impulsados por los populismos, que han supuesto, en la práctica, una merma de libertades individuales y colectivas.
En los últimos años el retroceso del liberalismo se ha materializado en forma de un mayor nacionalismo económico. Álvaro Leandro y Álex Ruiz lo denominan “iliberalismo” en un dossier elaborado para el número de enero de CaixaBank Research. Una mención muy importante es la que hacen al semanario “The Economist”, que en 2018 publicó un manifiesto (en la edición de su 175 aniversario) a favor de recuperar los principios liberales. Basándose también en un trabajo publicado por Monica de Bolle y Jeromin Zettelmeyer en el Pearson Institute, concluyen que el consenso (incluso académico) sobre la bondad de los principios del liberalismo económico se ha ido reduciendo desde la Gran Recesión. Así lo reflejan los indicadores que tradicionalmente se asocian a la libertad económica. En el caso del citado dossier de CaixaBank (Figura 1), puede apreciarse que, en casi todos los ámbitos de las relaciones internacionales, con la excepción de la Inversión Extranjera Directa (IED), han aumentado las prácticas restrictivas en forma de restricciones al comercio, a la inmigración, menor multilateralismo y menor uso de la política de la competencia.
España, según indicadores como los de “Economic Freedom” de la Fundación Heritage o “Doing business” del Banco Mundial, se encuentra en una de las últimas posiciones de la Unión Europea, y entre el 30 y 60 a nivel mundial (dependiendo del indicador). A modo de ejemplo, puede verse que, según Doing business, España sólo se situaría en el nivel más alto en el único componente que no depende de nosotros, sino de la política comercial europea: “comercio transfronterizo”, al tener aranceles muy bajos. Respecto al índice “Economic Freedom” (Figura 3), ocurre lo mismo: los mejores resultados (en verde) tienen que ver con materias en las que hemos cedido nuestras competencias a la Unión Europea. No parece muy alentador, por ejemplo, que la efectividad en la aplicación de las leyes se encuentre en la media mundial o que nuestro mercado de trabajo esté más regulado, en término medio, que el resto del mundo, lejos de las posiciones de nuestros socios europeos.
A nivel mundial el liberalismo económico está también en retroceso, en gran parte por las consecuencias de la Gran Recesión, pero también relacionados con el relativismo moral y la crisis de valores, como en otras ocasiones. La segunda (y pronto primera) mayor economía del mundo, China, es una dictadura, mientras que Vladimir Putin, en Rusia, está en vías de asegurarse el poder indefinido. En Estados Unidos, Donald Trump ha introducido claramente medidas que reducen la libertad de comercio, de movimiento y de establecimiento, principios que (de momento) aún defendemos en Europa.
España no es una excepción. De hecho, uno de nuestros dramas es que la revolución liberal del s. XIX nunca cuajó en nuestro país. En nuestro caso, el fin de la Guerra de la Independencia no supuso la adopción de la Constitución de 1812 y la aplicación de modelos institucionales de corte liberal, sino que al grito de ¡Vivan las cadenas! se restauró el absolutismo, con el cáncer de las Guerras Carlistas que poblaron una gran parte de nuestro siglo XIX. La tozudez de la ignorancia y el regocijo ante los errores, como muestra Galdós en sus Episodios Nacionales, postergó y complicó la modernización de España, retraso del que aún no nos hemos recuperado. Como Sísifo, cada vez que tocamos la convergencia con el resto de Europa con la punta de los dedos, la piedra del catetismo nos aplasta inexorablemente. En las Cortes de Cádiz se inventó el liberalismo: fueron españoles los primeros liberales y, paradójicamente, los segundos fueron los revolucionarios que lideraron la independencia en las antiguas colonias españolas. Sin embargo, en nuestra península su duración fue efímera, con consecuencias no sólo económicas, sino también políticas y morales.
Gracias al liberalismo en el mundo occidental se instauraron sistemas educativos como los que hoy tenemos o se adoptaron las democracias parlamentarias. Que no nos embauquen los adalides de la “neolengua”, que ya sabemos es otra forma de autoritarismo: cuando escuchen que alguien emplea el calificativo “neoliberal” enciendan todas las alarmas, pues es un término usado sólo de forma peyorativa por los populistas para desgastar el prestigio del liberalismo. Se ve que me hago mayor y cada vez recuerdo con más nostalgia a mi yo adolescente que presenció y admiró (desde una cierta distancia) la irreverencia transgresora de los ochenta. ¿Qué pensarían hoy los (siempre) enfurruñados inquisidores de lo políticamente correcto? No estamos condenados a repetir los errores de los años 20 del pasado siglo, ni siquiera los del anterior. Relean “La rebelión de las masas” y asústense, pues muy pocos por aquel entonces (1929) eran conscientes del peligro que suponía adoptar el simplismo populista que nació como respuesta ante la crisis moral que provocó la Gran Guerra. O vean la serie británica “Years and years” si quieren conocer el miedo. Nosotros aún estamos a tiempo: acaba de empezar la década.