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EL CONSUELO, UN VECINO INCÓMODO

Vivir con la vida y la muerte en la ventana 365 días al año

Foto: KIKE TABERNER
17/12/2017 - 

VALÈNCIA. Trabaja de auxiliar de Enfermería en el Hospital General. Carmen Raynor es de padre estadounidense, de ahí lo exótico de su apellido. Durante las horas laborales trabaja con la vida y la muerte, entre medicinas y botellas de oxígeno. Cuando llega el descanso la vida y la muerte las tiene delante de su casa, frente a su ventana. Porque Raynor es una más de las afectadas por la Clínica del Consuelo. En una situación insólita, que se mantiene desde hace más de cuatro décadas, València tiene a gala ser una de las pocas metrópolis donde un recinto hospitalario está enclaustrado entre bloque de viviendas. Hasta la Unión Europea ha calificado la situación de ‘abuso urbanístico’. “Me molesta mucho trabajar en un hospital y venir a descansar a otro”, explica señalando al Consuelo.

Foto: KIKE TABERNER

Desde la parte trasera del edificio donde vive, en la calle Marqués de Campo, puede contemplar el bloque de cirugía del Consuelo, así como gran parte de las habitaciones. Junto a Raynor se encuentran otras dos vecinas, Pepa Ferrando y Charo Valls, y una de las portavoces de la asociación de vecinos de Patraix, María Dolores Canet, también afectada por la presencia del Consuelo. Las molestias son menores que en los peores años, hay menos ruido, menos olores, pero, dicen las cuatro, es sólo un cambio superficial. Siguen ocurriendo cosas. La realidad, la que subyace, es que el problema sigue igual. “A mí no me tienen que decir si es peligroso o no el material que tienen ahí dentro”, comenta Raynor; “hay oxígeno, hay tolueno, hay formol...” “Lo que han hecho en los últimos años es sólo lavar la fachada”, sintetiza Canet.

Desde hace casi 30 años los vecinos del Consuelo llevan reclamando que se traslade la clínica a otro emplazamiento en la ciudad. Las protestas comenzaron a cobrar forma en los años 90 pero fue a partir de inicios del milenio cuando se intensificaron. Resoluciones como la del Síndic de Greuges de 2004, sentencias judiciales a favor, mociones del Ayuntamiento aprobadas en pleno, nada de eso sirvió para acelerar el traslado del hospital. Por si fuera poco, una sentencia de julio de 2007 del Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana estableció que la actividad de la clínica era legal, aunque ordenó a los propietarios, Nisa Hospitales, a poner en marcha medidas para reducir el impacto entre los vecinos, principalmente insonorización y gestión de residuos.

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“Ya no es lo de antes, pero sigue dando problemas”, insiste Charo Valls. Un ejemplo. Este verano, un día, a las cuatro de la madrugada, Raynor se despertó en medio de la noche. “Yo sé lo que oí, lo reconocí enseguida”, comenta. Era un pitido constante, intermitente, que escuchaba desde su cama, tan molesto que no podía dormir. Cuatro pisos más abajo, Valls también lo oía, sin saber qué era. Raynor decidió actuar y llamó al hospital. “Por favor”, le dijo a la recepcionista, “acercaos a los quirófanos que os habéis dejado los monitores encendidos, que lo estoy oyendo desde mi casa y son las cuatro de la mañana”. Al poco, los pitidos desaparecieron.

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La presión que supone la presencia del Consuelo sólo se puede calibrar con un ejercicio de empatía. En la queja que le remitieron al Síndic de Greuges Bernardo del Rosal los vecinos explicaban que estaban “viviendo día tras día dentro de un hospital, los 365 días del año y las 24 horas del día”. Y enumeraban su paisaje: “las chimeneas, máquinas de refrigeración, instalaciones de la bomba de cobalto, aparatos de oncología, hemodiálisis y quirófanos pegados a nuestras casas y que se encuentran al aire libre —sin plomar—; radiaciones, vertidos a la red pública de alcantarillado y contaminación acústica”. Como explica Antonio Plá, presidente de la Asociación de Vecinos de Patraix, la situación es tan asfixiante que algunos residentes se han llegado a emparanoiar. Y al final, han decidido irse. Se han mudado. No lo soportaban más. Son muchos. Decenas. 

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Para entender la situación, cuando el centro se creó en 1970, junto con otros pequeños servicios, básicamente era una maternidad. De hecho, buena parte de los nacidos a principios de esa década en la ciudad lo hicieron en el Consuelo. Pero el hospital fue creciendo y las instalaciones iniciales se quedaron pequeñas y pronto pasó a ser un centro hospitalario al uso. Inicialmente, dicen las vecinas, la parte que ahora ocupa la ampliación del Consuelo iba a ser calle y por eso muchas de las fincas de Marqués de Campo tienen una doble fachada. Muchos de sus propietarios ni se imaginaban que el Consuelo lo iba a ocupar todo. Pepa Ferrando recuerda: “Vine a ver la obra y cuando contemplé los trabajos [para los cimientos] del edificio de cirugía pensé: ‘Mira, nos van a construir una piscina’.”

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Ahora “hay instalaciones que ocupan patios de manzana y son muy molestas”, comentaba esta semana Plá. A ello hay que añadir las molestias derivadas de la congestión de tráfico o los vertidos de productos químicos. El problema afecta de pleno al Ayuntamiento de València, pero también a la administración autonómica. El que fuera Síndic Bernardo del Rosal así lo hizo ver en su resolución sobre el problema, donde dejó consignado que “la reubicación de la clínica, por su trascendencia social, organizativa y económica, supera con mucho el estricto ámbito municipal, por lo que, dadas las competencias concurrentes que ostentan las [entonces] Consellerias de Sanidad, y Territorio y Vivienda, éstas deberían implicarse y cooperar intensamente con el Ayuntamiento de València, poniendo a su disposición los recursos técnicos y económicos que sean necesarios”. En todos estos años, tanto con el Gobierno del PP como con el del Botànic, la Generalitat no ha mediado nunca. Del Rosal también pidió que no se le otorgara a la clínica la licencia de actividades calificadas. La clínica lo obtuvo. Del Rosal dejó de ser Síndic en 2006.

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Hablar del Consuelo les duele a los vecinos, porque lo asocian a recuerdos y situaciones extremas. Pepa, por ejemplo, fue una de las afectadas por un escape de gas que se produjo el 13 de julio de 2005, dos años antes de que el Tribunal Superior de Justicia concediera la licencia definitiva a la clínica. “Estaba en casa. Mi marido se había ido a trabajar a las siete de la mañana, que tenía jornada intensiva. De pronto noté una olor espantosa a gas. Salí de casa y fui bajando por las escaleras, avisando a los vecinos uno a uno”, explica. Charo Valls saca el dossier con toda la documentación sobre las protestas, que incluye desde recortes de prensa a una carta de Bernardo del Rosal escrita de su puño y letra donde se despide de los vecinos. Valls enseña un recorte de periódico, una noticia cuya imagen principal es su amiga, sentada en la calle, con el pelo entonces moreno, siendo atendida por los servicios de emergencia. Pepa mira la imagen y calla.

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Valls, durante un momento de la entrevista, se emociona y llora. “Ha sido muy duro. Ha sido una dictadura. Estos últimos 20 años han sido muy duros”, insiste. Persona decidida, da la circunstancia de que era vecina de veraneo de la anterior alcaldesa, Rita Barberá. Cuando coincidían en Benicàssim, le echaba en cara su situación. Su protesta sigue incólume, como bien puede dar fe el propio alcalde Joan Ribó, también vecino de Patraix. Hace unos días le vio en el bar Nando y se acercó a él y le recordó su problema. Para ella, como para muchos vecinos, la presencia del Consuelo es agotadora. “Hay noches que me voy a dormir al otro lado de la casa porque, digan lo que digan, llegan ruidos desde allí que no te dejan descansar”, explica. “El ascensor por las noches se oye muchísimo; en cuanto llega el buen tiempo y abres las ventanas, el ascensor es un tormento”, comenta Raynor.

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Charo Valls también tiene historias relacionadas con el hospital. Algunas de ellas remiten a hace décadas. Como aquel día en los años ochenta que su hijo, que tenía entonces 12 años, estaba jugando al fútbol en la terraza y bajó a por una pelota que se le había caído. Se coló por la parte trasera del hospital y encontró la pelota, que estaba entre dos muertos. Y es que durante aquellos años los cadáveres salían por una zona completamente visible desde las casas de Marqués de Campo. Los cadáveres, las operaciones… el veterano fotógrafo José Marín, que entonces trabajaba para Las Provincias, a principios de los años 2000 se pasó varias horas en casa de una vecina esperando hasta que pudo fotografiar a un médico examinando unas vísceras. Ese ha sido el paisaje con el que habían convivido durante tantos años.

Foto: KIKE TABERNER

Junto a estos problemas, queda pendiente un análisis sobre los vertidos del centro. La que fuera concejal socialista Carmina del Río denunció en su día que unos análisis municipales realizados en septiembre de 2003 y enero de 2004 advertían que los vertidos del Consuelo excedían los máximos permitidos por las ordenanzas en cuestiones como demanda química de oxígeno o demanda bioquímica de oxígeno y cloruros. Por ello se le impuso una sanción al hospital de… 150 euros. Fue entonces cuando Del Río dijo una frase que podría ser el frontispicio de toda esta historia: “No tenemos ninguna duda de que el hospital cuida muy bien a los enfermos, aunque no tanto a los vecinos”.

Foto: KIKE TABERNER

La sentencia de 2007, y los posteriores trabajos de los responsables de Nisa Hospitales por hacer menos difícil la vida a sus vecinos, se tradujeron en el aletargamiento de la reivindicación. Durante la última década no se han ejercido prácticamente medidas de presión, aunque la petición de los residentes ha sido siempre la misma y siempre que se le ha preguntado se han expresado igual: trasladen el hospital. “Es una zona residencial urbana; no es el sitio donde tiene que estar”, comentaba esta semana Plá. Y cuando alguien les pregunta a los vecinos si tan mal están, todos responden lo mismo: “Venga usted a vivir 24 horas y me lo cuenta”.

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Fue este martes, durante una reunión para hablar de la revisión del PGOU con el concejal de Desarrollo Urbano, Vicent Sarriá, que Canet volvió a retomar el tema. “Nos dijeron que no preguntáramos de nuestras cosas, pero como vi a todo el mundo que lo hacía, y estábamos hablando de ordenación urbanística, pensé que era el momento”. La sugerencia que le hicieron a Sarriá es muy sencilla: le pidieron que el Ayuntamiento que no le dé licencia de actividades ni de obra a Nisa Hospitales para su centro de Malilla hasta que no se comprometan y comiencen a trasladar el Consuelo. La respuesta del consistorio ha sido sin embargo tibia, empezando por el alcalde, quien otrora era tan beligerante que hasta criticaba las campañas publicitarias de Nisa Hospitales. La batalla para que el Consuelo salga de Patraix se ha reavivado, pero en esta ocasión parece que los vecinos están solos. Puede que siempre haya sido así.

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