Es innegable que Pedro Sánchez tiene mucha suerte; sólo con la habilidad y el instinto político, que indudablemente también posee, es difícil explicar su evolución en estos últimos años: defenestrado en 2016, resucitado en 2017, "presidente por accidente" en 2018, gran líder del socialismo español e indiscutible vencedor de las elecciones en 2019. Quién sabe qué nuevos éxitos encontraremos los próximos años.
Incluso cuando el PSOE de Sánchez fracasa, puede leerse como un éxito, porque los fracasos no son de Sánchez: véase el hundimiento del PSOE andaluz en diciembre, ese infausto adelanto electoral de Susana Díaz. El PSOE perdió Andalucía, pero, por otra parte, Sánchez logró enterrar definitivamente a su gran rival, y además generó en las mentes de sus potenciales votantes el pavor a la llegada de un trifachito particularmente agresivo, con el aditamento de la extrema derecha de Vox.
Pero, entre tantos éxitos, Sánchez tuvo un desliz, un fracaso inequívoco: la Operación Iceta. Es decir, el intento de presentar a Iceta como garante de una tercera vía alternativa al independentismo y al españolismo agresivo de PP y Ciudadanos, en el contexto de las elecciones catalanas convocadas por Mariano Rajoy en diciembre de 2017 al amparo del artículo 155 de la Constitución. Ahora apenas nos acordamos, pero Iceta suscitó grandes expectativas en aquella ocasión. Muchas encuestas auguraban un muy buen resultado para el PSC, y ninguna supo detectar el alcance del ascenso de Ciudadanos, que logró ganar las elecciones (aunque fue una victoria sin efectos prácticos, dada la continuidad de la mayoría absoluta independentista), mientras el PSC se quedaba estancado en un 13,86% de los votos, 17 escaños; uno más que en 2015.
El fracaso de la Operación Iceta de 2017 mostró los límites del relato de la tercera vía en el conflicto catalán. Unos límites estrechos: además del estancamiento del PSC, en 2017 el otro partido que podríamos adscribir en ese campo, En Comú Podem, obtuvo unos modestos 8 diputados, 7,45% de los votos. La tercera vía, definitivamente, no era factible en Cataluña, donde la inmensa mayoría de los votantes optaba por sumarse a la polarización existente y la política de bloques, y donde el españolismo mayoritario pasaba a ser la versión más esencialista y simétrica respecto del independentismo: la defensa sin fisuras de la unidad de España y el choque con el independentismo que inequívocamente representaba Ciudadanos.
El PSOE de Sánchez sufrió allí una derrota que tal vez, sin embargo, contribuyó a obnubilar a los estrategas de Ciudadanos, que pensaron que podían trasplantar los resultados de Cataluña, y el discurso monotemático catalán, al resto de España y obtener un refrendo similar. La pujanza de Ciudadanos en Cataluña, la "España de los balcones" y el aparente éxito del trifachito andaluz son, todos ellos, factores que contribuyen a hacernos entender el porqué del giro a la derecha de Ciudadanos en los últimos meses, en la creencia de que el espacio natural del centro derecha en España era mucho mayor del que ha demostrado ser.
Tras su victoria, Sánchez se ha encontrado con un problema: la suma de sus diputados con los de Unidas Podemos y prácticamente todos los demás partidos no independentistas del arco parlamentario (salvo, obviamente, PP, Cs y Vox) no suma mayoría absoluta, pues se queda justo al borde: 175 escaños (resultado de sumar los diputados de PSOE, Unidas Podemos, PNV, Coalición Canaria, PRC y Compromís). Esto es: el PSOE iba a necesitar la abstención, como mínimo, de ERC (15 escaños), JxCat (7 escaños) o EH Bildu (4 escaños). Y negociar esas abstenciones podía resultar políticamente inasumible para Sánchez, teniendo en cuenta la tendencia de los independentistas a romper la baraja de improviso, ante una situación caracterizada por la polarización del electorado y la tensión interna (más que consecuentes con un escenario en el que se está juzgando a sus principales líderes, que llevan un año y medio en prisión o huidos de la justicia española).
Es este el contexto en el que surge la Operación Iceta 2, que suena como un blockbuster malo de verano, y políticamente, la verdad, casi podría considerarse así. Sánchez lanza de improviso el nombre de Iceta como futuro presidente del Senado. Pero Iceta no es senador, y para serlo precisa sustituir al actual senador del PSC por designación autonómica, José Montilla. Así que Sánchez ha dado por hecho su nombramiento sin consultarlo con los que tienen que votar afirmativamente en el Parlament de Cataluña para que pueda convertirse en senador. Un nombramiento que siempre, en todas las ocasiones en que se ha dado, en cualquier parlamento autonómico, había sido un mero trámite, pues se sobreentiende que los partidos pueden nombrar a quien quieran como senador en virtud de la cuota que les corresponda por sus votos en las Elecciones Autonómicas (un poco como sucede con los diputados de las diputaciones provinciales). Siempre se ha respetado... hasta ahora.
Los independentistas han optado por votar en contra (y PP y Ciudadanos por abstenerse) porque, como es notorio, seguimos en campaña electoral. Y todos los partidos se juegan mucho. ERC y JxCat continúan en su eterno pulso por dirimir la hegemonía entre el independentismo, con tres grandes hitos: por un lado, quién obtiene más votos en las Europeas, Puigdemont o Junqueras; por otro, si ERC logra hacerse con la alcaldía de Barcelona; y finalmente, si JxCat mantiene su supremacía en la Cataluña rural.
Es ese escenario de polarización y urgencias electorales en el que Sánchez irrumpe como elefante en cacharrería, señalando a su candidato a la presidencia del Senado sin consultarlo con ningún partido, pues el PSOE cuenta con mayoría absoluta en esta cámara. No está claro si es torpeza de Sánchez o plan maquiavélico, pero el efecto obtenido es, indudablemente, beneficioso para sus intereses: al vetar a Iceta, ERC y JxCat le hacen un doble favor al PSOE. Por un lado, porque este partido siempre es señalado por la derecha española como un traidor deseoso de pactar con los independentistas y regalarles España. De hecho, la derecha se solazaba estos días explicando que el de Iceta era un nombramiento dictado desde Bélgica por Puigdemont. Al votar en contra, los independentistas demuestran que dicho pacto era una mera ensoñación de contertulios exaltados.
Por otro lado, los independentistas desmienten -una vez más- su vocación por el diálogo y por "desencallar" el conflicto y reducir la crispación en el debate público. Sánchez puede presentar su relato preferido, que tantos éxitos le ha dado en los recientes comicios: el PSOE es el único partido dialogante y que quiere arreglar los problemas, frente a una polarización cerril de las derechas y los independentistas que no lleva a ningún sitio. Para rematar la faena de la Operación Iceta, Sánchez ha anunciado que sus candidatos definitivos a presidir Congreso y Senado serán dos catalanes: Meritxell Batet y Manuel Cruz, respectivamente. Malas noticias para ERC y su estrategia a largo plazo de "ensanchar" el independentismo.
No está nada claro, de todas formas, que el énfasis del PSOE por buscar (posiblemente de la mano con Unidas Podemos) algún tipo de tercera vía para el conflicto catalán tenga éxito electoral en unas nuevas elecciones autonómicas en Cataluña, que ya se avistan en lontananza. El presidente del Gobierno puede encontrarse con una situación similar a la de 2017 (y 2015, 2012, 2010...): una clara mayoría independentista en el Parlament de Cataluña, que no tiene incentivos para cambiar si continúa ganando las elecciones. Pero caben pocas dudas de que, en el corto plazo, si Sánchez tiene que negociar finalmente con estos últimos una investidura, podrá hacerlo en mejores condiciones que antes (también los independentistas, una vez hayan pasado las elecciones, y superada la tensión de la campaña electoral).
Y, además, podrá contar con la forzada ausencia de varios de sus diputados en la sesión de investidura, por encontrarse en prisión (factor capital, que obviamente condiciona el proceso de toma de decisiones de los independentistas y les lleva a enquistarse en unas negociaciones con los que perciben como sus carceleros). Sin esos diputados votando en contra, los apoyos de Sánchez pasarán a ser suficientes para obtener la investidura. A partir de ahí, con cuatro años por delante, habrá que ver si Sánchez tiene algún tipo de plan para Cataluña que permita encauzar el conflicto.