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Watchbirding: Los pájaros como atractivo turístico

Con treinta años dedicados a la preservación del Medio Ambiente, la divulgación y el turismo rural, la firma valenciana ActioBirding ha convertido en negocio turístico el avistamiento de aves de la mano de expertos en ornitología, con ‘birders’ venidos de toda Europa

| 16/02/2020 | 7 min, 36 seg

VALÈNCIA.-¿Sabía usted que cuando los estorninos vuelan en bando al atardecer están haciendo lo mismo que hace usted cuando vuelve a casa del trabajo y comienza a dar vueltas con el coche buscando un sitio donde aparcar? ¿O que otras veces estos mismos pajarillos hacen vuelos acrobáticos por puro capricho ocioso, como una forma de juego que les sirve para cohesionar socialmente el bando? También, que hay rapaces que vuelan en tándem e intercambian una presa en vuelo sincronizado simplemente para mostrar encantos y habilidades y cortejar así a un inminente apareamiento. O que la ciudad de València, al igual que otras grandes capitales como Madrid o Barcelona, cuenta con al menos dos parejas de halcones peregrinos criando en alguno de los edificios más altos que hay por el Palacio de Congresos y por la Ciudad de las Artes y las Ciencias— es lo más parecido a un roquedo o acantilado, su hábitat natural—.

Estas aves son el mejor controlador demográfico natural para la superpoblación de palomas, que, aunque tienen un nuevo enemigo en las gaviotas que se adentran en la ciudad —YouTube está repleto de vídeos poco aptos para estómagos sensibles—, representan, junto a las tórtolas, el elemento básico de su alimentación.

Todo esto y mucho más nos lo cuenta a Plaza Virgilio Beltrán, biólogo, educador medioambiental, guía para el avistamiento de aves y director de ActioBirding, una empresa dedicada al turismo ornitológico que surgió al calor de otro proyecto ubicado en Alborache, en el fastuoso entorno natural de la Hoya de Buñol: el Albergue Actio, Centro de Educación Ambiental y Turismo Rural, que este año cumple treinta primaveras.

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«Somos un grupo de biólogos que veníamos del mundo del asociacionismo, muy vinculados a los Scouts de València, y uno de ellos, maestro en un colegio, nos propuso crear alguna actividad extraescolar vinculada con la naturaleza», cuenta Beltrán. Focalizados inicialmente en la educación ambiental, ampliaron su actividad formalizándose como agencia de viajes para ofrecer excursiones escolares y, finalmente, construyeron el albergue a modo de granja-escuela. Además, durante los fines de semana funciona también como alojamiento rural enfocado a un turismo familiar. Ya en 2014 lanzaron el proyecto ActioBirding. «También hacemos consultoría y asesoramiento ornitológico para ayuntamientos, señalización y paneles informativos con los tipos de ave que puedes encontrarte en Ademuz, Cofrentes, Ayora y Faro de Cullera», explica.

Conectar con la biodiversidad

Volvamos a las palomas. «Si bien es cierto que una superpoblación puede representar un problema de salubridad y conservación, el hecho de conectar a la gente con la biodiversidad urbana y que se acerque a ellas y sepa que, además de cemento, en las ciudades también hay fauna, no está mal. No hay que demonizarlas», reflexiona Beltrán. Y destaca el trabajo del Ayuntamiento de València con la ONG SEO Birdlife para incrementar la calidad de vida permeabilizando la ciudad a la fauna local, a través del uso de una flora autóctona que requerirá menos pesticidas, agua para los jardines y será más rica en insectos. Esto atraerá a más aves. Aves difíciles de ver para un gran grueso de los clientes de ActioBirding, extranjeros procedentes, principalmente, de Escandinavia y norte de Europa. 

«Tenemos cuatro tipos de clientes —continúa Beltrán—. Está el fotógrafo, los menos, que quiere acudir a hides [escondites preparados específicamente para la fotografía, con comederos, desde donde se puede fotografiar aves a una distancia muy corta] a capturar imágenes. Luego tenemos al birder, el más exigente, generalmente británico o escandinavo, que viene con una lista muy concreta de pájaros a avistar, como si coleccionase sellos. Luego está el grueso, que es el cliente realmente aficionado a la ornitología que sabe que un guía le va a aprovechar mucho. Desde el que viene en un crucero al que pide que le organices un tour de una semana por la Comunitat Valenciana adecuado a sus vacaciones. Y finalmente tenemos al cliente más circunstancial, que igual no es un gran aficionado a las aves pero sí tiene afición y sensibilidad por la naturaleza. O viene en familia y el crío es muy bichero. Y ahí hacemos más concienciación ambiental que turismo».

«Conservar esto es un atractivo turístico y, por tanto, de negocio. Pero La Albufera ha vivido de espaldas al turismo en pro del arroz y la caza»

«Apostamos por un turismo sostenible y con buenas prácticas medioambientales —prosigue Beltrán—. Lo que no hacemos es levantar un banco de flamencos porque un cliente quiera verlos volar. Es lo que le digo a los británicos: bird are first [los pájaros primero]. Pero no solo enseñamos aves. En La Albufera contamos su problemática, su importancia en la migración de las aves que van de Norte a Sur o la tradición que ha habido de cultivo de arroz. Y esto transmite ideas sobre la importancia de la conservación de los hábitats. Cuando me traigo a una familia, le pongo una semillita en la cabeza a los niños para que su idea, cuando vaya al campo, no sea pegarle una pedrada al pájaro o que los padres piensen qué asco los estorninos cuando nos cagan», explica.

Lo que se busca, cuenta, es generar un sentimiento de aprecio hacia una fauna que va cambiando a lo largo del año. No es lo mismo el invierno que la primavera, en la que habitan especies que nunca llegarán más allá del sur de Francia cuando regresan del invierno en África: la garza imperial, la cangrejera o la canastera. En invierno lo que puede observarse son muchas anátidas que bajan del Norte, «hasta seis tipos de especies que si nos ponemos a buscar pueden llegar a ocho», remarca Beltrán. Y flamencos, cuyo bando principal puede alcanzar los dos mil especímenes alimentándose en los arrozales de Sueca o Alfafar. «Un espectáculo», subraya.

La importancia de la preservación

«Es un discurso quizá muy sentimental, pero compartimos este planeta con otras especies. Igual que es importante conservar un puente romano, lo es conservar un roble centenario. Si en La Albufera ha habido cierta variedad de aves durante siglos, preservarlas es como preservar las ruinas de la Almoina. Y desde un punto de vista más práctico, conservar esto es un atractivo turístico y, por tanto, de negocio. Pero La Albufera ha vivido de espaldas al turismo en pro de la producción de arroz y la caza. Paellas los domingos, todas las que quieras», recapacita Beltrán. Y añade el ejemplo de unos gorriones que comían mucho grano en una región de China, «pero también mucho insecto» y Mao Tse Tung decidió acabar con ellos. El efecto fue que, al desaparecer los gorriones, los insectos tuvieron vía libre para arruinar cosechas y cosechas.

Por el contrario, la destructiva introducción del cangrejo americano en La Albufera viró en virtud al regularse y convertirse en la base alimenticia de garzas y gaviotas hasta aumentar la población de moritos, también beneficiados. Los expertos señalan ahora la presencia del cangrejo azul —«un depredador capaz de comer polluelos»— cuyos efectos aún se desconocen. También se está intentando criar el aguilucho lagunero, aún sin conclusión, y de reintroducir en la Marjal de Pego–Oliva (La Safor) el águila pescadora, un tipo de especie que no es raro que baje de Escandinavia a invernar en La Albufera. «Esta sería la más poderosa que tenemos en invierno. Pero come pescado, para desgracia de llisas y carpas», revela Beltrán entre risas.

«Lo más curioso que tenemos desde hace quince o veinte años —concluye nuestro guía— es un grupo de unas treinta águilas calzadas que en verano vienen al Mediterráneo y crían en terrenos forestales. En los últimos años han decidido no cruzar el estrecho de Gibraltar de vuelta para pasar el invierno en África, y se quedan en los humedales mediterráneos, que aunque son un poco más fríos, les ahorran el riesgo que supone migrar al norte de África».  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 64 (febrero 2020) de la revista Plaza

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