La conmemoración de una efeméride es una buena excusa social, cultural, económica y turística si se sabe aprovechar. Al menos, lo suele ser para aquellos países, ciudades y autonomías que saben rentabilizarlas. Une tendencias y sociedades; reivindica figuras, genera sinergias y hasta promociona entornos. Sólo que, por lo general, por esta autonomía y en nuestras ciudades no dejan de ser un hecho recurrente para vanagloria de políticos o colocación de afines y amigos. Es lo natural. Son así. Lo hemos visto a lo largo de los años. Muchos comisionados, muchas reuniones, dietas y comisiones pero, por lo general, resultados vacíos y olvido rápido. Y es una lástima. Sólo hay que revisar hemerotecas y ejemplos recientes.
Además, nosotros siempre nos quedamos fuera de las grandes celebraciones, o no sabemos cómo organizarlas. Es nuestro sino. Es otro ejemplo de ese peso político y cultural que ostentamos en un país de gobiernos y representantes políticos de paso e inmediatez propagandística.
Decía lo de excusa económica y social porque, por ejemplo, el Año Gaudí celebrado en Barcelona hace algunos años, sirvió para que a la ciudad condal se le acercaran cuatro millones de visitantes con el mero objetivo de visitar edificios que siempre han estado allí, pero que resultaron junto a exposiciones y congresos de atención mundial. Participé en su idiosincrasia. Barcelona lo supo hacer en colaboración con los tour operadores, las oficinas de turismo, arquitectos e instituciones cívicas y políticas unidas bajo denominación y fin común. Por no profundizar en el centenario de Miró. Nosotros jamás hemos tenido esa suerte. Somos pólvora y ocurrencia.. Política de compadreo.
Por poner un ejemplo, estamos de celebración del Año Berlanga y lo único que hemos visto es a las instituciones ir cada una a por lo suyo mientras se potencia el codazo y el posado político que compartir en redes sociales. Más que celebrar parece que se trata de competir. Se anuncian actos, pero no se sabe de qué padre y madre son. Así nos va. Solo nos ponen las fiestas de relumbrón. Lucir algo de “glamour”.
Ahora, que es lo que me preocupa, se nos ha escapado la conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Picasso, sin duda uno de nuestros artistas más universales. Bueno, más que escaparse yo diría más bien que no se ha contado con nosotros.
De hecho, hace apenas unos días se creaba la típica comisión de toda la vida que rodea estas celebraciones repleta de altos cargos y alta representación política. Son los que pagan de nuestros impuestos, como siempre. Pero una vez esta autonomía a la que tanto le gustan las exposiciones se quedaba fuera o no se contaba con ella. Una vez más.
Así, bajo el manto del Ministerio de Cultura, que igual en 2023 fecha del Año Picasso tienen nuevo ministro visto lo poco que duran en Moncloa, se invitaba a formar parte de su comisionado y organización para la celebración de exposiciones temporales al Museo Nacional del Prado, Museo Reina Sofía, Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Museo Picasso de Málaga, Museo Guggenheim Bilbao o Museo Picasso de Barcelona. Además, los gobiernos de España y Francia acordaban trabajar de manera conjunta para la conmemoración y se están desarrollando proyectos audiovisuales con la participación de RTVE, France Télévisions y la BBC.
Y ahí que tampoco estamos los demás. Para qué, dirán algunos, si Picasso no tiene apenas que ver con esta autonomía, pese a que, por ejemplo, el “Guernica” fue propiciado por Josep Renau en su etapa como director general de Bellas Artes durante la República, por poner un ejemplo, para ser emblema del Pabellón de París de 1937.
A un servidor le sorprende, por ejemplo, la ausencia en esa pantomima del Museo Nacional de Cerámica González Martí, titularidad del Ministerio de Cultura y poseedor de una amplia representación de la obra cerámica del artista malagueño, o el San Pío V, también de titularidad estatal al que le podría llegar algo. Y si me apuran hasta el IVAM, cuando sí se cuenta, por ejemplo, con otros museos de la misma naturaleza que son privados o semipúblicos. Por no hablar de la Fundación Bancaja, la única entidad nacional que está en posesión de la mayor colección de colecciones de grabados del artista, comprados en su día a precio de oro. Este detalle lo dice todo. Es sinónimo del poco peso, como ya advertíamos hace unos días, del interés que nuestra política cultural tiene en Madrid. Vamos de modernos y únicos, pero pintamos lo justo. Una vez más nos hemos quedado fuera del guión y la participación. Es algo muy nuestro, más preocupados de la cassola al forn, que diría Ausiás March, y mirarse el ombligo nacional/patriótico y local que de generar inquietudes. Alguien debería de hacérselo mirar.
2.-
Ya que hemos mencionado a Renau, les recomiendo que no se pierdan la muestra que el IVAM exhibe del fotomontador, cartelista y muralista valenciano. Aunque su obra ya se vio en profundidad hace años en el mismo espacio, coincidiendo con el depósito que la Fundación Renau efectuó al organismo y reflejado en el magnífico catálogo razonado de su obra impreso allá por los primeros años de la década del 2000. Revisitar la colección siempre es una buena excusa para redescubrir la modernidad de Renau, a la altura de cualquier figura contemporánea mundial. Y no es chauvinismo de boquilla.
Durante mi segunda visita me centré en su obra como muralista elaborada principalmente en la Alemania del Este. ¡Magnífica! Y es entonces cuando pensé, qué lástima haber dejado pasar la oportunidad de haberle encargado un mural a su regreso a Valencia, o de haber animado a una reproducción actual teniendo como se tienen todos los documentos y datos. Hubiera sido una buena excusa para poner la ciudad en el punto de mira y rendir cuentas sociales y estéticas con él. Una lástima. Pero somos así. Cada día más alejados del mundanal ruido artístico, o capaces de abandonar a su suerte el único mural privado que espero no se haya arruinado en nombre del falso progreso de nuestros comprometidos neoprogres de arte urbano y manchurrón.