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NOSTÀLGIA DE FUTUR  / OPINIÓN

Los puertos, pasado mañana

5/12/2019 - 

Ya he escrito en este medio sobre el futuro de las ciudades portuarias y los frentes marítimos, sobre los 10 objetivos de desarrollo sostenible de la Red Mundial de Ciudades Portuarias (AIVP), sobre el potencial de los puertos históricos como espacios públicos y lugares de innovación y también sobre la necesidad de cambiar el marco legislativo que los regula empezando por la ley de puertos. Disculpad si me repito. 

Aquí en València, que no es ni mucho menos la única ciudad que se enfrenta a estos debates, se está discutiendo públicamente la necesidad de la ampliación norte del puerto. Otros debates quedaron ya atrás. La ampliación sur que asfixió a Natzaret, la desembocadura soterrada del viejo cauce o el desastre de la ZAL tuvieron efectos sociales negativos. Otros casos, como la apertura de la dársena histórica, hoy La Marina de València o, más recientemente, la cesión de los terrenos del Parque de Desembocadura han sido más beneficiosos para la ciudad.

Estoy convencido que el debate que se ha abierto es tanto saludable como crucial, aunque preferiría que se tuviese más tiempo para desarrollarlo en lugar de que algunas partes sigan adelante con una estrategia de hechos consumados. 

La discusión sobre la ampliación, que está ahora en fase de alegaciones, se debería estructurar en dos conversaciones relacionadas pero separadas. Por un lado, una argumentación sobre si la ampliación es deseable en sí desde el punto de vista económico, social, medioambiental y territorial. Por otro lado, una discusión sobre cómo se deben tomar esas decisiones, sobre el sistema de gobernanza de las mismas, cuando sus impactos son tan importantes. 

En relación a estas discusiones, en lugar de añadir más argumentos a un debate caliente, me parece interesante hacer zoom out, revisando algunas tendencias globales sobre el futuro de los puertos y las zonas portuarias. 

En primer lugar, las zonas portuarias son espacios en constante transformación que se van adaptando a las necesidades de la economía y las personas. Un puerto de hoy no se parece a un puerto de hace cincuenta años ni se parecerá a otro en medio siglo hacia el futuro. Costosas inversiones de hoy pueden quedar obsoletas demasiado pronto, como demostró el caso de Puerto Madero en Buenos Aires que ya era ineficiente 10 años después de inaugurarse. 

En segundo lugar, los puertos deben maximizar el valor público, como infraestructuras e instituciones públicas que son. Tienen que estar al servicio de las necesidades de las personas y entender los impactos de las actividades que realizan de manera integral. Los puertos donde la ciudad y la ciudadanía están más implicados en la gestión y en los usos que allí se dan —Amberes o Rotterdam, por poner dos ejemplos— han protagonizado transformaciones urbanas más exitosas sin, necesariamente, poner en peligro los resultados de la actividad comercial. Necesitamos que los puertos se gestionen de manera concertada, abierta y participativa.

Además, los puertos no deben crecer por crecer. Muchas ciudades, como Oslo con su puerto comercial o Amsterdam con su aeropuerto, han decido que sus infraestructuras no deberían ganar más volumen anteponiendo otras necesidades, como las cuestiones medioambientales o urbanas, a ese crecimiento. 

Es imprescindible enfatizar que ya no deberíamos elegir nunca más entre empleos o medio ambiente. Cualquier política económica, por muchos puestos de trabajo que prometa generar, si no fomenta al mismo tiempo la sostenibilidad, será contraproducente a medio y largo plazo. 

Por eso, los puertos deberían compensar las externalidades negativas que generan, especialmente la contaminación, y transferir parte de sus beneficios para proyectos sociales o de integración urbana. En el senado mexicano se propuso que el 30% de los beneficios de las autoridades portuarias revirtiese en las ciudades. Aquí, ni si quiera lo hace en los presupuesto generales del estado. 

Las zonas portuarias son los lugares de contención para el cambio climático, son espacios de identidad y zonas urbanas ideales para la innovación, como bien explica el investigador de Harvard Ramon Gras en este artículo publicado en un medio del Puerto de Barcelona. Son lugares de memoria y cotidianidad y, a la vez, puntos centrales de los mayores desafíos urbanos del presente y el futuro. No los podemos gestionar ni entender; no podemos decidir su crecimiento y futuro, como lo hubiésemos hecho hace medio siglo. 

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