No suelo hablar de mi libro en las líneas que Valencia Plaza me deja compartir con ustedes, pero permítanme, por una vez, que no pueda reprimir hacerlo.
Este martes se vio formalizada una de las noticias más importantes de los últimos años para la ciudad de València. El Gobierno asumirá la deuda del Consorcio Valencia 2007 —gestor de La Marina de València— con el ICO (unos 370 millones de euros) y, junto a la Generalitat y el Ayuntamiento, abordará el pago de lo debido a un fondo de inversión por una operación de cobertura financiera ligada a dicho préstamo del ICO.
La generosidad del Gobierno, junto con el trabajo de las otras administraciones, ha permitido abrir el camino para la resolución de un problema que se venía alargando demasiado. Esta noticia supone separar la deuda originada para la organización de una competición deportiva—la Copa América de Vela, que requirió de una gran inversión en infraestructuras y fue declarada de excepcional interés público—, de la gestión y el uso del lugar después del evento.
Devolver en 30 años esa deuda era tan difícil como sufragar unos Juegos Olímpicos comercializando el estadio en los años posteriores. Era una entelequia financiera incoherente respecto a los supuestos de partida, el impacto económico positivo del evento que se distribuiría desde la ciudad a todos los territorios del Estado.
La extraordinaria noticia abre por fin el horizonte del área con mayor potencial de la ciudad que es ya, a día de hoy, uno de sus activos más valiosos. La decisión no surge del vacío sino que ha estado propiciada por el trabajo realizado en los últimos años en los que el Consorcio Valencia 2007 ha pasado de ingresar poco más de 4 millones de euros en 2015 a superar los 7 millones de euros en 2018.
La Marina de València ha demostrado, a pesar de las restricciones administrativas y financieras, que puede generar los ingresos suficientes para mantener y mejorar el espacio público, invertir en proyectos concretos, fomentar los usos culturales diversos e inclusivos y posicionarse como un referente de la náutica popular e industrial. Y, lo que es todavía más relevante, ha conseguido que los generadores de ingresos (barcos, eventos y alquileres) refuercen y no restrinjan el carácter público del espacio fomentando un ecosistema innovador, cultural y deportivo basado en el bienestar de las personas que disfrutan del mejor lugar de la ciudad.
El futuro de La Marina de València es esperanzador y ahora, libre de rémoras, deberá basarse en las siguientes premisas.
Los usos públicos antes que nada. La Marina de València, el port vell, es un lugar lleno de memoria e identidad que estará al servicio de las personas de la ciudad. El espacio público deberá seguir mejorándose a través de los programas de uso, los procesos de placemaking y diseño participativo y las inversiones necesarias.
La innovación se refuerza con el espacio público. Aprovechemos las nuevas construcciones de la Copa América y los edificios portuarios de principios del siglo XX para acoger los proyectos productivos con más valor para la ciudad, no los que necesariamente generarán un retorno financiero mayor de manera inmediata. Los proyectos innovadores necesitan de la visibilidad, las interrelaciones y el arraigo que les proporciona el espacio público para desarrollar verdaderos ecosistemas.
La mar mira a la ciudad. La Marina se consolida como el lugar de la náutica popular pero se abre también a la recuperación de los oficios del mar a través de la industria y la formación profesional.
La burocracia creativa. Todo ello es y será imposible sin una administración que sea capaz de adaptarse a los nuevos tiempos aunque naciese obsoleta. Que incorpore la creatividad dentro de la seguridad y previsibilidad de la burocracia. Una institución que aproveche el talento de las personas y así consolide el marco para que las cosas buenas pasen.
¡Larga vida a La Marina de València!