VALÈNCIA.-«Érase una vez, un planeta triste y oscuro...» rezaba la inocente letra —la versión española fue obra de José Luis Perales— con la que daba comienzo una de las series de animación más queridas por el público. La canción —un cover de uno de los septetos de Beethoven—, interpretada por el grupo infantil Caramelo, servía como introducción a Érase una vez el hombre, la serie que entre 1978 y 1979 consiguió que niños de medio planeta estudiaran con más ganas sus libros de historia. Solamente duró veintiséis episodios, pero su popularidad nunca ha decaído, quizá por la originalidad de su propuesta y también porque se convirtió en el punto de partida para unas cuantas sagas similares centradas en hablar del cuerpo humano, los inventores, el continente americano o el espacio exterior. Prueba de su vigencia es que, a día de hoy, Érase una vez el hombre está disponible en plataformas como Netflix. En su momento se emitió en muchos países de Europa e Hispanoamérica, así como en Japón.
La feliz idea la tuvo el cineasta y productor de televisión Albert Barillé. Polaco de origen pero afincado en Francia, Barillé ya había cosechado un éxito internacional con su versión televisiva del Oso Colargol, basada en el personaje creado por la escritora Olga Pouchine. Rodada con la técnica del stop motion —animación de objetos a base de moverlos fotograma a fotograma—, Colargol dio nombre y prestigio a Barillé, que tras el final de la serie (1974), se embarcó en un nuevo proyecto. La idea era contar a los niños la historia de la humanidad partiendo del minuto cero, con la creación de nuestro sufrido planeta, y terminaba dejando al espectador la opción de luchar por un mundo mejor o sentarse a esperar una guerra nuclear.
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Era una apuesta atractiva pero arriesgada, tal y como se percibe ya en el primer capítulo, Nace la tierra, cuyo guión condensa acontecimientos ocurridos a lo largo de unos cien millones de años: la formación del planeta, la aparición de los primeros seres vivos, la extinción de los dinosaurios y la aparición de los primeros homínidos contada en menos de media hora.
¿Cuál era el secreto para no meter la pata? Darle ritmo y agilidad a la narración. Y por supuesto, una animación amable a la par que práctica. De eso se encargó el dibujante Jean Barbaud, autor de las animaciones de la serie y de todos sus spin-off. Barbaud, que posteriormente daría vida al Inspector Gadget, materializó las ideas didácticas de Barillé a través de un elenco de personajes que aparecían en todos los capítulos encarnando diversos papeles. De esta manera, los personajes siempre eran los mismos aunque cambiaran las tramas, incluso si se los cargaban en alguno de los acontecimientos del capítulo anterior. El más importante de todos era el Maestro, un anciano que era todo pelo y barba blanca, que de ella sacaba elementos de lo más diversos. El Maestro hacía honor a su nombre ejerciendo de filósofo e historiador en tiempo real, a medida que protagonizaba los hechos narrados. Lo mismo se convertía en líder de una tribu de cavernícolas que inventaba la guillotina y terminaba subiendo al cadalso. A pesar de todo, la violencia nunca era explícita y se resolvía con elipsis. Para situar al espectador, un calendario dotado de ojos y manos sufría o se asombraba —siempre de manera muy dramática— por los acontecimientos narrados mientras situaba cada hecho en el tiempo.
Pedro y el Gordo eran otros dos personajes habituales. Ambos servían para ilustrar las situaciones derivadas de los hechos. Pedro solía ser un tipo inteligente mientras que Gordo era algo más básico. Pero ninguno de los dos era víctima de una visión maniqueísta. En el capítulo El hombre de Cromagnon, es Pedro quien rechaza evidencias de progreso por miedo al cambio. Tanto Pedro como Gordo tienen hijos, Pedrito y Gordito, mientras que Flor encarna a los personajes femeninos más notables, ya sean heroínas o villanas, tal y como ocurre en La Revolución Francesa. Por su parte, Canijo y Tiñoso se encargaban de representar a los personajes más oscuros. Ellos son los conspiradores, los traidores, los descreídos, los que se ríen de Leonardo cuando inventa una máquina para volar o los conquistadores españoles masacrando nativos tras su llegada a América.
Precisamente, este fue uno de los puntos delicados que planteó la serie de cara a su emisión en España. La imagen de los españoles no salía excesivamente bien parada en algunos momentos de la serie, como los de la llegada de Colón a las Américas. Pero donde nos llevábamos la peor parte era en el capítulo 15, el dedicado al Siglo de Oro español, etapa de reconquistas e invasiones varias, que fue directamente eliminado de la programación y nunca llegó a emitirse. En plena Transición, la serie fue censurada, y no solamente ese episodio, también algunos fragmentos de otros episodios en los que los guionistas no eran excesivamente amables con los quehaceres de nuestros antepasados.
España no fue el único país que metió tijera. Las dictaduras de Chile y Argentina impusieron contenidos propios. La Iglesia era la que salía ganando en estos casos. El gobierno de Pinochet hizo que la frase «ante todo estaba Dios» encabezara la serie, por si había algún darwinista en la sala. También eliminó las referencias a las revoluciones sociales y a los campos de concentración. Lo cual demuestra que por más que nos esforcemos en contar bien la Historia, hay hechos inconcebibles que por desgracia nunca dejan de repetirse. Érase una vez, un planeta triste y oscuro...
* Este artículo se publicó originalmente en el número 56 de la revista Plaza