Alfons Cervera suele escribir en Gestalgar, pero recibe a a la Revista Plaza en su domicilio de Campanar repleto de libros y recuerdos
Hace poniente en Valencia, y el bochorno parece ralentizar el curso de las cosas. Jesús Císcar y yo caminamos por la calle de Arturo Ballester, en el barrio de Campanar, por unas avenidas infernales que hasta hace poco eran huerta. Por más que preguntamos nadie nos sabe indicar dónde se encuentra el número 25, porque aquella calle se interrumpe de pronto y da paso a absurdos complejos urbanísticos, encerrados sobre sí mismos. Tres ancianos sentados en un banco, bajo la sombra de una morera, nos ven pasar arriba y abajo, y uno de ellos nos pregunta si aún no hemos dado con el 25, con un retintín que hace que Jesús me diga, por lo bajo: «¡No le contestes! ». Ni él ni yo tenemos el teléfono de Alfons Cervera: tan sólo un mensaje suyo donde nos indica la dirección: «Arturo Ballester 25, pta. 17». Por fin un vecino nos señala a un transeúnte que se aleja: «Preguntadle a él, que ya vivía aquí cuando esto aún era huerta». «Arturo Ballester se acaba en el 14... La dirección está equivocada», nos dice éste algo extrañado, y nos hace una detallada explicación de la evolución urbanística de Campanar.
Volvemos sobre nuestros pasos, y los tres ancianos nos ven pasar de nuevo, pero el ceño fruncido de Jesús desactiva cualquier broma. Y si Alfons se ha equivocado... «Tiene que ser el 2 o el 5», concluimos. Y así es: en el portal 2 vive un Cervera en la puerta 17. Pulsamos el timbre y se oye al otro lado una voz desganada. «Alfons, malparit, obri la porta, que anem a pujar i trencar-te les cames!», brama Jesús. Y así, con este estado de ánimo algo Pulp Fiction, se inicia esta entrevista. Alfons intenta defenderse. En el tiempo que nos ha costado subir en el ascensor ha consultado el correo y… «No sé qué ha pasado. Quería poner 2, planta 5, puerta 17… Lo raro es que nunca pongo la planta… No sé por qué la he puesto». «Para fastidiar, la has puesto para fastidiar», se enciende Jesús, con la barba erizada. Alfons se sonríe, de esa manera tan entrañable que tiene, como si se abrazase a sí mismo. «No pasa nada. Hemos aprendido mucho sobre Arturo Ballester y esta zona de Campanar», digo riendo.
Alfons pregunta que para qué medio es la entrevista y le explicamos que para la revista Plaza, pero no sabe de qué le hablamos. Y dice: «No leo nada... ¡Sé que la gente no me lee! Para qué voy yo a leer... Escribo porque me gusta... ¡La putada son los libros!». Y por primera vez echamos una mirada a aquel comedor, literalmente repleto de libros, de todo género y pelaje, muchos de ellos enviados por las editoriales. «Esta casa la tengo sólo para los libros… Donde escribo es fundamentalmente en gar...». Nos enseña la casa: «Ésta es la habitación de mi hija Laia... También hay libros por todos lados». Jesús ríe y sentencia, más calmado: «Bueno, ya era hora de encontrar a un escritor que tuviese libros en su casa».
Son las doce del mediodía. Y desde la ventana de aquel comedor se ven los árboles de la calle, y una antigua alquería que ha quedado incrustada en el desarrollo voraz de la ciudad. Nos sentamos en un tresillo de cuero y cuesta arrancar la entrevista: el calor y la caminata nos han marchitado un poco el ánimo. Veo sobre una mesita de centro las memorias de Caballero Bonald, y le hago un comentario sobre lo bien escritas que están. «Es el mejor escritor vivo... ¡Y le han denegado dos veces el ingreso en la Academia!». La verdad es que no me extraña, porque en aquel libro pone verde a todo el mundo, empezando por Cela. «Sí... Bueno, a mí me dedica un capítulo… ¡Para bien! Es uno de mis orgullos...». Me lo enseña y leo una frase subrayada: «Como indica Alfons Cervera, más allá de los recuerdos no hay nada». Alfons ríe cuando se la leo en voz alta y replica, achinando mucho los ojos, y acentuando sus rasgos bonachones: «¡Esa frase en realidad me la dijo él a mí!».
«Mi otra referencia es Onetti. Bueno, y también Vinyoli en poesía... La memoria es mi universo literario. Creo que es el material con el que trabajamos los que escribimos. Porque, ¿se puede separar la escritura de la memoria? Yo no lo hago. Yo soy el mismo dentro y fuera de la literatura. Hay grandes escritores que fuera de las novelas no me interesan. Céline, Ezra Pound, Vargas Llosa... La verdad es que no los leo a gusto. Los Cantos de Pound son un hito literario, pero él era un fascista... Creo en el compromiso del intelectual, en la escritura como instrumento. Mi literatura es moralista, y eso para algunos es anatema. Pero como dice Mairena, el álter ego de Machado: «En tiempos de crisis triunfa el cínico». No soporto tipos como Houellebecq. Su última novela, Sumisión, es detestable. ¡Y, además de cínico, misógino!».
Alfons cree en esa literatura de barricada, en el uso social de la escritura. Una literatura amoral le parece un error. «En España es aún peor que en Francia: estamos asistiendo a una literatura complaciente. Una literatura de conciliación, un revisionismo exculpatorio... ». Le pregunto su opinión sobre Javier Cercas y se pone serio. «Prefiero no hablar de él... Ni de Muñoz Molina... Ya la tuve con Cercas y no quiero volver sobre el tema. Pero mis libros no son confortables. Provocan desasosiego. Creo en la conciliación, pero no desde la renuncia. No hay que pasar página, ni ceder nada. Este país sólo podrá salir adelante desde las diferencias». Hablamos del centralismo español y de cómo le cuesta a España asimilar las diferencias.
Y de ahí pasamos a la prensa, cada vez más sitiada y centralizada. «En la crisis del periodismo la crisis económica ha sido importante. Sin duda. Ha vaciado las redacciones, las ha dejado en una minoría ridícula. El cierre de la delegación de El País en Valencia es un buen ejemplo. Pero sobre todo ha conseguido que ahora nadie se crea a los medios de comunicación. Han perdido credibilidad. Evidentemente, un medio debe ser rentable, porque tras él siempre hay una estrategia empresarial. Pero antes los ideales eran importantes, y el diario hacía un servicio público. Ahora no: ahora sólo importa el negocio. Piensa en El País. ¿Qué pregunta se hace ahora ese lector que le ha sido fiel durante tantos años?».
De pronto, se muestra optimista. «Aún así, estamos viviendo un momento de esperanza. ¿Qué pasará el día 24 de mayo? ¿Habrá o no cambio? Es apasionante. ¡No todo es para siempre! El fenómeno de Podemos nadie se lo esperaba: la sociedad ha reaccionado. Tanto que el Rey ha tenido que abdicar... ¡Las cosas están cambiando! Hay una cierta alegría dentro de la desesperación». Me mira de hito en hito y bajando la voz y enderezando el índice de la mano derecha, puntualiza: «¡Fui el único periodista que cuando salió todo el tema de los trajes de Camps vaticiné su final! Entiéndeme: no hay que caer en el desánimo que conduce al inmovilismo. Las cosas están cambiando. Y como decía un filósofo, ahora fascista: ‘Rebelarse es legítimo, y además divertido’». Le pregunto el nombre de ese filósofo rebelde y ahora facha: «Albiac, Gabriel Albiac... ¡Que no se apodere de nosotros la tristeza! El año que estamos viviendo es para alegrarnos. ¡En Francia están mucho peor! Con el Frente Nacional pisándoles los talones a los demócratas…».
Discutimos sobre el fenómeno Podemos y sobre Ciudadanos. Cervera muestra sus ideas al respecto, y asegura que Ciudadanos nunca pactará en Valencia con el PP, porque eso sería su ruina política. Le advierto de que esta entrevista aparecerá publicada después de los comicios, y que quizá sus predicciones queden muy en evidencia: «¿Quién va a querer pactar con Rita Barberá? ¡Sería un suicidio político!».
Comento que la sociedad está aletargada y que todo es posible, y más en Valencia: «Vivimos en una sociedad sin valores de ningún tipo... No hay que olvidar los 40 años de dictadura. Llenó las cabezas de los españoles de miedo. Cuando se conmemoró el Congreso de Intelectuales en Valencia, Octavio Paz leyó un discurso delirante. Más o menos venía a decir que con el regreso de la democracia los republicanos habían ganado la guerra. Vázquez Montalbán intervino y con sutileza dijo: ‘¡En cambio, yo siempre tuve la sospecha de que la guerra la había ganado Franco!’. Vuelvo a lo mismo: dejémonos de monsergas, de discursos vacíos, de conciliaciones, y recuperemos la memoria.
No se trata de una cuestión de venganza, pero hay que explicar lo que pasó. Muchos de los supervivientes de Franco aún tienen esa sensación de culpa, de proscritos, de haber estado en el bando equivocado... Mi última novela, Todo lejos, recupera un episodio que ocurrió en Vilamarxant. El año 1971, un grupo de jóvenes revolucionarios, cercanos al FRAP, fue detenido. Pero uno de ellos, antes de ser capturado, se ahorcó. Aquello fue un drama en aquel pueblo pequeño, y un tabú que se ocultó: aquel joven estaba casado y tenía una hija, llamada Silvia, y se decidió silenciar todo lo sucedido. Pero un día, pasados los años, y durante las fiestas del pueblo, un fascista declarado se acercó a Silvia, y le espetó: ‘¿Tú sabes que tu padre era un terrorista?’ Y Silvia no sabía nada... ¡No sabía de qué le estaba hablando! ¡El fascista se permite llamar terrorista a un militante revolucionario! ¡Ésa es la memoria que hay que recuperar!».
Se ha hecho tarde, y hay que ir acabando. Jesús le hace algunas fotos en su despacho, junto al ordenador. Echo un vistazo y veo una fotografía de un jovencísimo Alfons Cervera con el poeta Vicent Andrés Estellés. Pienso en su vida dedicada a la literatura y al activismo cultural, y también que la sociedad valenciana no le ha agradecido bastante su empeño de llevar la cultura a nuestro país. En el recibidor hay un cuadro con un retrato de Ovidi Montllor, realizado por Antoni Miró, y todo apunta a lo mismo. Él seguirá escribiendo, y recordando, porque «más allá de los recuerdos no hay nada». Nos anima a volver cuando queramos para proseguir con la conversación y le decimos que sí, que lo haremos, porque además ahora tenemos a nuestro favor conocer la dirección correcta. Ríe, se encoje un poco y nos abraza. Dice que allí está para lo que queramos y le creemos.