A lo largo de su mandato, Costa lo apostó todo por la audiencia, pero sin un respaldo presupuestario ni burocrático, no ha habido modelo que asentar sino situaciones que amortiguar
VALÈNCIA. La dimisión de Alfred Costa como director general de À Punt supone también el cierre de una era en la joven radiotelevisión pública. Tras la puesta en marcha de la cadena de televisión, la radio y la web por Empar Marco, la primera directora, en marzo de 2020, este tomó el relevo.
Costa no llegó de nuevas a À Punt, donde durante los primeros años fue Jefe de Emisiones. En todo caso, sí quiso marcar distancia con el modelo televisivo hecho hasta entonces con un objetivo: romper el techo de audiencias en el que se había instalado y que era, tanto en opinión pública como política, del todo insuficiente. La apuesta de Costa era romper lazos con las imposiciones de los programas contratados por la Generalitat antes de la creación del canal, con un enfoque de nicho, para hacer una parrilla mucho más popular.
Más entretenimiento, más formatos conocidos, y también, por qué no, dejar de renegar del pasado de Canal 9. Volvió L’Alqueria Blanca; volvió el tándem Carolina Ferre-Eduard Forés, volvió Ximo Rovira (a pesar de la censura del Consell Rector)… El objetivo era conectar con el público generalista y buscar triplicar la audiencia. "Que la gente reconozca una televisión convencional, que no tradicional", analizaba en una entrevista con Valencia Plaza.
La realidad es que la parrilla ha sufrido unos vaivenes que no ha permitido asentar ningún modelo, sino amortiguar situaciones presupuestarias y burocráticas. La política ha sido determinante en el día a día: las promesas (cumplidas e incumplidas), las negociaciones, la liquidez para pagar a la productoras, las hostilidades y las simpatías… Cada presupuesto de la Generalitat (y su posterior periodo de enmiendas) ha sido un momento de tensión para saber si tendrían que deshacer los planes a mitad temporada.
El contrato programa que regulaba las bases de su política de programación (y que con la ley de creación era especialmente exigente y restrictivo) estuvo un año y medio caducada (desde enero de 2022 hasta julio de 2023) y en enero de 2024 volvió a estarlo casi medio año más. El equipo de Alfred Costa se tenía que acoger a un papel mojado y a las tensiones y proyecciones de la política de partidos. Todo lo independientes que han podido ser sus informativos poco tiene que ver con las ataduras de su gestión cotidiana.
Costa y su equipo han querido ser propositivos y la realidad les ha obligado a ser reactivos. La audiencia ha seguido estable con un contenido más ‘popular’ y más expuesto a la crítica. El sector audiovisual se ha quejado de ello, pero sobre todo se ha quejado a los diferentes gobiernos por la inoperancia de la estructura organizada en dos sociedades y una financiación insuficiente para las aspiraciones. De esta manera, problemas estructurales han lastrado una apuesta. ¿Esa apuesta ha sido la correcta? Otros factores impiden saber con certeza y detalle una respuesta rigurosa.
Las apuestas de Costa han ido variando: primero fueron los magazines de las tardes, la franja más complicada que finalmente se ha optado por no seguir luchando; luego fue el prime-time, que ha conseguido afianzar algunas marcas como Valencians al món, Zoom o L’Hora Fosca; más tarde, L’Alqueria Blanca como única gran ficción; los concursos o los talents han estado siempre ahí. Todos los cambios hasta el último: darlo todo a lo que le da picos de audiencia, las fiestas y los eventos.
El cambio de gobierno provocó el último giro, diseñando una parrilla que no incomodara a los nuevos inquilinos de la Generalitat. Más presencia de la programación en español, más fiestas populares, y la incorporación incluso de espectáculos taurinos. Mientras, el Partido Popular impulsó la nueva ley y le buscaba reemplazo a Alfred Costa.
La pregunta que nos hacemos en muchos análisis sobre À Punt tal vez no se la hayan tanto ni siquiera en la dirección del ente. Las audiencias (que se miden trimestralmente y a través de una encuesta, por lo que son más inestables) han oscilado tanto que no se sabe realmente cuál es su impacto real. Pero más allá de los datos, la sensación interna y externamente es que la radio no es que sea la hermana pequeña, sino que es la hija fea del ente. Ni siquiera ha contado nunca con una dirección propia, lo que supone una anomalía en el sector de los medios de comunicación y nada ha tenido que ver con ninguna apuesta multimedia.
Cuando hay recortes, estos se notan especialmente en la parrilla de programación; los recursos y la visibilidad no son comparables ni mucho menos a los de la televisión; y los bailes de caras han sido mareantes en un medio donde se premia, precisamente, la compañía y la estabilidad.
La relación de Alfred Costa con las productoras ha contado también con horas bajas y altas, y también ha estado muy determinado por su realidad presupuestaria. Las tensiones en los impagos han sido una constante en los años de la radiotelevisión pública. El sector se ha puesto al lado de la dirección pidiendo más fondos, pero también se ha quejado de la mala planificación, de una producción ejecutiva excesivamente intervencionista, o de favorecer los proyectos de empresas de ámbito estatal.
La batalla legal por el IVA, que tiene en jaque a todas las autonómicas estatales ha sido la sombra a vigilar por el rabillo del ojo. También una amenaza para recordarle a À Punt que la Generalitat puede hacer y deshacer su destino.
Desenmarañar esto es misión imposible, pero Costa sí ha querido tener gestos participando en eventos profesionales, interesándose por la evolución del sector, y en los últimos meses, haciendo una apuesta fuerte por el proyecto del clúster del audiovisual como interlocución principal con las productoras.
Costa deja una radiotelevisión estable, aunque con serios problemas de penetración de audiencias. Mientras no llueva ni haya fiestas, las audiencias de À Punt son las más bajas de todas las primeras cadenas autonómicas de España.
Por mucho que el inminente exdirector general quisiera relativizar este factor, la tendencia no se ha podido cambiar. Pero no disparen al pianista: el modelo estaba. ¿Qué es lo próximo? Más allá de la simplificación estructural, los profesionales no son optimistas con la nueva ley. Ahora también falta el quién y falta el cómo.