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Ámsterdam, más allá de lo de siempre

La capital más liberal de Europa seduce al visitante con su oferta de ocio, diversión, cultura e historia

12/10/2017 - 

VALÈNCIA.- Tiene fama de ser una de las ciudades más liberales, abiertas y tolerantes del mundo. Que el consumo de drogas blandas o la prostitución estén permitidos y sean aceptados con naturalidad sin duda contribuye a ello. Como también el contar con, nada menos que, un 60% de población extranjera y ser una de las ciudades del orbe con más nacionalidades representadas, por encima incluso de Nueva York. Pero sería un error no profundizar más allá del estereotipo que acompaña a Ámsterdam.

La capital de los Países Bajos es única también por su peculiar trama urbana, asentada en gran parte sobre el terreno conquistado al mar del Norte y horadada por un complejo sistema de canales que le otorgan un singular perfil de tela de araña. Recorrer en bicicleta los barrios con más solera cruzando sobre alguno de sus más de 1.200 puentes decorados con flores supone una auténtica delicia. Sin perder de vista que aquí se encuentran museos de talla mundial como el Rijksmuseum o el dedicado al genio Vincent Van Gogh, que completan el mosaico de una de las capitales europeas más seductoras.

La monumental Plaza Dam puede ser un buen punto de partida para comenzar a recorrer la capital. Ni rastro queda ya de la presa –o Dam– que unos pioneros construyeron a finales del siglo XIII para domar las aguas del río Amstel en una singular batalla contra el mar librada durante siglos, pero este lugar es el germen de una comunidad que prosperó rápido gracias al comercio marítimo. El imponente Palacio Real, antiguo ayuntamiento levantado durante el Siglo de Oro neerlandés, destaca en un costado junto a la Iglesia Nueva (Nieuwe Kerk), donde se coronan los monarcas holandeses.

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Antes de sumergirse de lleno en el popular Barrio Rojo, que se extiende desde el lado opuesto, conviene callejear hasta la cercana plaza de Spui, donde aguarda un rincón que pasa inadvertido para muchos turistas pese a ser uno de los más especiales. Begijnhof, o Jardín de las Beguinas, es un apacible patio interior medieval en el que antiguamente vivía una comunidad religiosa femenina. Casi hay que adivinar la ubicación exacta de la entrada situada en la callejuela Begijnensteeg —cerrada a media tarde—, pero merece la pena entrar al patio ajardinado para ver la casa más antigua de la ciudad, hecha de madera, y dos interesantes iglesias calvinistas.

*Lea el artículo completo en el número de octubre de la revista Plaza

De nuevo en la Plaza Dam, en apenas unos pasos comienza el despliegue de ventanas en las que se exhiben las prostitutas alumbradas por tubos del color que da nombre al barrio, uno de los más antiguos de la ciudad. La concentración aumenta a medida que se avanza hacia la vieja catedral (Oude Kerk, 1250) en el corazón del barrio. En total hay 350 cabinas en el Barrio Rojo que se alternan con todo tipo de locales: desde bares de copas, sexshops o clubes donde se practica sexo en vivo, hasta negocios normales y corrientes que conviven con una sorprendente naturalidad. Incluso un convento (Bethaniënklooster) reconvertido en espacio de conciertos. Es muy importante respetar la prohibición de hacer fotos.

Los estrechos callejones de luces rojas desembocan irremediablemente en la Plaza del Mercado Nuevo (Nieuwmarkt), otro lugar destacado en la historia de Ámsterdam junto a lo que hoy es el pequeño barrio chino. El edificio aislado que actualmente alberga al restaurante De Waag fue hasta el siglo XVI la puerta de entrada a la ciudad por el mar. El dique que se levantó después permitió ganar terreno para responder a la explosión demográfica que se produjo al calor del crecimiento del comercio marítimo. Y ese trajín de marineros que pasaban largos periodos en alta mar fue el que a su vez hizo proliferar los burdeles que dieron origen al Barrio Rojo.

Si camina desde Nieuwmarkt hacia el sur, junto al canal Kloveniersburgal en dirección a la siempre animada plaza Rembrandt (Rembrandplein), pasará junto al antiguo barrio judío (Jodenbuurt), el vecindario más ecléctico de la capital. Merece la pena desviarse unos metros en dirección a Waterlooplein, en la que de lunes a sábado se organiza un popular mercado de artículos de segunda mano. La ocupación nazi, que culminó en el conocido como Invierno del Hambre, dejó el barrio literalmente arrasado. La legalización del movimiento okupa en los años setenta y ochenta y el proyecto impulsado por el Ayuntamiento para recuperarlo con las ideas aportadas por jóvenes universitarios forjaron el carácter actual de la zona, de ambiente desenfadado y fachadas de colores.

Tras dejar atrás los barrios más antiguos, conviene explorar en profundidad el anillo exterior de canales y acercarse hasta el mayor mercado callejero de la ciudad, el de Albert Cuyp, en el barrio de moda para salir (De Pijp). Pedalear junto al canal de Keizerscharcht, uno de los más señoriales, le permitirá admirar las estilizadas fachadas amsterdamesas —estrechas, inclinadas hacia adelante y con grandes ventanales— y llegar en pocos minutos hasta Jordaan, el barrio de mayor encanto. Está repleto de galerías de arte, pequeños cafés y agradables terrazas prácticamente en cada esquina. En la de Winkel 43 le servirán una de las más deliciosas tartas de manzana que haya probado en su vida. Piérdase a continuación por la zona conocida como de las Nueve Calles y terminará por convencerse de que sí, Ámsterdam es mucho más. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 36 (octubre/2017) de la revista Plaza

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Madrid como capricho y necesidad. Me siento hijo adoptivo de la capital, donde pasé los mejores años de mi vida. Se lo agradezco visitándola cada cierto tiempo, y paseando por sus calles entre recuerdos y olvidos.