Falcon Crest, sucesora de Dallas, la popular serie sobre otras dos familias enfrentadas, fue la primera en mezclarse en el discurso de un político en España
VALÈNCIA.- Ni Frank Underwood, ni Tony Soprano, ni Omar Little. La villana televisiva por antonomasia sigue siendo, a día de hoy, doña Angela Channing de Falcon Crest. Jane Wyman, la actriz que interpretó aquella implacable matriarca, arrasó durante cuatro años consecutivos en los Globos de Oro, un hito que no han superado ni de lejos actores tan icónicos en esta última era de series como Kevin Spacey o James Gandolfini. Cuando, además, en realidad Falcon Crest nunca fue un enorme éxito de audiencias en su país.
En España, por el contrario, programada a las tres y media de la tarde de lunes a viernes, amenizó la sobremesa de los espectadores de TVE con aquellas escenas pasadas de rosca sobre amoríos y traiciones. Por entonces no estaba bien visto confesar que uno era espectador de aquel truculento culebrón, sobre todo entre el público masculino, mientras que en la cultura popular se constataba que su impacto fue indiscutible. En mi generación las adolescentes estábamos totalmente enganchadas al Juego de Tronos del valle de Tuscany. Lorenzo Lamas, ‘el rey de las camas’, el mayordomo Chao-Li y, por supuesto, la Channing daban una grima espantosa pero a la vez generaban un incomprensible influjo que nos adhería al televisor sin remedio.
Seguro que recuerdan aquella frase de Alfonso Guerra «eres más mala persona que Angela Channing». Hoy aquella frase hubiera sido el tuit más viralizado del día en las redes sociales sin duda ninguna, superando en atención mediática a cualquiera de las alusiones sobre Juego de Tronos de Pablo Iglesias. ¿La diferencia? Antes nos enterábamos de semejantes frases lapidarias por los informativos junto al boca-oreja, y ahora por las redes sociales.
Sin embargo, pese al acierto de Guerra por conseguir la simpatía de la ciudadanía con una afirmación que mezclaba política con cultura popular «de la buena», los informativos de por entonces, la hora televisiva donde se informaba la gran mayoría de los espectadores interesados en política, no consiguieron jamás la misma atención e interés que series como Falcon Crest entre determinados públicos. Les pongo un ejemplo: en 1989, año de elecciones anticipadas en España, el diario Abc realizó un sondeo en un distrito periférico de Sevilla para conocer la popularidad de los políticos y otros personajes, y el resultado fue que entre la gente joven Angela Channing era mucho más popular que Guerra, y eso que jugaba en casa.
En tierras valencianas somos expertos en el argumento de la serie. Dos familias enfrentadas por el poder de unos viñedos: los Gioberti contra los Agretti. Una base argumental muy utilizada en muchas otras obras de género, que en la Comunitat Valenciana vimos también en el arranque de la famosa serie L’Alqueria Blanca. En este caso fueron los Falcó y los Pedreguer los que, como en la serie californiana, engancharon a un público al que le gustaba la gresca, las injusticias sociales, los líos amorosos y los villanos como Angela Channing.
Que Falcon Crest era una serie poco exigente lo saben hasta los chinos, entre ellos el actor Chao-Li Chi que hacía de mayordomo chino y cuyo nombre en la serie era también Chao-Li Chi. Por lo que respecta al resto del reparto, tampoco daba para muchas alegrías. Eso sí, alguien tuvo la genial idea de seguir la moda impuesta por Aeropuerto (George Seaton, 1975), que consistía en contratar a una estrella, rodearla de actores buenos en horas bajas, y presentarlo como una superproducción. La diferencia es que aquí solo había una actriz digna de tal nombre: Jane Wyman.
Retirada prácticamente desde principios de los años 60, circulaba el chiste cruel de que había ganado un Oscar por Belinda (Jean Negulesco, 1940) porque hacía de muda. La realidad era otra, había sido una excelente actriz -mucho mejor que su exmarido Ronald Reagan-, dirigida por algunos de los mejores de su época: Billy Wilder, Robert Wise, Frank Capra, Alfred Hitchcock o Douglas Sirk. En cuanto a compañeros de reparto, todo un Who is Who de estrellas de la época dorada de Hollywood: Rock Hudson, Fred MacMurray, Cary Grant, Errol Flynn, Carole Lombard, Marlene Dietrich...
Tampoco era desconocido Mel Ferrer, aunque su principal mérito era su matrimonio con Audrey Hepburn. Cierto es que tenía algún título a destacar en su currículum, como Encubridora (Fritz Lang, 1952) o Scarmouche (George Sidney1952), pero ni siquiera como protagonista. Aun así, viendo al resto del elenco de la serie, el actor se vino arriba y pidió un aumento de sueldo en la cuarta temporada... lo que motivó que su personaje falleciera en un accidente de avión. Pírrico reconocimiento para una persona que se ganó un lugar en la historia del séptimo arte por dirigir a Marisol en Cabriola (1965) y haber escapado de la pena de muerte.
Eso sí, comparado con Lorenzo Lamas, el actor de origen español Mel Ferrer era el mismísimo Laurence Olivier. Hasta que llegó la serie (y desde que la dejó) lo más reseñable de su biografía profesional es el papel de secundario que hizo en Grease (Randal Kleiser, 1978). Aun así, la serie le permitió anunciar colchones en España y salir en portada del Teleprograma. Pese a todo, todo un carrerón comparado con algunos de sus compañeros de reparto, de los que no hablaremos por humanidad.
Falcon Crest fue una simpática astracanada. Mel Ferrer no fue el único actor que dejó la serie. A partir de la séptima temporada, quedaban menos intérpretes originales que en el último disco de Olé Olé; los nuevos no cuajaban. Las tramas rozaban lo demencial, con terremotos y abducciones incluidas. Y un buen día, la serie se canceló después de 227 capítulos.
Estreno: 4/12/1981 (CBS). Duración: 227 episodios (hasta el 17/5/1990). Creador: Earl Hammer Jr. España: Se emitió desde enero de 1985 a verano de 1991 en TVE (Canal 9 la recuperó en 1997). Cameos: Tom Cruise, Lana Turner, Kim Novak, Gina Lollobrigida y César Romero. El dato: La española Assumpta Serna tuvo un papel en la 8ª temporada... interpretando a una italiana.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 29 de la revista Plaza