Cuando cambia el contexto, cambia la interpretación. Eso es algo que todos sabemos. Si yo digo “sal” en la mesa, alguien me acercará el salero. Si digo “sal” a uno de mis alumnos en medio de la clase, el alumno no me pasará el salero, sino que agachará la cabeza y saldrá de clase.
El problema está cuando el contexto cambia y la palabra se queda flotando en el aire. La misma pero distinta. Y tú pedías un salero pero todos se marchan de la clase.
Contaba el premio Nobel Ishiguro en su novela El artista de un mundo flotante los problemas del anciano pintor Masuji Ono al cambiar el paradigma político de Japón tras la II Guerra Mundial. Los cuadros que lo habían convertido en un pintor de éxito son analizados en la posguerra desde una nueva perspectiva. Las alabanzas y ayudas del antiguo poder son vistas como traición por el nuevo poder. Toda su exitosa trayectoria artística es redefinida y condenada antes sus ojos por el cambio social y cultural.
No hay que irse a Japón para encontrar un caso parecido. Se me ocurre que esta historia es muy similar a la del artista Ripollés, conocido sobre todo por sus esculturas en rotondas de la Comunidad Valenciana y, principalmente, en Castellón. Ripollés se dejó querer por Carlos Fabra —una de las caras más icónicas de la corrupción valenciana— para, años después, convertirse en una especie de broma justamente por su relación con este benefactor, que tuvo su punto de no retorno en la escultura de 20 toneladas en el aeropuerto del abuelo (también conocido como aeropuerto de Castellón) donde se homenajea al propio Fabra, presidente de la diputación del abuelo, digo, de Castellón.
Pero no solo la obra artística se ve afectada por un cambio de paradigma. Solo tenemos que echar un vistazo a nuestro alrededor para ver cientos de ejemplos. Porque, sí, ha habido un cambio en la sensibilidad social. Esa es la buena noticia. Colectivos antes invisibilizados, menospreciados o estigmatizados han sido escuchados y se exige para ellos respeto e igualdad de derechos. La mala noticia es que igual se nos está yendo un poco la pinza con esto del respeto. Porque estamos viendo que la ofensa es un pozo sin fondo. Siempre habrá alguien dispuesto a ofenderse. Por cualquier cosa. Por lo que el respeto empieza a ser un campo minado del que es difícil salir ileso.
El cambio de sensibilidad ha hecho que los chistes de Arévalo, si alguna vez la tuvieron, hayan perdido la gracia. Porque los chistes de maricones y gangosos han dejado de hacernos reír para hacer que nos enfurezcamos. También han hecho que unos millennial, con toda su buena fe, acusen a Mecano de homofobia. Nadie hubiese sospechado de la homofobia de Mecano diciendo “mariconez” cuando Mecano estaba en activo. Solo hoy, en la distancia, sin el contexto, puede pensarse algo así. Por las mismas razones, Apu, el indio del badulaque de Springfield, va a ser eliminado, tras casi 30 años de estar Los Simpson en antena. El paradigma ha cambiado. Hoy día, como hemos dicho, el respeto a la sensibilidad de los diferentes colectivos está en el centro de la mesa. Y estaría bien, si no fuera porque decir que Rosalía ofende a los andaluces por usar el look de la gente de sus extrarradios, que hay que vetar Lo que el viento se llevó por apología del esclavismo o que cuando dices LGTBI eres xenófobo porque excluyes la Q+, roza el ridículo más espantoso. Y da para pensar que nos estamos pasando tres pueblos…
Sé que la cosa es un poco más compleja, que por ejemplo el activista que puso a Apu en el centro de mira tenía un discurso más elaborado que el típico ‘Soy indio y me indignan los chistes de indios’. Pero el hecho de que se haya eliminado al personaje nos deja ver que los productores no quieren arriesgarse. Saben que la sensibilidad social está últimamente excesivamente sensibilizada. Siempre a punto del sarpullido. Y no quieren más polémica. Apu es un personaje nacido en los 80. Un personaje paródico y simpático que no ofendió a nadie durante muchos años. Actualmente, el americano de origen indio es representado por Aziz Ansari en la serie Master of None, serie que lucha contra el estereotipo de los inmigrantes también desde el humor e incluso mucha autoparodia. Apu es un personaje de otra época que, como Masuji Ono o Ripollés, han vivido un cambio en su propia interpretación.
Cada momento tiene sus representaciones, sus héroes, sus iconos. Y en este momento que estamos viviendo triunfan los iconoclastas, aquellos que rompen las esculturas y pinturas que les ofenden.
Borrar los iconos del otro, como los españoles cuando conquistaron América y en el nombre de Cristo rompían sus ídolos.
Borrar el pasado, como los faraones egipcios posteriores intentaron destruir todas las imágenes de Akenaton.
Borrar lo que nos ofende, como los musulmanes destruyendo iconos de otras religiones. E incluso las imágenes de su propio Dios y de su profeta Mahoma. Porque representarlos les parece una ofensa. Es idolatría. Adorar imágenes vulgares que no son Dios, sino solo su representación. Entre otras cosas porque saben que ninguna representación hará justicia. Siempre tendrá una parte vulgar o fea o será hecha con un material poco apropiado o por un hombre poco apropiado… y que aunque sea perfecta hoy mañana la verán nuevos ojos. Así que, prohíben y castigan cualquier representación de su Dios y su profeta.
Y si no que se lo digan a Charlie Hebdo.
No me extrañaría que acabáramos así, prohibiéndolo todo, borrándolo todo: cada chiste, cada personaje de ficción que represente a un colectivo, cada palabra que etimológicamente aluda a un término perverso, cada artista con un fallo en su expediente disciplinario… Porque todo es susceptible de ofender: así que mejor la nada, el silencio, el vacío. La no-representación.
En fin, que se nos está yendo la cabeza. Que estas reivindicaciones de las que hablo casi siempre son legítimas… pero no así, no con ese fanatismo talibán que destrozó los budas de Bamiyán.