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el muro / OPINIÓN

Arriba el telón

El próximo espectáculo está en los juzgados. Mientras los jóvenes descubren la ópera, el arte, el teatro o la música clásica de forma activa gracias a interesantes programas didácticos y grandes espectáculos, patrocinios y comisiones nos devuelven a la otra realidad. Empieza la función

27/12/2015 - 

VALENCIA. La Justicia nunca viaja unida al ritmo político. Me lo explicó en su día la actual consellera de Justicia, Gobernación y Reformas Democráticas, Gabriela Bravo, siendo entonces Portavoz del Consejo General del Poder Judicial. Y continué sin entenderlo de forma práctica, o desde la perspectiva de un simple ciudadano escandalizado por el sistema. Sí lo comprendí objetivamente como periodista. El asombro era fruto de una realidad social indignada.

Un imposible que lamentar, además, en esta autonomía en la que los supuestos  mangantes y testaferros salen por la puerta de atrás a tomar un carajillo en pleno proceso judicial o gozan de permisos carcelarios para esquiar o ir de parranda, que cantaba Peret, sin que nadie pida explicaciones al instante. 

En este país uno/a puede estar largo tiempo sometido/a al prisma de la presunción, pero enfocado por el juicio mediático lo está en la culpabilidad decidida sin que nadie haya dictado sentencia. Y, después de salir liberado o absuelto, aún puede continuar siendo culpable ante la opinión pública que se ha olvidado de lo sucedido hace sólo unos meses pero cuyo asunto atornilló nuestra memoria. O sea, un pasaje doloroso al que nadie pondrá remedio inmediato pero el tiempo hará que socialmente se olvide más pronto que tarde.

Esta semana la Audiencia de Valencia confirmaba la imputación de Helga Schmidt, exintendente del Palau de les Arts, como presunta autora de los delitos de prevaricación, malversación y falsedad documental a causa del tema de la empresa Patrocini de Les Arts, presidida por el abogado José Antonio Noguera Puchol, que reclutaba empresas para los eventos del coliseo a cambio de comisiones y en la que estaban representados en su consejo de Administración diversos prohombres valencianos de la vida económica y negocios de toda la vida de mucho postín. 

Se sabe, como apunta el Código Civil, que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Así que los media van a pasarlo en grande cuando vean transcurrir a todos los relacionados camino del juzgado para dar las explicaciones pertinentes. Será una traca muy nuestra, cuentan quienes saben mucho de esto. 

Traicionada desde la perspectiva política, como en asuntos de asesoría –y se apuntan por ahí directamente ya algunos nombres-, muchos esperan que para salvar su honor la austriaca tire abiertamente de la manta sin complejos ni miedos. Es lo deseable. Se ha jugado su nombre y prestigio personal y fue protagonista solitaria de una representación dantesca y desproporcionada.

Por lo tanto vamos a prepararnos para la función en la que igual aparecen como extras Eduardo Zaplana, José Luis Olivas, Francisco Camps y Alberto Fabra, entre otros protagonistas y secundarios. Y no me imagino el marrón  que le puede caer a más de uno, tanto empresario como político del momento. Por no hablar de otras figuras de alto rango que dieron el visto bueno y pueden salir reprendidos en un momento de máxima tensión y sensibilidad social. Puestos a irse por delante, nos vamos todos, piensa más de uno. Es de lógica. En resumen, muchos miles de euros en juego, en su día muy fáciles, y otras penas posibles como para defender a quienes te han “vendido”, que recuerdan las denominadas fuentes.  

Todos los que deberán pasar por el juzgado tienen la Navidad por delante para reflexionar e incluso, añadiría, para rezar por lo que se avecina.

La exintendente, aseguran y confían, no se esconderá. Tampoco era necesaria la eternidad. Pero bastante ha sufrido los vaivenes políticos y económicos de una sociedad cainita, que es la nuestra, como para seguir aguantando la desconfianza después del trabajo realizado y tras haber dado la cara por quienes te acaban dejando en la cuneta. Agárrense los cinturones. Esto no ha hecho más que empezar. Pero, sinceramente, es su guerra. Ellos sabrán por qué la iniciaron. Aunque nos lo van a contar claro y alto. Nos lo merecemos. Arriba el telón.

Ópera y didáctica

Cruce de reflexiones entre un crítico musical, un programador, un gestor, un sociólogo y un periodista. El primero considera que si la gente joven no se acerca a la cultura, o a la música clásica, más concretamente y de forma independiente, y no como actividad escolar complementaria sin más, es porque falla el sistema educativo. Y pone como referencia que la enseñanza musical en los colegios apenas consiste en pasar una simple prueba de interpretación de flauta cuando en Israel, por ejemplo, si entras en un conservatorio los estudiantes, además del violín, deben saber interpretar el acordeón o la mandolina; o en Centroeuropa el sistema educativo es mucho más formativo y generoso. 

El programador cree que es complejo crear nuevos públicos ya que las inquietudes de la nueva sociedad van por otros derroteros y la renovación generacional es difícil de conseguir salvo cuando la edad se va cumpliendo. 

El sociólogo apunta casi lo mismo: es una cuestión de evolución en la sensibilidad y, sobre todo, un asunto de madurez, sostiene. Pero anota, además, una reflexión muy interesante en torno a un estudio en el que está trabajando a partir de una encuesta múltiple. En resumen, algo así como que acudir a un teatro, a una representación operística, un concierto o a un museo es ir a un sitio “donde no hay gente como yo”, que es la reflexión que le ha quedado marcada de alguien que opina sobre la asistencia a representaciones operísticas. Discutible, según las nuevas experiencias sociales europeas. 

Para el gestor, sin embargo, hay que salir a buscar al nuevo público y es un proceso a largo plazo en el que hay que invertir tiempo y educación. Por tanto, no es un asunto de un día para otro. Y se puede conseguir. Pero costará, ya que es un trabajo a realizar de forma solidaria y creíble y no sometido o manejado por la monotonía funcionarial.

El periodista concluye que lo importante es intentarlo y trabajar de forma unitaria. Si se equivocan habremos fracasado, aunque como sociedad.

Así que esta semana decidí vivir mi propia experiencia para sacar una nueva conclusión desde la realidad más directa. Y allí estaba este pasado lunes sentado en la sala Martin i Soler del Palau de les Arts junto a cuatrocientas personas más, en su mayoría estudiantes de secundaria y de conservatorio, para asistir a la última representación de “Silla”, la ópera de Haendel.

Muchos de los alumnos asistían por primera vez a un  espectáculo de ópera, aunque venían preparados de antemano gracias al programa didáctico del coliseo que les instruye días antes sobre qué es un espectáculo, cómo es una producción quién es quién, de qué hablamos, por qué lo hacemos, qué vamos a vivir.  

No era, además, cualquier cosa. No. Era escuchar a Fabio Biondi, uno de los grandes intérpretes del barroco, al frente de un brillante elenco seleccionado de la Orquestra de Les Arts, un cuerpo de cantantes del Centro de Perfeccionamiento deslumbrante y en un espectáculo emocionante. Y mira que el barroco es complicado. Ver salir público huyendo de muchos auditorios en óperas en versión de concierto de Haendel o Purcell es lo normal. Pero aguantaron. Sí, hubo bajas, pero la sorpresa es que fueron mínimas. De verdad. Además, el precio invitaba a asistir. Cinco euros por persona. César Cano, el académico y compositor, puede corroborar lo que apunto.

Sí, ya sé que muchos espacios culturales de la ciudad llevan años trabajando a través de talleres e iniciativas en acercar el arte, el teatro, la música clásica y la lírica a los estudiantes. Pero ver su reacción era lo importante en ese momento. Y al igual que los jóvenes estudiantes reaccionan cuanto más jóvenes mejor ante los talleres de arte y más maduros a la música clásica bien introducida, lo de la lírica fue una sorpresa. Así que, sólo admitir que todos estábamos equivocados. 

Claro que hay público joven a formar y márgenes posibles. Sólo que hay que saber trabajar con ellos. Y con calidad, mejor aún. 

Eso sí, la costumbre de poner el pie en los asientos delanteros como si estuviéramos frente al televisor y hubiera que descansarlos en la mesa supletoria alguien deberá de explicárselo también, pero mientras sólo sea eso es que no nos vamos quedando atrás. Al contrario. No hay nada perdido y sí mucho que ganar.

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