27/03/2023 -
VALÈNCIA. Me van a perdonar los artistas, pero la única cualidad positiva que le encuentro a esa religión o culto llamado arte contemporáneo es su elevado precio. Sin duda, su gran aspiración es la de encarecerse y eso es lo único bueno que veo que tiene, que sirve para desvalijar a la gente que tiene tanto dinero como vanidad. Ahí encuentro una labor social de reparto de la riqueza y el fenómeno en sí me parece todo un arte. No es tan artística la obra de arte colgada de una pared o expuesta en una peana como todo el circuito de galerías, expertos, tasadores, periodistas y, por supuesto, compradores.
Desgraciadamente para mí, el arte entendido como alimento del espíritu siempre lo he encontrado en otros lugares más mundanos. El kiosco, la tienda de discos, la televisión, el videoclub o el cine del barrio y después del centro comercial. Quizá ahora estos espacios son difíciles de ver también, pero en su día formaban parte del paisaje cotidiano. Tampoco me he engañado nunca a mí mismo. Nunca he podido situar en el mismo lugar a los autores de tebeos y a los grandes artistas de nuestro tiempo. Creo que estos últimos deberían besar el suelo que pisan los primeros, fijarse bien y tratar de aprender algo.
No obstante, ahora, con el auge de la novela gráfica como formato, ha habido también un aumento de la mentalidad judeocristiana en torno a la viñeta. Esto es, la que sitúa el drama, la tragedia y el dolor por encima de la risa. El humor no se admite entre los géneros elevados y si ya viene en viñetas, pues es de pobrecitos. Casi se le confiere más valor a los superhéroes, convertidos en iconos de la cultura popular, que sin duda lo son, pero también en rentables franquicias que respaldan con mayor solvencia, gracias al dinero, esa aureola de prestigio cultural.
Sin embargo, con la fotografía desplazando el noble oficio de la pintura del mismo modo que la IA va a sustituir ahora mismo una buena cantidad de empleos, y con el cine siendo una actividad que necesitaba incontables recursos, a mediados del siglo pasado emergió el tebeo como vehículo de comunicación libre, sin ataduras y al alcance de cualquiera. Nada más barato que un lápiz y un papel ni espacio más amplio que una viñeta, donde cabe todo y puede suceder absolutamente todo.
Robert Crumb fue sin duda el artista más destacado de los que encontraron este espacio para expresarse desde los revolucionarios años 60. Su visión ácida, corrosiva, pero divertida y a la vez pesimista, muy misántropa, de todo lo que le rodeaba solo puede concebirse como él lo hizo, y eso es lo que caracteriza en primer lugar el oneroso término de obra de arte.
Sus personajes, como Mr. Natural, merecen un estudio aparte, pero hoy lo que tenemos entre manos es la segunda edición de Art & Beauty 1, 2 y 3. El integral que contiene los tres álbumes de dibujos del autor. El primer número, lanzado por Fantagraphics en 1996, me lo compré en cuanto apareció aquí en la colección Brut Comix un año después. Aunque no sea un cómic con historietas ni historia alguna, es uno de los álbumes que más me han acompañado en esta vida. En cada casa en la que he vivido, he escaneado alguna de sus páginas, las he impreso en una papelería, les he puesto un marco -en Barcelona, felizmente, se hallan gratis en la calle cada miércoles- y los he colgado en la pared. Raro es que algún visitante o huésped no se haya quedado un rato obnubilado observando estos "cuadros" puestos en la casa de un mindundi, no en ninguna galería. Algo tienen que tener si hipnotizan a personas de diferentes y muy dispares procedencias como las que se han dado cita en mi hogar.
Para mí, la razón es sencilla. Aunque estos dibujos vengan acompañados de citas de grandes pintores sobre su forma de entender el arte y la obra de arte, lo que desprenden estas imágenes son una absoluta subyugación sexual de un ideal femenino sobre el autor. Ese modelo de mujer robusta, de fuertes muslos, ejerce una verdadera fascinación sobre Crumb, que le lleva a insistir en ella una y otra vez presentándola en diferentes contextos. Es su pasión, su esclavitud y nunca lo ha ocultado. Es lo primero que dibujó, de hecho.
Este integral, no obstante, va un paso más allá de ese fetichismo. Si bien antes las imágenes parecían obtenidas de los medios de comunicación y algunas tomas al natural, ahora aparecen imágenes conseguidas en redes sociales o a través del móvil. Antes Crumb le daba vueltas al concepto de la nueva mujer, la que era independiente y atlética, el que fue realmente el gran salto adelante del siglo XX, y ahora también podemos hallar en estas ilustraciones su posición ante la vida contemporánea, más marcada por la imagen y su reflejo no como forma de comunicación ante el mundo que nos rodea, pues así ha sido siempre, sino como la única, que es lo que caracteriza estas últimas décadas.
Muchas ilustraciones proceden de fotografías tomadas en el espacio público. Camareras, vendedoras de helados... Siempre que se adapten a las obsesiones aludidas de Crumb son motivo suficiente para justificar el retrato. Sin embargo, hay algo más. Dibujos como el de la modelo Coco Austin sosteniendo a sus gemelos mientras juegan con sus pechos de silicona, imagen que copió de una revista, ponen de manifiesto cómo el artista atiende a los cambios. Diría que con pasmo. El mero hecho de destacar ese frame de los miles de millones que nos rodean cada segundo e incluirlo en este decálogo de su mujer ideal, si algo demuestra es su sorpresa y tal vez hilaridad.
Ocurre lo mismo con otras imágenes, como Lady Gaga adorada por sus fans en un concierto, que se agolpan los unos contra los otros miserablemente tratando tan solo de tocarla con la yema de los dedos. También con Serena Williams, retratada en una playa divirtiéndose con un sombrío guardaespaldas justo detrás. En la mera selección de esas imágenes, en esas posturas, en esos momentos, hay toda una narrativa de intenciones y opinión del autor, que con mucho estilo presenta con el elegante silencio de un supuestamente inocente retrato.
En otras páginas, lo que hay son selfies enviados por mujeres a Crumb. "Sería un placer ser parte de su arte", "el placer es nuestro", contesta él, que copia la fotografía y la comparte con sus lectores. No por casualidad, Art & Beauty originalmente era un catálogo de modelos eróticas. Entre otras consideraciones y ligeras desviaciones, Crumb simplemente nos hace partícipes de lo que más le remueve por dentro que no es otra cosa que el deseo sexual. Sin coartadas ni subterfugios, trata de retratarlo y, por tanto, explicarlo, tal y como lo siente, aunque todos sepamos que no tiene explicación racional y que, encima, supone una tiranía para toda la vida, más dura y dolorosa en tanto en cuanto más nos esforcemos por ocultarla, especialmente a nosotros mismos.