Fue el programa que cambió la manera de hacer espacios infantiles. Y de paso, creó un star system en el que todo el mundo tenía cabida. Inclusivo, divertido e imaginativo, Barrio Sésamo acaba de cumplir cincuenta años
VALÈNCIA.-Jim Henson tenía la teoría de que seguimos siendo niños incluso cuando ya nos hemos convertido en adultos. No es disparatado pensar que el gran éxito que obtuvieron sus personajes fue porque fascinaban por igual a niños y mayores. Sus muppets, conocidos en España como los Teleñecos, eran tiernos e irónicos, inocentes pero sabios y, sobre todo, hacían de la sencillez su mejor arma. Nacieron como marionetas de trapo que en ocasiones movía el propio Henson con ayuda de su esposa Jane, y en cuestión de años se convirtieron en superestrellas internacionales, tan famosos e inmortales como los personajes de Disney o Warner Bros.
Todo comenzó en 1969, con un programa infantil llamado Sesame Street. El objetivo de Henson era crear un programa educativo para niños. En lugar de contar con presentadores de carne y hueso, Henson optó por dar protagonismo a una serie de marionetas que él mismo había creado. Una de ellas, la rana Kermit —Gustavo para el público español— ya gozaba del favor del público americano como parte del elenco de una serie de marionetas llamada Sam and Friends, que supuso el debut de Henson en televisión en 1955. Kermit pasó a formar parte del grupo de muñecos de Sesame Street. Todos ellos representaban sketchs construidos alrededor de las matemáticas, el lenguaje, la lectura o el civismo. La serie llegó a España en noviembre de 1975 —quince días antes de la muerte de Franco— con el título de Ábrete Sésamo. Lo hizo integrada en Un globo, dos globos, tres globos, el programa educativo y de entretenimiento que TVE emitía cada tarde de lunes a viernes.
Con Ábrete Sésamo, los niños españoles —y los no tan niños porque, por ejemplo, quien firma estas líneas no se perdía un capítulo con los trece años ya cumplidos— descubrieron un nuevo concepto didáctico. Allí estaba aquel grupo de muñecos explicando cosas aparentemente simples con un lenguaje básico. Hace unos meses, uno de los guionistas del programa, Mark Saltzman, confirmaba que el dúo formado por Epi y Blas era una pareja gay. Ambos vivían juntos, compartían dormitorio y no tenían pareja de ningún tipo, algo que los más listos siempre habían sospechado, aunque también se rumorea lo mismo de Batman y Robin y nadie da un paso al frente al respecto. Los muñecos de Sesame Street fueron desde el primer momento una apuesta por la diversidad. Podían ser animales o monstruos, podían ser humanos con un color de piel atípico, como Epi y Blas —eran naranja y amarillo respectivamente— o directamente representar a otras razas. Al programa, el más longevo en su categoría en la historia de la televisión, se han incorporado en los últimos años, personajes como Lily, una niña cuya familia carece de hogar, y Karli, cuya madre es drogadicta.
Epi y Blas nos explicaban la diferencia entre lejos y cerca, entre arriba y abajo, entre frío y calor. Parece simple, ¿verdad? Pues ojalá hubiera un programa así, dedicado a que nuestra clase política aprenda a nombrar y calificar las cosas como realmente son y no como quieren hacernos creer que son. Los números —el cuatro, el siete, el tres…— tenían sus propias canciones. Y todo ello se presentaba con ciertas gotas de humor que acababan haciendo atractivo el programa para los más mayores. Los personajes, además, no eran simples comparsas. Tenían su personalidad y su discurso. Ahí estaba Gustavo, que era un cachondo perdido y cuando hacía de periodista se presentaba como «el reportero más dicharachero»; Coco, que es azul y tiene la cabeza con forma de eso mismo que estás pensando; o Triqui, el monstruo de las galletas, que hacía y deshacía operaciones matemáticas zampándose su alimento favorito.
Ábrete Sésamo fue uno de los primeros programas que pudieron verse en color cuando este llegó a nuestros sufridos televisores. Pero eso no evitó que tuviera poca audiencia y fuera retirado de la programación hasta 1979. Ese año, y ya con el título de Barrio Sésamo, regresó con una versión adaptada al público español, algo que ocurrió también en muchos otros países de todo el mundo. Una de las calves de su éxito fue ese. En la versión neozelandesa se acabó incluyendo una sección que consistía en cantar en maorí, y en Sudáfrica, se incluyó un personaje seropositivo cuando el sida era una de las principales plagas en el país. Barrio Sésamo tuvo como protagonista a la Gallina Caponata, a la cual daba vida la actriz Emma Cohen. Su compañero fue el caracol Pérez Gil, encarnado por Jesús Alcaide. Esta versión sirvió para consolidar el programa ante el público español. La que siguió a continuación, en 1983, consagraría definitivamente su popularidad.
En 1983, Barrio Sésamo reapareció por tercera ocasión y esta vez lo hizo para triunfar. La clave fue su protagonista local, el erizo Espinete. Una vez más, se presentaba un personaje sin prejuicios: Espinete era un erizo gigantesco pero tenía la piel de color rosa y voz aflautada porque era una mujer, la actriz Chelo Vivares, quien le daba vida. Espinete vivía en el barrio con el aventurero Don Pimpón y otros personajes como Chema, el panadero, que no murió de sida como decía una leyenda urbana. Sus andanzas se entremezclaban con los segmentos de Epi, Blas, Gustavo, el Conde Draco y de nuevas incorporaciones, como Super Coco, que no era otro que Coco transformado en superhéroe, los Nabucodonosorcitos y los Yip Yip.
Henson y sus personajes terminaron convirtiéndose en celebridades absolutas. Los muñecos protagonizaron en 1976 su propio show, The Muppets Show —El show de los Teleñecos aquí—. En él, Kermit, Miss Piggy y otros muñecos compartían escenario con ilustres invitados de carne y hueso. Nureyev fue la primera gran estrella que se atrevió a comparecer rodeado de muñecos de trapo, Mark Hammill, Debbie Harry, Elton John o Roger Moore le secundaron. Aunque siguió haciendo televisión, Henson llegó a dirigir dos películas que forman parte de los clásicos del fantástico de los ochenta. Cristal oscuro (1982) y, sobre todo, Laberinto (1985), en la que David Bowie encarnó al villano Jareth, rey de los Goblins ataviado con un pelucón que ni Tina Turner. Henson falleció en 1990 a causa de una enfermedad infecciosa que le produjo una crisis respiratoria. Se fue de aquí habiendo cumplido su deseo de juventud, dejar el mundo un poco mejor de como se lo encontró.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de 61 (noviembre 2019) de la revista Plaza