Habitada por gnomos y conocida como la Venecia del este, su agitada historia le ha conferido una identidad propia que ahora mira hacia el futuro
21/07/2022 -
VALÈNCIA. Apenas llevo un par de horas en Breslavia (Capital Europea de la Cultura en 2016) y en mis primeros pasos para conocer la ciudad me vienen ecos de la mágica Praga, de la imperial Viena e incluso de esa Berlín comunista de los años sesenta. Un corto paseo que me lleva a cruzar varios puentes —como en Venecia— y que, precisamente, uno de ellos me acerca hasta el mismísimo Vaticano, con sus curas con sotana paseando alrededor de la catedral. Rasgos diferentes para una misma ciudad cuya explicación la encuentro en la historia: desde la Edad Media ha pasado por manos checas, austríacas, alemanas y polacas, adoptando cada vez un nombre distinto y añadiendo nuevas capas a su cultura y patrimonio hasta conformar su identidad actual.
Una historia que voy a ir descubriendo poco a poco, acompañada de unos seres pequeñitos que me encuentro en rincones escondidos —sí, como los Diminutos— y que llaman mi atención. ¿Habrá algún periodista? ¿Y algún scout? Tendré que fijarme bien para encontrarlos. Tengo la sensación de que Breslavia no es como otras ciudades de Polonia que he visitado (Varsovia, Cracovia, Poznań o Łódź), quizá por el omnipresente río Óder y sus cuatro afluentes, que se extienden por toda Breslavia formando doce islas y creando canales atravesados por unos ciento treinta puentes. Quizá es esa mezcla de estilos. No lo sé, mañana ya descubriré más, que ahora toca mi festín: una cerveza con pierogis.
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El origen de la ciudad se sitúa en la Ostrów Tumski (isla de la catedral), así que decido dirigir mis pasos hasta el pequeño Vaticano, llamado así por el gran número de templos religiosos que aquí se concentran. Para ello cruzo un puente repleto de candados que, incluso, venden en los puestos que hay al lado.
La ciudad aún duerme pero no el farolero que, ataviado con una capa y sombrero de copa, ya ha apagado las ciento tres lámparas de gas que hay. Lo hace los 365 días del año, manteniendo viva una tradición que se remonta a 1846, cuando se instaló la primera de ellas en la ciudad. Paseo casi en la soledad, con el sol en lo alto dejando un juego de sombras interesante que realza la figura de los religiosos que, como yo, andan sin el agobio de turistas y locales. Así visito la iglesia de la Santa Cruz y la esbelta catedral gótica de San Juan, ambas reconstruidas. Y es que, como me explica Anna Kulągowska-Patalas, mi guía, Breslavia, junto a Dresde, fue una de las ciudades más destruidas durante el final de la Segunda Guerra Mundial —el 70% quedó arrasado—.
Un lugar mágico que dejo atrás para ir adentrándome hacia el centro histórico. Lo hago para descubrir uno de los tesoros de la ciudad: el Panorama de Racławice, una pintura de 1894 que por su belleza y dimensiones —ciento catorce metros de longitud y quince metros de altura— me deja sin palabras. La obra representa la batalla de Raclawicka (1794), en la que los polacos ganaron a los rusos, de ahí que durante los años más duros del comunismo estuviera guardada en un almacén.
¿Cuál es la historia de los gnomos?
Sigo mi recorrido y me acerco hasta la Universidad, un enorme complejo creado por los jesuitas. Accedo con la idea de visitar la Aula Leopoldina, una espectacular sala barroca, pero la están rehabilitando y no puedo verla. Lo que sí que hago es subir a la Torre Matemática, un antiguo observatorio astronómico con panorámicas de la ciudad vieja y, sí, al río Óder. De aquí voy dirigiendo mis pasos hacia el corazón de la ciudad: Rynek, la plaza del mercado. Entro por uno de los laterales y el sol incide con fuerza sobre las fachadas de los esbeltos y algo apiñados edificios, dejando una paleta de colores alegre y juvenil. La rodeo hasta encontrarme con el ayuntamiento —hoy alberga un museo—, de arquitectura gótica y renacentista, y su reloj astronómico.
A su derecha está la cervecería Piwnica Swidnicka (la más antigua de Breslavia), ubicada en los subsuelos del consistorio. Estando aquí no se me ocurre un lugar mejor para hacer un alto en mi vista y, de paso, probar la popular cerveza Swidnicka. Y sí, me hago una foto con el gnomo borracho que hay al lado. Otros, al verme, me imitan. Y ya que estoy en modo turista toco la lengua al oso que hay en la plaza para que, como en la fuente de Canaletes, un día pueda volver a Breslavia. Si estas cosas se cumplen en un futuro estaré regresando a muchos destinos…
Seguro que ahora te estás preguntando por qué hay tantos gnomos escondidos por la ciudad. La explicación la vuelvo a encontrar en la historia: en los años ochenta Breslavia estaba bajo influencia comunista y un grupo llamado The Orange Alternative (la alternativa naranja) decidió repartir enanitos en señal de protesta contra el gobierno comunista. Además, en muchas de las protestas, los habitantes iban disfrazados de enanos de color naranja para exigir cambios en las acciones del gobierno, todo un símbolo para la creación de una nueva Polonia más europea. Eso sí, el padre de todos los enanos no es tan artístico como los más de cuatrocientos —y la cifra va subiendo— que hay ahora.
El distrito de los cuatro templos
¿Qué veo ahí? ¡Al fin! ¡El gnomo periodista! Y con el portátil a cuestas, como yo. No lo dudo y enseguida me lanzo al suelo para hacerme la foto y enviarla a todos mis familiares y amigos. Y después de este momento friki me voy al punto más alto de Breslavia: la torre de la iglesia de Santa Isabel (noventa metros de altura). Una estrecha escalera de caracol con trescientos escalones me lleva a los cielos de la ciudad y a dejarme casi sin aliento. Lo bueno es que cojo aire observando la vida de la plaza e incluso puedo escuchar la música de un artista desde aquí. Al bajar, dirijo mis pasos hasta la plaza de la Sal (Plac Solny), antiguamente repleta de puestos de venta de sal y de otros productos como miel, cera, caviar y carne de cabra. Hoy acoge un coqueto y colorido mercado de flores.
Con ese olor a primavera me voy hacia el barrio de las Cuatro Confesiones, que recoge la esencia de aquellos tiempos en los que católicos, protestantes, ortodoxos y judíos vivieron juntos. Poco se conserva del barrio judío, pero sigue en pie la sinagoga de la Cigüeña Blanca (Pod Białym Bocianem) que, contra todo pronóstico, sobrevivió a la Noche de los Cristales Rotos —los nazis la utilizaron como garaje y almacén de los bienes judíos robados—. Un distrito no muy grande en el que también está la iglesia ortodoxa del Nacimiento de Santa Madre de Dios, la iglesia católica de San Antonio de Padua y la iglesia evangélica de la Divina Providencia. Un lugar en el que hoy hay infinidad de restaurantes y bares con encanto, como el de Mleczarnia, el que escojo para cenar. Y así termino mi segundo día en Breslavia.
En mi última jornada toca hacer algo distinto, así que me voy hasta el Odra Centrum para alquilar un kayak y ver la ciudad desde otra perspectiva. Una actividad que también tiene su vertiente ecológica porque me dan unas tenazas y una bolsa por si hay plásticos —¡Y vaya si recojo!—. El paseo es muy agradable, con las vistas a la isla de la catedral desde abajo y surcando el río hasta las afueras de la ciudad. Hay puntos en los que parece que esté en medio de un bosque, con los pájaros piando y los árboles impidiendo ver más allá de la punta del kayak. Miro el reloj y me doy cuenta de que se hace tarde, así que pongo rumbo al Odra Centrum. Al llegar, no puedo resistirlo y me tomo un café con una tarta de zanahoria.
Aún me quedan unas horas, así que decido aprovechar para pasear de nuevo por la ciudad y ver algunos de los rincones que me faltan, como el mercado Hala Targowa, el convento prusiano Ossolineum, la calle de la historia o el Monumento de los Transeúntes Anónimos, en la que catorce estatuas a tamaño real se hunden en el suelo a un lado de la calle Swidnicka y resurgen en el otro lado. Un monumento que representa a los ciudadanos que fueron asesinados o desaparecieron durante el período de la ley marcial en Polonia en la década de 1980. De aquí busco un bar de leche para degustar comida tradicional y a buen precio. Un tipo de restaurante que descubrí en Varsovia y ahora siempre intento comer en uno de ellos. Lo hago en el Mewa milk-bar, muy cerca de mi hotel, el Hotel HP Park Plaza.
Al terminar regreso hacia el alojamiento, mirando por las esquinas con la esperanza de encontrarme al gnomo scout. No lo veo, pero sí veo el gnomo viajero, que precisamente está en mi hotel. Un selfie con él y emprendo de nuevo mi viaje para seguir explorando Polonia.
Breslavia (Polonia)
¿Qué más ver en Breslavia?
El Jardín zoológico de Breslavia. El zoológico de Breslavia es una visita imprescindible si viajas con niños o te gustan los animales porque además de albergar un montón de especies, es el zoológico más antiguo y más grande de Polonia en términos de número de animales. Hay edificios históricos y modernos, como el Africario, un complejo único a escala mundial que presenta diferentes ecosistemas, relacionados con el mundo acuático de África. Lo digo: yo he disfrutado como una niña.
El jardín japonés de Breslavia. Ubicado en el parque Szczytnicki, el Jardín Japonés fue creado a principios del siglo XX, durante la preparación de la Exposición del Centenario en 1913. Si tienes tiempo visítalo porque hay cientos de especies de plantas, árboles, arbustos y flores originales, además de interesantes elementos japoneses tales como la puerta de entrada o el pabellón.
El Pabellón del Centenario. El tranvía de la línea 10 lleva a los apacibles jardines que rodean al Pabellón del Centenario (Hala Ludowa). Este insólito edificio fue construido en 1913 y hoy se considera uno de los ejemplos más sobresalientes de la arquitectura del s. XX (es Patrimonio de la Humanidad). Un viaje con otro aliciente porque en las noches de verano su grandiosa fuente se convierte en un espectáculo musical de agua y luces muy interesante.
¿Cómo viajar a Breslavia?
Su buena ubicación hace que sea posible llegar a Breslavia desde Praga, Dresde o incluso desde Varsovia.
¿Cuál es la moneda?
Moneda: Zlotys (zł). Un euro equivale a 4,59 esloti. Evita cambiar en el aeropuerto porque el tipo que aplican es peor que en el centro de la ciudad.
Con más de veintiséis años de experiencia en el sector financiero, el valenciano Ximo Raga considera que la banca privada vive «un buen momento» a nivel nacional, acompañado por unas «excelentes» previsiones macroeconómicas que invitan a vaticinar un buen cierre de ejercicio
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