el callejero

César, el crítico musical que quería ser yugoslavo

29/09/2024 - 

César parece que lleva puesto el uniforme de crítico musical. Todo oscuro. Con las gafas negras de pasta, el polo de Fred Perry, imprescindible, sin él no te acreditan en los conciertos, y unos zapatos negros relucientes. Luego deja el teléfono encima de la mesa de una cafetería en la plaza del Carmen y llama la atención la funda del móvil con la palabra Jugoton -la primera discográfica que hubo en la antigua Yugoslavia-, una funda que dice mucho de él, de su pasión por la música y por los Balcanes, sobre todo por la antigua Yugoslavia.

César Campoy, el hijo de un conductor del parque móvil y una ama de casa, dice que fue ella, su madre, Marcela, la que le inculcó la afición por la música. Aunque fue una transmisión sin intención. Ella ponía la música que le gustaba y él la escuchaba. Sin más. A su mamá, que había sido “muy yeyé”, le gustaba un poco de todo. “Los Brincos, Juan y Júnior, Los Mustang, Los Sírex, Fórmula V… Y también una serie de cantantes que se han reivindicado con el tiempo, como Camilo Sesto, Juan Pardo, María Dolores Pradera, Rocío Durcal, Mari Trini…”.

Al pequeño César, un niño que creció feliz en esa familia de Benicalap, le atrapó la música y llegó incluso a estudiar piano. Aún de pequeño, con la asignación que le daban sus padres, fue y se compró el Thriller (1982) de Michael Jackson, su primer disco. Era un chico inquieto al que le interesaban muchas cosas y, quién sabe si por eso, se metió en Periodismo en el 92. “Empecé la carrera con la idea de convertirme en corresponsal de guerra. Lo tenía clarísimo. Pero pronto me di cuenta de lo que significaba y descarté la idea. Yo quería, sobre todo viajar. Y con 17 años ya había empezado a escribir y me ganaba un sueldecillo que me permitía viajar. Vi que no era necesario irse a la guerra para salir de casa”.

Su primer empleo, allá por 1990 o 1991, fue en un periódico que se llamaba Actualidad Comunidad Valenciana. “Era de la familia Torralba, que eran los dueños de Actualidad Fallera, así que escribía en el periódico pero también de Fallas. Me mandaban a las fallas más underground. Pero enseguida me metí en la música y comencé a escribir para On the rocks, que acabó siendo una revista que dirigía Arturo Blay y acabé como redactor jefe. La revista desapareció en 1998”.

Luego vinieron Rock Sí!, una publicación que editaba Roxy Club, Zona LP, el suplemento cultural de Las Provincias y la Cartelera de Levante-EMV, además de colaboraciones con otros medios, festivales de música, Cinema Jove… Luego volvió a Las Provincias y después de pasar por Cultura y la web decidió dejar también el periódico. Fue entonces cuando empezó a rumiar la idea de hacer un viaje que le perseguía desde hace tiempo.

Gustos musicales muy dispares

La camarera llega y César le pide una cerveza tibia, un gusto que siempre sorprende a sus acompañantes. Luego retoma la conversación y recuerda sus primeros conciertos. Uno que se le quedó grabado fue una actuación del Titi en Godella que le llevaron sus padres de niño. A partir de los 13 años ya empezó a ir por su cuenta. “Iba a varios garitos de València a ver música en directo, así que tampoco eran demasiado rigurosos en la puerta. También recuerdo los conciertos de Fallas. Me acuerdo perfectamente el de The Communards o el de los Beach Boys. Pero yo me he criado con el rock local. Esto no es Nueva York, pero sí que hay una oferta interesante”.

Nos enzarzamos a hablar de músicos y de música. De Raphael y Bruno Lomas. De Camilo Sesto y de los Burning. De los grandes profesionales que había hace décadas. Son muy serios y muy profesionales. “A Bruno Lomas lo considero el mejor rockero que ha habido nunca en España. Miguel Ríos tiene una discografía impresionante y ha sabido perdurar en el tiempo, pero Bruno Lomas fue un mito que acabó fatal -murió en 1990 con 50 años-. No supo adaptarse a los nuevos tiempos y acabó haciendo bolos por pueblos y hasta por urbanizaciones. Al final no llevaba ni banda. Toda la gente de esa época dice que era el rockero por excelencia y que vivía como un rockero. Se gastaba el dinero en coches y en fardar. Tenía la mejor voz para hacer rock. Pero no tuvo suerte”.

También le gusta el cine. En 1995 fue a los Cines Babel a ver La mirada de Ulises, la película del director griego Theo Angelopoulos que había ganado el Festival de Cannes. “Ahí ya era un apasionado de los Balcanes”. Años después, en 2019, se decidió a hacer el viaje del protagonista, A., interpretado por Harvey Keitel. “Calcé los destinos de A., que se supone que es el ‘alter ego’ de Angelopoulos. Fui a la aventura porque moverse por los Balcanes es muy complicado. Tenía el vuelo de ida a Tesalónica y, a partir de ahí, a ver cómo me podía mover por allí. La red ferroviaria es muy antigua, de la época soviética. Ves que hay una línea de autobús y luego resulta que ha desaparecido. Y también es muy complicado moverse entre países. De Grecia a Albania al final tuve que ir en taxi porque no había otra alternativa. Un viaje de 300 kilómetros te tiras nueve o diez horas”.

Su fascinación por los Balcanes

El viaje fue reparador. César salió de Las Provincias con una crisis muy fuerte y serios problemas de ansiedad. No son buenos tiempos para el periodismo. Muchas horas, mucha exigencia, y sueldos tirando a precarios. Así que decidió que era el momento de hacer el viaje pendiente y escribir un libro sobre la música tradicional bosnia -tiene una web sobre este tema que se llama sevdalinkas.com-. También se animó, en 2023, con uno junto a Juan Puchades titulado Los 100 mejores discos de los 60 y los 70. Ya en 2024, esta misma semana, ha presentado un libro sobre aquel viaje basado en aquella película que ha titulado ‘Una odisea balcánica’ (Editorial Báltica). Su recorrido por Tesalónica, Florián, Korçë, Bitola, Plovdiv, Bucarest, Constanza, Belgrado, Mostar y Sarajevo.

Yugoslavia, sin saber por qué, siempre le atrajo. Y los Balcanes. “No hay nada concreto. (Josep Broz) Tito -presidente de Yugoslavia desde 1953 hasta 1980) me parecía un personaje súper curioso, junto a Nicolae Ceausescu -dictador de la República Socialista de Rumanía entre 1967 y 1989- y Enver Hoxha -dictador de Albania entre 1944 y 1985-. Me parecían tres países muy curiosos. Eran del bloque del Este pero iban a su bola, especialmente Tito. Yo ya era una apasionado y leía todo lo que salía y veía todas las películas. En la Mostra de Cinema del Mediterrani siempre había algún ciclo de cine yugoslavo en los Cines Martí”. Y entonces llegó la película de Angelopoulos.

Su primer viaje fue en el año 2000. Desde entonces, dos, tres o cuatro escapadas cada año. "El primer viaje lo hice con Liberto Peiró, el fotógrafo con el que iba a cubrir los conciertos en València’, cuando se cumplían cinco años de la guerra e hicimos varios reportajes para la ‘Cartelera Turia’. Volamos a Dubrovnik desde Madrid. A partir de ahí ya nos buscamos la vida en autobús para ir a Mostar y luego a Sarajevo. Encontrar un sitio para dormir era una odisea, nunca mejor dicho. En Mostar nos quedamos en casa de una señora y en Sarajevo, después de dar muchas vueltas, encontramos un hostal. Me quedé fascinado con la arquitectura de los países del Este, con el brutalismo”.

Se enamoró de aquellos países y echó su red viajera por todos los Balcanes: Eslovenia, Croacia, Bosnia, Montenegro, Serbia, Kosovo, Macedonia del Norte, Bulgaria, Rumanía, Grecia, Albania y Turquía. “Algunos países, eso sí, atesoran el espíritu balcánico más que otros”. Conoció las ciudades, a sus gentes. Disfrutó de su gastronomía y, cómo no, se enganchó a su música. “El rock yugoslavo me encanta. Yugoslavia era un país socialista pero estaba fuera de la órbita soviética. Tito era un tío muy listo que jugaba a dos bandas: el bloque soviético y Occidente. Era un tío muy vividor y en la costa croata tenía amistad con actores de Hollywood como Yul Brynner o Kirk Douglas. Era un tío súper curioso que le gustaba el lujo. Yugoslavia funcionaba bien económicamente y su éxito fue adaptar el capitalismo al socialismo. Había mucha libertad y los ciudadanos tenían una casita en la playa, podían viajar y tenían una solvencia económica superior a los de otros países. Luego muere Tito, hay una crisis económica, afloran los nacionalismos y ya se lía todo”.

Poco a poco fue descubriendo que los grupos de rock habían estado muy al día de lo que se hacía fuera. “El punk, por ejemplo, empieza a la vez que en Inglaterra o Estados Unidos, y muchas veces iban a grabar a Inglaterra”. Y hasta se especializa en su música folclórica. “Porque a mí me gusta la música, la buena música. Me gusta el rock y me gusta Camilo Sesto. Yo analizo la música con mucha profundidad y de una canción puedo quedarme con un riff de bajo, por ejemplo”.

También trabajó durante un tiempo en Bucarest (Rumanía), en el Instituto Cervantes. “Por eso, cuando voy, es como si volviera al pueblo”. Ya lleva cerca de 40 viajes a todos estos países. Este año, sin ir más lejos, estuvo en Sarajevo en enero; en verano, en Istria, en la parte de arriba de Croacia; hace dos semanas, en Eslovenia; en octubre volverá a Sarajevo, y en noviembre, a Rumanía. “En cuanto vemos un hueco, mi mujer y yo nos vamos. No es barato, pero desde Alemania sí es fácil encontrar vuelos de bajo coste”. Allí ha encontrado su sitio. “Yo, desde pequeño, siempre quise ser yugoslavo”. Y ahora viaja y se deleita con los ‘Spomeniks’, los colosales monumentos de aspecto futurista. Y admira la dignidad de sus gentes. “Sobre todo en Bosnia. Allí nadie pedía. A lo mejor veías a un hombre vendiendo un trozo de antena, pero no quería que le dieran limosna. Y son muy parecidos a nosotros”.

Los países de la antigua Yugoslavia también le conquistaron por el estómago. Y ahora, el día que está aburrido, cocina algún plato de allí. El burek, que es una empanada de carne, los čevapi, que tienen forma de dedo, o la begova čorba, que es una sopa. Muchas veces se pregunta cómo puede ser que no haya ningún restaurante en València de aquellas repúblicas. Y, quién sabe, igual que ahora llega el libro sobre un viaje de 2019 que se basa en una película de 1995, en el futuro lo mismo abre un restaurante con la gastronomía de la antigua Yugoslavia que se llame Tito y lo dirija él mismo.

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