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memoria histórica

César Orquín: ¿Traidor o salvador? El anarquista de Mauthausen

Acusado por los comunistas españoles de haber colaborado con los nazis, un libro recupera la historia de este anarquista valenciano y hace justicia a su papel en los campos de exterminio. Sus autores resumen aquí las peripecias de Orquín, fallecido en 1988

| 26/11/2020 | 11 min, 24 seg

VALÈNCIA.-Las investigaciones históricas consiguen, en ocasiones, hacer justicia  a personas fallecidas, que ven su legado reconstruido y reconocido. Es el caso del estudio que ha tomado ahora forma de libro titulado César Orquín Serra: El anarquista que salvó a 300 españoles en Mauthausen sobre el olvidado prisionero valenciano, uno de los europeos más importante de todos los que pasaron por los campos de exterminio de los nazis entre 1940 y 1945. Sin ir más lejos, consiguió salvar a más de trescientas personas, que salieron con vida del infierno sobre la Tierra gracias a su valentía y su inteligencia. Cuatro años de trabajo investigador que permiten hoy desmontar cualquier tipo de acusación sobre Orquín, quien para el discurso comunista fue cómplice de los nazis y culpable de centenares de muertes de republicanos españoles. Nada más lejos de la realidad. Documentación inédita de archivos hasta ahora no consultados aportan nueva luz sobre un personaje que fue capaz de capitanear el Kommando César, un batallón de trabajo que gozó de mejores condiciones laborales y que permitió salir con vida a numerosas personas.

Es el momento para que València (su ciudad natal) y la región lo reconozcan como un personaje inigualable y le dediquen sus homenajes, por ejemplo consignándole calles para que la ciudadanía lo sitúe en el imaginario colectivo. Hablar de César Orquín es tratar sobre un anarquista valenciano que pudo convencer a los nazis en los campos de  exterminio, crear un grupo de trabajo externo y acabar salvando la vida a más de trescientas personas. Ya no existen dudas. 

Los documentos inéditos hasta ahora desvelan que fue el fruto de un desliz amoroso e impopular (con su criada) de un aristócrata de alta alcurnia, y que estudió en la universidad cuando pocos lo hacían; pero también, que aprendió con la dura vida de los años veinte y treinta del siglo veinte y, por encima de todo, acabó convirtiéndose, tras luchar junto a las Brigadas Internacionales y el prestigioso Batallón Lincoln, en el personaje europeo más importante de todos los que pasaron por el infierno del III Reich. 

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Nacido oficialmente en 1914 —siempre se creyó que fue en 1917—, fue hijo no reconocido públicamente de un miembro de una de las familias aristocráticas valencianas más importantes del siglo XX. Pese a ser fruto de una relación extramatrimonial, su padre nunca se desentendió de él, facilitó su vida con ingentes cantidades de dinero e incluso le impuso un progenitor ficticio. Fue (y lo será por siempre) hermano de José y Amparo Iturbi, célebres músicos de reconocimiento internacional. Se movió por círculos distinguidos, se relacionó con personajes de relumbrón y pudo disfrutar de la amistad de famosos como la bailarina y cantante de flamenco Carmen Amaya. Sin embargo, se aproximó al anarquismo por su forma de entender el mundo y la ideología progresista lo definió hasta su muerte, con una coherencia argumental a prueba de bombas en un momento en el que dicha cita era literal. 

Su compromiso político le llevó a alistarse voluntariamente para luchar contra el fascismo en el primer enfrentamiento internacional en el que se le pudo combatir: en su país. Se acercó, por supuesto, al Batallón Lincoln, mayormente compuesto por norteamericanos, convirtiéndose en el único anarquista que pudo ser comisario político en una formación de comunistas. Enemigo público del fascismo, tampoco fue bien visto por el estalinismo más ortodoxo, en una enemistad que le persiguió hasta su muerte y que marcará el relato que sobre él se escribió tras salir con vida de los campos de exterminio. Tras la Guerra Civil, en el exilio francés, pasó por varios campos de refugiados y conoció de primera mano la desidia de los gobiernos y la fraternidad de los pueblos hasta acabar en la Compañía de Trabajadores Extranjeros que, con el avance inmisericorde de los nazis, le llevó a lo que se denominó como el infierno sobre la Tierra. Mauthausen fue su casa durante casi cinco años. Un lustro de penalidades, de resignación, de abandono. También de esperanza en un mundo mejor, en un mañana con vida. 

Su linaje le permitió aprender alemán en su juventud, clave como enlace entre los crueles nazis y los sometidos prisioneros españoles. Vital para el buen funcionamiento de los campos. En pocos meses ya comandaba un grupo de trabajo que salió de Mauthausen con treinta vigilantes de las SS y trescientos republicanos españoles. Su destino, Vöcklabruck. Están cerca de un año; no muere ni un prisionero. En el campo principal, la mortalidad se lanzaba por entonces más allá del 60%. Fueron más, sin duda. Esta misma cantidad es la que aporta el Museo Memorial del Holocausto de los Estados Unidos en su monumental obra Encyclopedia of Camps and Ghettos, 1933-1945.

No está tan clara la afirmación que hace la obra de que Vöcklabruck fue el tercer subcampo del campo de concentración de Mauthausen después de Gusen y Bretstein. Por dos razones. Por una parte, porque a Gusen se le podía considerar como un campo en sí mismo, pero, sobre todo porque Bretstein entró en funcionamiento en junio de 1941, es decir que los dos kommandos se constituyeron al unísono. El hecho es importante. Que César Orquín consiguiera la conformidad del comandante de Mauthausen para abrir un subcampo exterior, cuando no tenía en esas fechas ninguno, resulta aún más sorprendente y excepcional.

Un golpe a la moral

A Vöcklabruck los republicanos llegaron escalonadamente. Las cifras anotadas son siempre las mínimas. Son las que se han podido constatar a través del centro de documentación Arolsen Archives, lo cual no quiere decir que esté todo. Pudo haber más, tanto de convoyes como de deportados. En la investigación se han utilizado las tarjetas de la oficina de registro del campo de concentración de Mauthausen. A los deportados, una vez dentro, los registraban en diferentes lugares. Así, existía el Departamento Político, la oficina de asignación de mano de obra y la enfermería. Además, había también una oficina de registro, que conservaba su propio archivo de tarjetas.

En el kommando de Vöcklabruck no había una gran ni estricta vigilancia: pocos guardias de las SS para una población de más de trescientos reclusos que se tenían que repartir las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana. Además —y no es menor el detalle—, las vallas del perímetro del campo no estaban electrificadas.

El domingo 17 de mayo de 1942 el grupo que encabeza Orquín recibe una pésima noticia en forma de una orden taxativa. Tienen que trasladarse a Ternberg a realizar una obra mayor: una central eléctrica en el río Enns. Las remodelaciones en Vöcklabruck pueden esperar. Las de Ternberg, no. El cambio de kommando provocó una impresión demoledora entre los deportados y, por supuesto, en César Orquín. Un golpe a la moral de indudable efecto adverso. A Vöcklabruck habían salido cuando aún llevaban poco tiempo en Mauthausen y el cambio fue a mejor. Después de haber caminado durante años por una pendiente que les llevaba, poco a poco pero inexorablemente, al abismo, había sido la primera vez que mejoraban un poco el estado y la percepción general. Fue como un soplo de aire fresco y casi de libertad. No encontrarse encerrados entre las paredes del campo de concentración, la inmensa mole destructiva, los oficiales nazis pululando por doquier... es indudable que generó un buen impulso anímico.

En Vöcklabruck había poca vigilancia, todo era más sencillo, la impresión era otra, más humana, menos dura y menos exigente. Se podía maniobrar. Además, había una serie de circunstancias que hacían el ambiente y el entorno más agradables. Tanto es así que César tuvo tiempo de encontrar el amor. Y dormía frecuentemente en casa de su novia. Lo sabían los prisioneros y lo sabían los guardianes de las SS. Y dejaban hacer. Los deportados hacían su trabajo como cualquier operario en una obra. César, mediante papeles y más papeles, estadillos, gráficos, porcentajes y mediante un control absoluto de todo 'demostraba', a los alemanes que se estaba rindiendo por encima de la media. Les embaucaba. 

Pero de improviso los nazis ordenaron el traslado a Ternberg. De alguna forma se acababa el sueño. Ternberg era otra cosa, más acorde con un campo de concentración. Más inhóspito y difícil. Un trabajo de mayor riesgo, como así se demostraría con los frecuentes accidentes laborales que se produjeron en los dos años siguientes. Era también más grande. La insuficiente alimentación les debilitaba, asunto que dadas las circunstancias podía ser peligroso. El margen de maniobra se estrechaba y Orquín debía sacar lo mejor de sí mismo para contrarrestar la inseguridad. Aunque generalmente se dice que, en Ternberg, César estuvo al frente de unos quinientos deportados republicanos, la lista que ha podido ser consultada (y contrastada) lo desmiente, por cuanto fueron unos 360-400 prisioneros a lo sumo. También en Ternberg, además de estar alejado de su novia, comenzaron las disputas con los comunistas adquiriendo toda su dimensión con virulencia. 

Una vez en libertad, el partido comunista difundió su responsabilidad (nunca probada) en la muerte de centenares de españoles

Están hasta septiembre de 1944. Allí sí se registran entre doce y catorce muertos, mayormente por accidentes laborales. Aún sale después a Reld-Zipf. Tampoco allí muere nadie, a pesar de que hasta su llegada perecían alrededor del 14% de los que allí trabajaban.

Una vez en libertad, el partido comunista dominó el relato en el exilio y difundió la responsabilidad (nunca probada) de Orquín en la muerte de centenares de españoles, dada su complicidad asesina con los nazis. Aunque el campo de concentración contaba con una organización clandestina de resistencia organizada por los comunistas, Orquín —como buen anarquista— siempre actuó por su cuenta, lo que causó algunos encontronazos. Por eso, tras la II Guerra Mundial, el PCE aprovechó su capacidad para escribir la historia y acusar al valenciano de colaboracionista. Intentó imponer el relato de que el anarquista, como kapo, se mostraba inflexible con sus trabajadores, llegando incluso a la violencia física..

El valenciano reaccionó, primero, con datos y la voz de los supervivientes (que siempre lo defendieron). Algunos de los que fueron víctima de su ira declararon que eso fue lo que les salvó la vida. Cuando él actuaba, los alemanes no intervenían.

 En noviembre de 1945 se casó en Vöcklabruck con Aloise Marianne Riedl y poco después nació su única hija, Mausi. En 1947, funda el OREA, la Organización de Republicanos Españoles de Austria. Trabajó como profesor de idiomas y se empleó en la embajada argentina en Austria. El acecho comunista, sin embargo, acabó por convencerlo y tras llegar a Argentina con pasaporte diplomático se asentó en primer lugar en Buenos Aires, para recalar después en Mendoza.

Allí trabajó inicialmente como responsable de prensa en la Biblioteca Pública General San Martín y empezó a desarrollar una fructífera carrera profesional y cultural como locutor de radio, como guionista, como publicista, como director artístico de la Orquesta Filarmónica de Mendoza, como integrante del CIPPI (entidad que se fundó para vacunar a todos los niños y niñas ante el brote de poliomielitis que asoló Argentina a mitad del siglo pasado frente a la pasividad gubernamental), como periodista —escribiendo incluso obras de teatro—, como profesor, como presidente de la Agrupación Republicana Española de Mendoza, como miembro de la Cámara Junior Internacional, como conferenciante, como masón o como defensor de la libertad y de la democracia. Nunca pudo volver por València pero nunca se la quitó de su boca. Era un orgulloso valenciano. 

El estudio ahora publicado (cuya precuela ganó el Premio de Periodismo de Investigación Ramon Barnils en 2018) repasa la vida de Orquín hasta su muerte, el 14 de febrero de 1988. Lo hace con abundante documentación, mucha de ella inédita, extraída de archivos de Argentina, Alemania, Rusia, Francia, España o Austria que no dejan margen ya para la duda: Más allá de opiniones, César Orquín fue el responsable directo del rescate de más de trescientos republicanos españoles en Mauthausen, lo que lo convierte en uno de los deportados más importantes de Europa.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 73 (noviembre 2022) de la revista Plaza

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