ALICANTE. En nuestro último artículo de 'El Inversor está desnudo' recomendamos no basar la selección de fondos en la rentabilidad histórica, o al menos no tomar esos datos como indicador preferente. Entonces, a la hora de seleccionar nuestros fondos preferidos, ¿en qué datos podemos fijarnos para acertar mejor en nuestra elección? Hoy vamos a ver qué medidas se pueden utilizar para cuantificar el riesgo y ligar estas medidas a la rentabilidad de la inversión bajo estudio.
La medida de riesgo más común es la volatilidad. La volatilidad nos indica cuánto se desvían las rentabilidades (diarias, semanales, mensuales), de la rentabilidad media del período bajo estudio (en estadística, la desviación típica). A mayor desviación, mayor riesgo de la inversión, y por tanto como inversores nos interesa una inversión con una volatilidad menor relativo a inversiones de la misma categoría. Sin embargo, la volatilidad tiene en cuenta tanto las desviaciones negativas como positivas con respecto a la rentabilidad media.
Al inversor le preocupa sobretodo las desviaciones negativas. Las desviaciones positivas siempre serán bienvenidas. Por tanto, para cuantificar correctamente el riesgo de la inversión, nos tendremos que fijar en las desviaciones negativas, la llamada semidesviación típica. La semidesviación típica se calcula igual que la volatilidad, pero solo teniendo en cuenta las rentabilidades que se encuentren por debajo de la rentabilidad media. Todas las rentabilidades por encima de este umbral se descartan en los cálculos.
Estas medidas de riesgo representan desviaciones medias de la distribución de rentabilidades. Para tener un mayor conocimiento del riesgo de nuestra inversión, conviene además fijarnos en los riesgos extremos. Una medida muy usual para conocer cuál es el riesgo de nuestra inversión en una situación muy extrema se conoce como máxima caída (muchas veces reflejada como maximum drawdown en inglés). Esta medida de riesgo simplemente cuantifica nuestra pérdida en el caso de entrar en una inversión en el precio histórico más alto, y salir en el precio más bajo. Esta medida de riesgo extremo es muy útil para conocer nuestra capacidad sicológica para asumir pérdidas.
En el caso de estudiar una inversión y darnos cuenta de que somos incapaces de soportar una pérdida de la magnitud de la máxima caída, habrá que descartar esa inversión. En caso contrario, en una situación de mercado adverso, venderemos nuestras posiciones antes de que los precios recuperen, convirtiendo nuestra pérdida sobre papel en una pérdida real.
En el momento de seleccionar inversiones cuya máxima caída se ajusta a nuestro perfil de riesgo, cabe estudiar la frecuencia y magnitud de las posibles pérdidas relativas a estas frecuencias. Dos medidas de riesgo útiles para esta tarea son el valor en riesgo (llamado VaR) y el valor en riesgo condicional (llamado CVaR). Estas medidas van ligadas a un horizonte temporal que definimos y a un nivel de probabilidad de ocurrencia. Si decimos por ejemplo que una inversión tiene un VaR a un año del 9% con una probabilidad del 5%, significa que la inversión tiene una probabilidad del 5% de perder un 9% o más en un año. En otras palabras, en un período de 20 años nuestra inversión puede haber tenido una pérdida superior al 9% en un determinado año.
Una pregunta pertinente que nos podemos plantear es, si sufrimos una pérdida superior al 9%, ¿cuál sería la magnitud de esta pérdida? La respuesta nos la da el CVaR. El CVaR define la pérdida media de nuestra inversión suponiendo que hemos superado el nivel de pérdida reflejado por el VaR. Como ejemplo, un CVaR del 14% a un año con una probabilidad del 5%, nos informa que podemos esperar una pérdida anual con una media del 14% en aquellos 5% de casos que hemos superado una pérdida marcada por el VaR.
Como rentabilidad y riesgo son dos caras de una misma moneda (a mayor riesgo, mayor rentabilidad esperada), podemos seleccionar nuestras inversiones (siempre en la misma categoría para no comparar perras con manzanas), según los ratios entre la rentabilidad y las diferentes medidas de riesgo que hemos planteado. Así, por ejemplo, los famosos ratios de Sharpe y Sortino relacionan rentabilidad y volatilidad/semivolatilidad respectivamente.
El menos conocido ratio de Calmar relaciona rentabilidad y caída máxima. Para las medidas VaR y CVaR podemos construir unos ratios parecidos. A partir de estos ratios, podemos ordenar nuestras potenciales inversiones de mayor a menor con el fin de seleccionar las que más se ajusten a nuestros criterios en función del riesgo que deseamos asumir.
Marc Leutscher es responsable de inversión, producto y riesgo de la EAF alicantina gCapital Wealth Management. Puede contactar con el autor para solventar cualquier duda en [email protected].
Nota legal:
La presente publicación no supone una recomendación de inversión. Si fuera necesario, acuda a su asesor financiero para implementar la información recogida en el artículo.