Los daneses, expertos en disfrutar de los placeres de la vida y la naturaleza, tienen motivos para presumir de su capital, la urbe más mediterránea del Báltico
VALENCIA. Antes de salir de la terminal de llegadas del aeropuerto de Copenhague, los pasajeros se topan con un luminoso que desafía cualquier expectativa previa para poner el listón por las nubes: «Bienvenidos a la capital de la nación más feliz del mundo». Toda una declaración de intenciones sobre lo que los viajeros pueden esperar de la capital danesa, orgullosa de sí misma y de sus raíces vikingas. Apenas unas horas en la ciudad son suficientes para imbuirse del carácter relajado y hedonista de los daneses, amantes de la naturaleza, del diseño y de la buena vida. Si este rincón a orillas del Báltico no es el más dichoso del mundo, poco le falta.
Copenhague, elegida Capital Verde Europea 2014, seduce desde el primer instante. Los días cálidos y luminosos que adelantan el verano son perfectos para descubrirla a pie, pues el centro histórico es bastante compacto. Pero la mejor manera es hacerlo sobre dos ruedas, ya que la ciudad parece concebida para recorrerla en bicicleta, el medio de locomoción por antonomasia que cada día utilizan para sus desplazamientos más de la mitad de los copenhaguenses.
En pleno centro, a los pies de la famosa Rundetaarn o torre del observatorio, los puestos del mercado de Torvehallerne son un buen punto para comenzar a explorarla ciudad o para regresar a tomar algo en sus animados atardeceres. Aunque apenas se levanta 35 metros, la terraza de la Rundetaarn brinda una panorámica excepcional del entramado de calles adoquinadas del barrio medieval, en el que despuntan algunas cúpulas de cobre de un característico color verde. Más allá del inmediato entramado de callejuelas y tejados se pueden distinguir referencias urbanas como el antiguo Ayuntamiento, la torre del Christiansborg Palace, sede del parlamento danés, o el edificio histórico de la Bolsa, rematado por una aguja que forman las colas enroscadas de dos cocodrilos.
El eje fundamental del barrio antiguo es la concurrida calle Strøget, famosa por ser una de las vías peatonales más largas de Europa. A lo largo de algo más deun kilometro se reparten tiendas de cadenas internacionales, boutiques y locales agradables en los que tomar algo como la terraza del histórico Café Europa, justo en la esquina opuesta donde se ubican los grandes almacenes Illum, una referencia en Dinamarca. Strøget desemboca en la plaza Kongens Nytorv, la más grande de Copenhague. En el número 19 permanece abierto el bar más antiguo de la capital, fundado en 1723. Su visita es una buena excusa para disfrutar de la cerveza, uno de los placeres que en Dinamarca tiene nombre propio: Carlsberg. El fundador de la que actualmente es la cuarta industria cervecera del mundo, Carl Jacobsen, es toda una institución para sus compatriotas. Su huella está presente en varios rincones de la ciudad, pero el más destacado es sin duda la celebérrima Sirenita, la escultura de bronce cuyo pequeño tamaño suele decepcionar a los turistas pero que se erige en el icono más reconocible de Dinamarca. La figura fue encargada y donada a la ciudad por el fundador de Carlsberg en agradecimiento al pueblo danés, que consume su cerveza en cualquier situación y a todas horas.
Trasel refrigerio, antes de abandonar la plaza Kongens Nytorv conviene fijarse en el Teatro Real, inaugurado en 1748, y en el señorial Hotel D’Anglaterre, que durante décadas ha sido el establecimiento escogido por los jefes de estado de visita en la ciudad. Sus habitaciones han pasado a la historia como el lugar desde el que se planeó el frustrado asesinato de Joseph Goebbels en plena ocupación danesa por parte de los nazis.
El puerto de Nyhavn, a muy poca distancia a pie de la plaza, es otra de las estampas más típicas y bellas de Dinamarca. La sucesión de fachadas de colores frente al canal, que en su momento fue un puerto plagado de tabernas, burdeles y marineros ociosos, constituye un verdadero museo al aire libre con una curiosa historia. Los barcos atracados a ambos lados del canal quedaron atrapados en la década de los 70 después de que el puente móvil que cierra el canal quedara repentinamente inservible tras varias jornadas de temperaturas inusualmente elevadas que deformaron su mecanismo. Aunque en un primer momento se intentó reabrir el canal, los daneses optaron por mantener los veleros en el lugar que el destino había escogido para ellos, convertido hoy en uno de los rincones más fotografiados del norte de Europa.
la bici es el medio por antonomasia en esta ciudad pensada para ciclistas. las que se pueden alquilar en la calle están equipadas con gps
Como el lugar invita a contemplarlo, se puede optar entre las terrazas siempre animadas que dan al canal o por sentarse a la orilla del agua con uno de los helados que despachan a destajo en Vaffelbageren, una pequeña heladería en la esquina con la calle Toldbodgade.
Siguiendo por esta calle en dirección al norte se alcanza el barrio real, la plaza que forman las cuatro fachadas semicirculares de los palacios de Amalienborg, residencia de los monarcas daneses. Desde ese punto, a orillas del canal se obtiene una buena perspectiva de la imponente ópera de Copenhague, instalada en un espectacular edificio de acero y cristal con forma de calabaza. Su construcción, que costó más de 500 millones de euros, fue costeada por el magnate dueño de la naviera Maersk para, según sospechan no pocos de susc ompatriotas, lavar dinero negro. También se obtiene un buen punto de vista sise toma el conocido como bus de la bahía, una suerte de taxi acuático que recorre el estrecho de Øresund con paradas en ambas riberas y que sirve para contemplar desde el agua el mencionado recinto de la ópera o el ‘DiamanteNegro’, un edificio de look futurista a orillas del canal que alberga la biblioteca nacional.
Si el visitante busca priorizar las visitas culturales, en Copenhague encontrará una oferta museística amplia, pero con poco tiempo lo más sensato es centrarse en conocer las raíces vikingas de Copenhague en el Museo Nacional de Dinamarca;la colección de esculturas antiguas y pintura impresionista de la Ny Carlsberg Glypotek, cuyo continente iguala en belleza al contenido; o el museo de diseño de Dinamarca, donde se entiende que el gusto por los objetos prácticos y bonitos es inherente a un país en el que han nacido marcas referentes del diseño como Bang & Olufsen, Bodum o Lego.
Copenhague, considerada la capital culinaria del norte de Europa con hasta 14 establecimientos reconocidos con estrellas Michelin, también sobresale por su propuesta de ocio. La oferta es amplísima y para todos los bolsillos. Las posibilidades abarcan desde poder sentarse a la mesa en el mejor restaurante del mundo en 2014, Noma, hasta mezclarse con los locales en un ambiente mucho más desenfadado como el que reina en el Copenhaguen Street Food, un mercado callejero con terraza junto al canal donde se sirve comida rápida entre palés y contenedores de barco reciclados al ritmo que marcan los disc jockey.
La marcha nocturna se concentra en dos zonas al oeste del canal. La más de moda es el conocido como Meat-Packing District, una zona industrial a orillas de las vías del tren reconvertida en el ecosistema favorito de los bohemios locales por sus galerías de arte, tiendas y restaurantes alternativos. Vesterbro, el barrio en el que se ubica este distrito de las ‘empaquetadoras de carne’, es actualmente la zona más trendy de Copenhague. Sólo el bohemio distrito de Nørrebro, un poco más al norte, consigue hacerle sombra. Allí se concentra la mayor colonia de extranjeros de la ciudad y sus terrazas suelen estar muy animadas desde que apenas cae la noche.
El histórico parque de atracciones Tivoli constituye una alternativa de ocio más familiar, pero su centenaria montaña rusa de madera, los multitudinarios conciertos que alberga los viernes por la noche durante los meses de verano o el espectáculo de luces que ofrece a diario sus jardines lo convierten en una visita indispensable para todo aquel que visita la capital danesa, sin importar la edad. Cada año cruzan sus puertas más de cuatro millones de visitantes.
(Este artículo se publicó originalmente en el número de julio de la revista Plaza)
Madrid como capricho y necesidad. Me siento hijo adoptivo de la capital, donde pasé los mejores años de mi vida. Se lo agradezco visitándola cada cierto tiempo, y paseando por sus calles entre recuerdos y olvidos.