Ha llegado el momento, tengo que contárselo. Aunque no ha pasado mucho tiempo, le dije que no le iba a tener en ascuas. Y así es, cumplo con mi palabra. No podía ser de otra manera. Esta crónica tiene que ver con las dos anteriores. Con la del origen de los bomberos en Alicante. Y con el de la Casa Carbonell. Ambos tuvieron su protagonismo en esa ocasión. A cada uno lo suyo, justo es reconocerlo.
Todo empezó con un ruido extraño en el cielo sobre la actual plaza del Mar. Tanto que hizo que muchos viandantes que caminaban por el paseo de la Explanada y por las inmediaciones del puerto miraron para arriba. Y lo que vieron no les gustó nada, les generó mucha incertidumbre y no menos desasosiego. Temían que pasara lo peor, un avión volaba con dificultades a muy baja altura.
Así era, un pequeño hidroavión hacía extrañas piruetas en el cielo. Todo parecía indicar que el piloto perdía el control del avión y que quería evitar a toda costa estrellarse contra los edificios de la fachada marítima de la ciudad.
Era el 26 de junio de 1925. Luís Mingot, de 28 años, y Manuel Salvador, de 32, eran respectivamente el piloto y el radiotelegrafista de ese avión. Volaban desde Argel con la Cía Líneas Aéreas Latercoere que tenía su base en el actual emplazamiento del Aeropuerto de Alicante. La carga del avión eran cartas y pequeños paquetes. Esta aeronave correo se estrelló contra una de las cúpulas, y después contra la azotea, de la Casa Carbonell. En el choque el avión rompió fuselaje y alas, parte de estas cayeron en llamas a la calle.
El piloto falleció por el impacto y posterior incendio. El radiotelegrafista saltó del avión antes de estrellarse, pero se precipitó al vacío a una altura de seis pisos. Sobrevivió al accidente, pero estaba mal herido. Lo llevaron a la Casa de Socorro con urgencia, pero los médicos nada pudieron hacer por su vida, falleció debido a la gravedad de sus heridas. Además, una persona asomada en la terraza de su casa fue atendida por quemaduras graves.
Como consecuencia de este siniestro “se produjo un violento incendio cuyas llamas llegaron a los últimos pisos del edificio de los señores Lamaignere, y ardieron las cortinillas de los balcones, dos palmeras y los cables de la luz y del tranvía”, según cuenta Fernando Gil Sánchez en su libro Alicante Siempre. Este siniestro tan dramático puso a prueba a la recién creada brigada de bomberos de la ciudad para apagar los incendios y evitar males mayores, como así ocurrió.
¿Cuál fueron las causas? Se barajaron muchas. No sobreviviendo ninguno de los tripulantes del avión, todo eran conjeturas. Así, el Diario de Alicante informó que el accidente se debía a las corrientes calientes de aire provenientes del Benacantil que hicieron perder el control del piloto. Otros daban otras versiones como el choque con antenas o pararrayos. El periódico El Luchador mencionaba el parte de daños al manifestar que el siniestro había producido dos muertos, un hidroavión destrozado, casi todo el correo perdido, ocho palomas mensajeras muertas, varias palmeras afectadas y catenarias del tranvía cortadas.
Y ahí está la Casa Carbonell, impertérrita, testigo de los acontecimientos de Alicante, con su mejor cara, la arquitectura de Juan Vidal Ramos, uno de los mejores arquitectos de la ciudad de principios del siglo XX, contratado por Enrique Carbonell Antolí, como ya les conté en crónicas anteriores.