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UNA ENTREVISTA RESCATADA EN EL 30 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL CARDENAL

Tarancón en la memoria: "Dudamos sobre todo, también sobre la fe; solo no dudan los tontos"

Tal día como hoy de 1994 fallece el cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Cuatro años antes, en diciembre de 1990, concede una entrevista a TV Castellón en la que repasa su trayectoria vital desde una espléndida lucidez de 83 años. En aquel tiempo, una humilde televisión local se veía abocada a reciclar el material y regrabar cada cinta, por lo que la entrevista se emite y después, pasa a la oscuridad de la desmemoria. Salvo por un detalle: el padre de la entrevistadora -María Padilla- graba el programa, casi íntegro, en una cinta de VHS que, 34 años después, maltrecha por el paso del tiempo, ha sido rescatada para este reportaje, gracias a la colaboración del Servicio de Comunicación y Publicaciones y del LabCom de la Universitat Jaume I

28/11/2024 - 

CASTELLÓ. La figura religiosa con más influencia en la Transición española es, a la vez, el único cardenal de la historia de la Iglesia Católica cuyo nacimiento en la provincia de Castellón está fuera de dudas, pues el natalicio del príncipe de la Iglesia Domingo Ram Lanaja, a finales del siglo XIV, se lo disputan Alcañiz y Morella, de donde procedía su madre. Más de 500 años después, Vicente Enrique y Tarancón nace con certeza en Burriana el martes 14 de mayo de 1907 y fallece en València el lunes 28 de noviembre de 1994, cerrando una biografía en la que le dio tiempo a ser obispo de Solsona y arzobispo de Oviedo, Toledo y Madrid, además de cardenal, teólogo y presidente de la Conferencia Episcopal Española.

Si el cardenal Ram fue uno de los nueve compromisarios que participaron en la elección de Fernando de Antequera como el nuevo rey Fernando I de Aragón en el Compromiso de Caspe (1412), Tarancón asume un papel bastante más allá de lo simbólico en la década que ocupa la presidencia de la Conferencia Episcopal Española, una etapa que se inicia en 1972 y termina en 1981. Desde esa posición, lucha por la independencia de la Iglesia del poder político y por la reconciliación de los españoles, para cerrar las heridas de la Guerra Civil.

En diciembre de 1990, al burrianense le quedan cuatro años de vida, pero aún mantiene su vitalidad y su cabeza funciona a la perfección. TV Castellón es por entonces una televisión local creada y dirigida por Ramón Emo, en la que Vicent Pau Serra dirige un programa titulado L’ofici de…, un serial de entrevistas con personas conocidas de diferentes profesiones. A las puertas de la Navidad, le toca el turno al cardenal Tarancón, quien recibe a las cámaras en su residencia de Villa Anita, al borde del Mijares. Sin embargo, a última hora, un problema personal del presentador obliga a Emo a improvisar. La solución elegida tiene 27 años, es rubia y se llama María Padilla, quien compagina su papel en el informativo con su pasión por la música. Ojiplática, recibe el encargo mientras recuerda que esa misma noche le esperan en un concierto de jazz en el pub Terra… y que no se sabe muy bien los temas. Va a cantar con un grupo de músicos valencianos, como el pianista Donato Marot. “Fueron un día y una noche muy largos, porque además había huelga de artistas y para respetarla tuvimos que esperar hasta más de las 12 de la noche”. Pero por la mañana, ante su jefe, solo piensa en qué va a preguntarle a Tarancón y en que no ha podido siquiera peinarse. Con unos vaqueros, un jersey y henna en el pelo, se sube al coche y con los cámaras Javier Valls y Vicente Robles emprende el camino hacia Vila-real.

A su llegada, la periodista se arrodilla y besa el anillo de Tarancón. La conversación posterior ante las cámaras no tiene desperdicio, como tampoco lo tiene el saludo inicial entre ambos:

- “… i esta tan despentinà, té que fer-me l’entrevista?”
- “Fa vent, Monsenyor”

Ya con el piloto rojo encendido, el diálogo continúa en valenciano. “Casi no había que hacerle preguntas, porque su conversación fluía como un río”, explica Padilla, 34 años después. La entrevista, grabada casi íntegramente por el padre de la periodista en una cinta VHS, ha sido rescatada para este reportaje gracias a la colaboración del Servicio de Comunicación y Publicaciones y del LabCom de la Universitat Jaume I.

El cardenal comienza hablando de su infancia y de la gran influencia en sus inicios por parte de sacerdotes como el carmelita mossén Linares y mossén Batiste. El primero como profesor y el segundo porque “estaba con la gente, con los pobres”. Tarancón deja ir reflexiones sobre la influencia “extraordinaria” de la familia en la formación de la persona -“hoy los psicólogos dicen que la gente tarda en madurar más que antes, y es porque la familia está en crisis”- y otros pensamientos sobre la educación formal: “el alumno no es uno que escucha, sino que asume su responsabilidad”. Asimismo, se posiciona contra el modelo autoritario de los padres en la familia, “que antes parecía que no podía entenderse de otra manera, pero que no es la mejor manera de formar a los hijos: esa es el diálogo, porque cada uno tiene su personalidad y por eso no se pueden forzar las cosas”.

“Si no se ama al hombre como es, y no como quieres que sea, no amas a Dios”

Cuenta Tarancón también el motivo de “la primera llorera de mi vida”, el “no” que recibió cuando quiso ingresar en el seminario con 9 años, uno antes de tiempo. Una vez dentro, “la vida allí me resultaba difícil por mi temperamento, porque como era revoltoso, me castigaban”. Además, sobre la adolescencia señala que es una etapa “en la que no sabes lo que quieres, con un desbarajuste sobre todo ideológico”, en la que sin embargo su ilusión “era aprender y saber mucho para poder hacer el bien a los demás”. Ese objetivo lo mantuvo después, al estudiar Sociología y Filosofía: “me lo tomé muy en serio porque así estaría más preparado para ayudar a mis hermanos, era mi obsesión”.

En mitad de la entrevista, Tarancón se muestra alegre por haber elegido la opción vital del sacerdocio y explica la misión que se ha autoasignado en su jubilación: “ahora que la gente está desilusionada, angustiada… ahora me he convertido en profeta de la esperanza”. Entre otros hitos, recuerda con precisión el llanto de su padre en la ordenación sacerdotal en Tortosa, de manos del obispo Félix Bilbao Ugarriza, el viernes 1 de noviembre de 1929, y su primera misa dos días más tarde en la parroquia del Salvador de Burriana, ante la emoción contenida de su madre, “como dándome ánimos”.


Sobre el papel del sacerdote, asegura que “si se acepta con honradez la vocación, no se tiene más remedio que prescindir de uno mismo para entregarse a los demás, aunque sea algo que la gente no acaba de entender”. Y añade algo más: “si no se ama a los hombres como son, no como tú quisieras que fueran, no se ama a Dios”, además de concluir que en la vida, “ser libre no es hacer lo que a uno le da la gana, sino aquello que pueda servir a los demás”.

Entre otras anécdotas de su vida, recuerda que durante su estancia en Vinaròs en plena guerra, en 1938, “vi que en la casa rectoral había un piano”. Le dicen que es para su uso personal, pero un buen día “viene una familia y me dice que es suyo, y al decirles que entonces, se lo lleven, la mujer me cuenta que su marido está en la prisión y si se lo lleva, se lo volverán a requisar; total que cuando salió el marido de la cárcel y les dije que se lo llevaran, me vino el alcalde -que vio cómo salía el piano a la calle- y me dice que está requisado porque el propietario es rojo, y yo le digo que entonces se lo han robado”. El episodio enrarece la percepción del cura: “en la provincia se hizo el ambiente de que yo era el enemigo número 1 de la Falange, por lo que yo sabía que no podría ser obispo”. Todo ello cambia cuando en julio de 1945, Franco nombra ministro de Exteriores a Alberto Martín Artajo, que había sido colaborador de Tarancón desde su puesto como presidente de la Junta Nacional de Acción Católica: “él sabía que no tenía nada de rojo ni de comunista, y a los pocos meses me hicieron obispo de Solsona”. Antes, hubo de vivir en Vila-real “los odios entre azules y rojos, algo que era terrible, anticristiano y antihumano, mientras que yo me sentía el cura de todos, y si el alcalde se me enfadaba por atender a uno diciendo que era rojo, yo le respondía que era hijo de Dios y español igual que nosotros dos”. Porque, explica, “lo principal es la comprensión del otro, el respeto al otro y estar dispuesto a servirle”.

La primera vez que alguien le llama “excelencia reverendísima”, dándole trato de obispo, es el 1 de diciembre de 1945, día en que Mediterráneo publica en su portada el nombramiento como prelado de Solsona. “Era un capellán que había sido mi cura en Burriana, y él me llamaba de tú y yo a él de usted, por lo que me sorprendió que me llamara así: era mossén Joaquín Balaguer“ (después arcipreste de Santa María en Castelló). Pero los títulos protocolarios, aclara inmediatamente Tarancón, “separan, estorban para tener una conversación normal”.

“Ante la coronación de Juan Carlos I consulté a teólogos, políticos y periodistas para ver cómo estaba el ambiente”

Interrogado por si había experimentado momentos de duda en su vida, el cardenal es categórico: “dudas las tenemos todos y también sobre la fe; los que no tienen dudas son los tontos, no dudan de nada… pero no me he arrepentido de ser sacerdote”.  

En cuanto a la relación con la política, Tarancón constata que las relaciones del obispo o de la Iglesia con el Estado “son siempre difíciles, es igual que sean católicos, socialistas o comunistas; el secreto es no dejarse instrumentalizar por derechas ni izquierdas, ni por católicos ni por agnósticos, sino estar por encima de todas las cosas, porque tu misión es reconciliar y poner paz”. Se lamenta, por otro lado, de los reproches a las tomas de posición que la Iglesia española realiza, ya en democracia: “A veces escuchas que nos preguntan que por qué callaba la Iglesia en aquel régimen [el de Franco] y ahora habla; y he tenido que recordarles lo de Tarancón al paredón, eslogan que surgió precisamente porque decíamos las cosas. Y entonces nos decían que éramos antiespañoles y ahora nos decís que somos antidemócratas; no lo entiendo, siempre pasa lo mismo”.

También los poseedores de verdades absolutas son objeto de crítica por Tarancón, en la entrevista: “nadie tiene la verdad total; nosotros los católicos creemos que tenemos la verdad de Dios, pero al asumirla nosotros ya no la tenemos toda, porque los hombres somos todos una calamidad (…) Quien piense que tiene la verdad absoluta es de un orgullo casi diabólico”.

Finalmente, el cardenal repasa el momento clave de la homilía que pronunció en la misa de Coronación de Juan Carlos I como rey de España. “Sabía que era un momento decisivo y que la Iglesia pesaba mucho, que nuestra posición podría tener consecuencias de uno u otro tipo, y consulté a muchos, teólogos, políticos, periodistas… para ver cómo estaba el ambiente, y finalmente propuse abrir un horizonte de esperanza, y creo que lo conseguí”.

En la fase final de la entrevista, Padilla le plantea los rumores que apuntan a que una vez había estado cerca de sentarse en la silla de Pedro como Papa de Roma. En su respuesta late su sempiterno sentido del humor: “no hagas caso, es que los periodistas… lo que pasó es que al morir Pablo VI [1978], algunos episcopados de otros países hicieron la sugerencia de que yo podría ser un buen Papa en esas circunstancias, pero nunca hubo el más mínimo peligro de que yo fuera Papa; además, mi carácter no le pega a eso”. Al cierre de la entrevista, Tarancón se despide con una petición a los periodistas de TV Castellón: “que seáis instrumento de elevación, cultura y solidaridad, porque es quizá lo que más nos hace falta aquí y en toda España”.

"Nunca hubo el más mínimo peligro de que yo fuera elegido Papa tras morir Pablo VI"

34 años después de aquella conversación, María Padilla, hoy responsable de Comunicación del Instituto de Tecnología Cerámica, recuerda no sin emoción cómo le impactaron “el carácter y la fuerza” de Tarancón, y cuenta una anécdota significativa: “Al acabar, mientras mis compañeros desmontaban, él y yo salimos afuera, al jardín. Nos quedamos un momento en silencio y yo le digo mire, Monseñor, me dicen que una señorita como yo no debería fumar, y que esto es un vicio del demonio. Y él me respondió bueno, ¿que no me ves a mí, cómo fumo y todo el café que tomo? Y enseguida me sugirió que me arrodillara, me impuso las manos sobre la cabeza y me absolvió. Y añadió que los periodistas vamos adonde ni siquiera los ángeles quieren ir y me pidió que, en la medida que pudiera, ayudara a la gente pobre, a quienes no tenían techo, que les ayudara y no les juzgara jamás”.

Aún impresionada por la experiencia, en el camino de vuelta a los estudios de la cadena, Padilla siente un "gran agobio, entre otras cosas porque la escaleta del informativo había saltado por los aires". Sacaron adelante el día "como pudimos" y luego, sin tiempo ni para cambiarse de ropa, puso rumbo al Terra. "Canté My solitude con Donato al piano y recuerdo que alguien del público me dijo oh, eres una mujer muy bella". En definitiva, concluye, "me pagó el propio arte, que es la gloria de Dios".

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