Hoy es 3 de octubre
VALÈNCIA. Hace apenas un año cuando presenciamos un pequeño terremoto en el sector de las pequeñas entidades financieras en Estados Unidos, que hizo tambalear a tres de ellas poco conocidas en nuestro entorno territorial. Pero fue muy probablemente el gatillo para dar entonces la última estocada al todopoderoso Credit Suisse y desaparecer del mapa financiero.
Desde entonces el ruido relacionado a estos problemas en las entidades ha bajado significativamente, aunque lo cierto es que el origen del problema no ha desparecido. Y este no es otro que la baja demanda que se registra para ocupar oficinas, que desde la covid-19 nunca ha sabido recuperarse. Es más, las empresas americanas parecen haberse instalado en la comodidad por tener a sus plantillas trabajando en modo remoto la gran parte de su tiempo.
Solo hay que ver la cantidad de trabajadores 'nómadas' que han cruzado el charco en estos últimos años para instalarse por toda nuestra geografía en búsqueda de mayor calidad de vida a menor coste y sin renunciar a ningún céntimo de sus habituales ingresos. Una tendencia que se ha visto expandir como un cohete y que probablemente seguirá marcando 'moda' también durante los años por venir.
Pero veamos en mayor detalle los potenciales problemas a los que podrían enfrentarse los prestamistas si la vorágine del sector comercial inmobiliario americano permanece. En primer lugar, habría que entender que es algo desafortunado que la crisis coincide con un entorno de elevados tipos de interés. El incremento de coste de capital aprieta mucho más a los prestatarios si no consiguen arrendar satisfactoriamente a sus activos.
Se produce un cóctel poco deseable que al mismo tiempo tiene efecto similar para los que han facilitado la financiación. Y en este caso no estamos hablando solo de entidades americanas que han prestado capital en este segmento y mercado sino también de entidades especializadas europeas que operan intensamente al otro lado del charco. Las autoridades supervisoras son muy conscientes de ello y han intensificado las observaciones.
Cuando se eleva el riesgo de mayor tasa de morosidad, las entidades financieras se exponen a la necesidad de implementar recursos adicionales para asegurar mejores controles. Para detectar a tiempo prestamos afectados, deben invertir más de lo previsto en sistemas de seguimiento y monitorización. Al mismo tiempo se ven obligadas a valorar incentivos que permiten planes de pago flexibles y así intentar evitar el menor de los males para todos los implicados. Además, cuando ya se producen impagos, habrá que añadir costes adicionales por acciones legales o la contratación de agencias de cobro con métodos más agresivos en búsqueda de recuperar lo prestado.
Esto al mismo tiempo conlleva a la necesidad de un aumento en provisión de fondos para cubrir posibles pérdidas por incumplimiento y merma la capacidad de conceder nuevos créditos, aparte de agudizar las exigencias de cumplimiento para facilitar financiación. Asimismo, la rentabilidad en la operativa se ve afectada por los costes no presupuestados, al asumir un entorno mucho más benévolo en sus proyecciones a futuro. En el peor de los casos, especialmente en entidades cuyo negocio principal es la financiación, puede dañar la propia salud financiera y llevar a problemas de liquidez, si el colchón en reservas no es lo suficientemente amplio.
Con todos los factores de riesgo analizados anteriormente por separado, pienso que para poder hablar de amenaza real para los mercados financieros se deberían dar las siguientes dos circunstancias:
Pienso que esto último es lo que por ahora si está funcionando ya que salvo en el caso de Credit Suisse, que ya venía arrastrando otros problemas, el ruido que se está generando ha afectado solo a entidades de menor trascendencia para el sector financiero en general.
Christian Dürr es socio-director de ETICA Patrimonios EAF