En 1919, España instauró la jornada de ocho horas y sorprende que, pese al crecimiento de la producción y la renta per cápita, la jornada siga siendo la misma. Ahora puede ser que estemos a las puertas de un nuevo cambio histórico con la semana laboral de cuatro días
VALÈNCIA. En mayo de 1886 hubo un incidente en Chicago, en la plaza Haymarket, que cambió el mundo. Había convocada una huelga para conseguir la jornada de ocho horas, una reivindicación creciente en el siglo XIX a medida que se extendía la industrialización y la población se desplazaba del campo a las ciudades. En Europa y Estados Unidos las jornadas de trabajo rondaban las doce horas diarias de promedio, mientras la esclavitud se había abolido solo unas pocas décadas antes.
La protesta de Haymarket de 1886 acabó trágicamente, con una bomba de origen turbio y una actuación policial que causó una masacre con decenas de muertos y varios encausados que recibieron condenas capitales tras un vergonzoso proceso judicial. El Tribune, el New York Times y otros medios locales calificaron a los huelguistas como «truhanes y malhechores» y a su reclamación de una jornada de ocho horas, como «locura criminal».
Los sacrificios permiten conquistas y esa tragedia impulsó la adopción de una nueva jornada semanal, cumpliendo el viejo anhelo de ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho horas para todo lo demás. Y, desde entonces, hasta nuestros días, 137 años después.
Sorprende que, tras todo este tiempo en el que el mundo ha conocido un desarrollo tecnológico sin parangón, con crecimientos exponenciales de la producción y la renta per cápita, se mantenga la misma jornada de trabajo. La semana laboral de cuarenta horas fue una mejora notable respecto a las 48 de principios del siglo XX, pero parece muy poco en comparación con el progreso tecnológico y productivo paralelo. Aunque la población ha aumentado, el tamaño de la tarta ha crecido muchísimo más.
Los sacrificios permiten conquistas y la tragedia de la plaza Haymarket (Chicago) impulsó la adopción de una nueva jornada semanal, cumpliendo el viejo anhelo de ocho horas para trabajar
En España, el PIB per cápita se multiplicó por diecisiete en términos reales, entre 1860 y 2019, mientras que la productividad creció 23 veces en el mismo periodo, con un incremento especialmente intenso en el último medio siglo. Y esto es crucial, porque la productividad marca la competitividad, y la competitividad lleva a la prosperidad. Como la productividad es el cociente entre lo producido y el tiempo de producir, trabajar más horas podría reducir la productividad y a la inversa.
España fue el primer país del mundo en instaurar oficialmente la jornada de ocho horas, en 1919. Ya Felipe II promulgó, en 1593, la jornada de ocho horas en determinados trabajos, con el objetivo de «evitar a los obreros el ardor del sol y permitirles cuidar de su salud y su conservación, sin faltar a sus deberes».
Puede que ahora estemos a las puertas de un nuevo cambio histórico. Tras un siglo de constante revolución tecnológica y espectaculares incrementos de producción, es hora de revisar nuestras costumbres, porque cuatro días de trabajo a la semana pueden ser lo conveniente, y no por conquista sindical, sino porque se ha descubierto que aumenta la productividad y la riqueza, para todos.
Las ventajas son tan relevantes que la Unión Europea se ha puesto manos a la obra y varios países ya están desarrollando planes al respecto, así que parece seguro que más pronto que tarde se acabará extendiendo. La experiencia del teletrabajo durante la pandemia ha demostrado que la flexibilidad puede mejorar los resultados y que, al ahorro de costes empresariales, se une el contar con un personal más motivado y enfocado en objetivos y no solo en estar presente en el centro de trabajo.
Las pruebas confirman los ahorros y el menor gasto energético al reducir los viajes laborales; y se descubre el enorme potencial de demanda que supondría tener más días libres en una economía, como la nuestra, volcada en el comercio y el turismo. Ya que «menos es más», tal vez consigamos mucho más gracias a optimizar los periodos de trabajo y de consumo. Y a vivir, que son cuatro días.