VALÈNCIA. Si algo ha cambiado durante la pandemia es el sistema educativo. Es difícil encontrar otro ejemplo de aceleración más notorio que el de la educación. Es por ello que el nuevo libro de Daniel Cassany -reputado divulgador e investigador, autor de libros como La cocina de la escritura o Afilar el lapicero- es más oportuno que nunca. El arte de dar clase (según un lingüista), editado en Anagrama, supone un viaje ameno y enormemente satisfactorio por las aulas que Cassany ha transitado, intentando ayudar a todos los docentes que día a día comparten sus conocimientos. El arte de dar clase es un manual para todos aquellos que se enfrenten a una tarea docente y aborda otras cuestiones de índole social: ¿Cómo evitar el estrés del profesorado? ¿Han perdido los maestros su autoridad en clase? ¿Cómo son las olas digitales?
-Empieza el libro hablando de la angustia del profesor el primer día que entra a clase, incluso cuando lleva tantos años ejerciendo la docencia. ¿Por qué se produce y cómo se puede combatir?
-No es algo malo. Es una señal de la preocupación que tenemos muchos docentes por las clases y nuestros alumnos. Desaparece normalmente al conocer a los alumnos y empezar a trabajar. Creo que es bueno tenerla porque indica compromiso y responsabilidad.
-El libro está especialmente dedicado a los profesores y docentes pero, ¿podemos extraer enseñanzas de él para nuestra vida cotidiana y para ámbitos externos al educativo?
-Todos vivimos situaciones parecidas a las clases, en las que tenemos que enseñar o ayudar a otros a aprender. En la familia, en el trabajo, en el ocio... Para estas situaciones, el libro puede ser útil. Por otro lado, todos somos también alumnos o aprendices a lo largo de nuestra vida, de modo que la enseñanza es algo que nos acompaña a todos siempre.
-Dice en el libro que una de las cosas que le enseñó a ser buen profesor es enseñar a empleados de banco a redactar con estilo llano informes, memorias y cartas. ¿Cómo fue la experiencia?
-Fue una experiencia aleccionadora. Yo era muy joven y algunos de mis alumnos habían empezado a trabajar en este banco antes de que naciera. A mis miedos se sumaba la inseguridad de estos empleados que “iban obligados a la formación” con un pipiolo que les iba a explicar cómo hacer mejor lo que llevaban años realizando.
-¿Consiguió que escribieran de ese modo sencillo?
-Creo que sí que mejoraron sus informes y escritos, con mis modelos y correcciones. Su jefe me vino a felicitar al acabar las primeras clases.
-¿Qué diferencias -ventajas e inconvenientes- encuentra usted entre el aula híbrida (física y virtual) de nuestros días y las clases de los años ochenta y noventa?
-Las aulas actuales son más complejas, con componentes virtuales (plataforma de aprendizaje, con correo, foros, repositorios, etc.) pero mucho más eficaces. Los alumnos tienen más opciones para aprender, con varios tipos de materiales, tareas síncronas y asíncronas. Pero el docente tiene mucho más trabajo. Antes bastaba con dar la clase y corregir; ahora hay que preparar los materiales digitales, subirlos a la plataforma, atender las a los alumnos por correo o chat.
-¿De qué modo el aula únicamente virtual -el aula digital- se ha instalado en nuestros días con la pandemia? ¿Cree que los profesores han sabido responder ante tal reto?
-Hemos hecho lo que hemos podido. Digamos que este maldito virus no nos ha dejado elegir. Las aulas digitales ya existían antes de su llegada, por ejemplo, en la educación a distancia (UNED, Open University, Universitat Oberta), que es sobre todo asíncrona, o sea, no exige que docentes y alumnos coincidan en el tiempo en línea. Pero en el confinamiento súbito tuvimos que digitalizar a la fuerza las clases y se hizo de manera síncrona: docente y alumnos conectados en línea en los mismos horarios de clase. Y esto ha sido muy duro porque ni docentes ni alumnos estábamos preparados. Si ya es difícil seguir cuatro o cinco horas de clase en un aula física, imagínate en una pantalla desde casa, con toda tu familia al lado haciendo sus cosas.
-Dice en el libro que los alumnos ya no escuchan a los profesores con respeto ceremonioso ni con obediencia ciega. ¿Cómo tratar con este tipo de alumnado poco afecto a la autoridad? ¿Cómo conquistarlos? ¿Son ellos, los alumnos, los que gozan de mayor poder en las aulas actuales?
-Hay que hacer clases más dinámicas, haciendo participar a los alumnos, trabajando en grupos, resolviendo tareas... El docente no debería hablar más de quince minutos en una clase de una hora. Lo normal en la vida es la conversación o el diálogo, cambiando frecuentemente de rol: ahora dices algo, ahora escuchas, ahora respondes, etc. Cuando un docente habla durante sesenta minutos en su clase, lo más probable es que los alumnos escuchen solo los primeros minutos, que abandonen sus cuerpos en la clase simulando escuchar, pero que sus mentes vuelen a otra parte.
-¿Por qué defiende el 'aula cooperativa' y el 'aprendizaje corporativo’?
-Porque las personas nos parecemos más a las hormigas que a los tigres, o sea, vivimos en comunidad. Estamos organizados en escuelas, hospitales, periódicos, ciudades, familias, resolviendo tareas complejas de manera colaborativa. No sirve de mucho tener grandes conocimientos y buenas destrezas en algo si no sabes escuchar al compañero, si no puedes negociar y llegar a acuerdos con él o ella. La escuela de antes -con pupitres separados y prohibición de hablar- no es la que queremos para el futuro.
-¿Qué importancia tiene el lenguaje no verbal de un profesor en un aula?
-La misma que en la vida real, o sea, toda. Todos notamos, por su conducta no verbal, cuando alguien está incómodo aunque no lo diga o incluso lo niegue. En el aula no es diferente. La mirada, los gestos y el cuerpo del docente indican mucho al alumno, por lo que el docente debe trabajarlos también.
-¿Cuál es el peor fracaso para un profesor? ¿Tal vez no hacerse entender?
-Cuando no consigues conectar con un alumno. Cuando, pese a preguntarle o interesarte por él o ella, no lo entiendes y no puedes hacer nada para incorporarlo a la clase. Si llegas a entender al alumno, es más fácil poder hablarle y empezar a dialogar.
-Finalmente, dice en el libro que es muy importante fomentar el habla en la clase, que los alumnos alcen la voz y dialoguen. ¿Por qué les cuesta tanto?
-Venimos de una escuela del silencio, en la que la mejor clase era —supuestamente— aquella en la que los alumnos estaban callados, supuestamente escuchando y aprendiendo del docente, que es quien detentaba el saber. Muchos alumnos están acostumbrados y acomodados en esta situación y dicen abiertamente que “no me gusta hablar en clase”. Pero hoy sabemos que se aprende más cuando estás más activo, cuando participas y te implicas. Por esto es tarea del docente ayudar a los alumnos a hablar.