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 en portada / DANIEL MONZÓN

«Los chavales están haciendo carreras y másteres para acabar en Glovo»

  • Daniel Monzón, en la exposición 'Los exilios de Renau', en el IVAM (DANIEL DUART)
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VALÈNCIA.- Nos confía DAniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968), a modo de metáfora, que desde los ocho años vive atrapado en una isla perdida en algún lugar del océano Índico, la Isla de la Calavera. A tan corta edad, su abuela lo llevó a un cineclub de vecinos en la Finca Roja donde habían programado King Kong (Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack, 1933). De aquella tarde indeleble recuerda las sillas de tijera de madera y la sábana blanca sobre la que se proyectaron las desventuras del simio. «Me atrapó como una aspiradora. Me identifiqué con el gorila: quería coger a la chica, luchar contra los diplodocus, trepar por los edificios… Fue como una epifanía. No sabía qué era aquello, pero decidí que iba a dedicarme a ese oficio de por vida. El cine me obsesionó». Así, cada vez que el guionista y director aterriza en Nueva York, procede a su particular viacrucis hasta la cima del Empire State, desde el que Kong se precipitaba al vacío, no sin antes estrujar algunos aviones militares.

Según compartía con Plaza, desde la exposición Los exilios de Renau del IVAM,  en el pasado Festival de San Sebatián, el realizador afincado en Rocafort se acerca al cine en una actitud de agradecimiento: «Ruedo para devolverle a este arte todo lo que me ha dado. Ojalá pueda aportar a los espectadores siquiera un momento de entretenimiento». 

Por ahora, ha aportado seis. De la mano de Monzón, el público se ha trasladado a la cripta de una secta (El corazón del guerrero, 2000), asistido al hurto de un Picasso en el Museo Reina Sofía (El robo más grande jamás contado, 2002), visitado las cuevas del Drach (La caja Kovak, 2006), internado en una prisión (Celda 211, 2009), vibrado a bordo de una barca de narcotraficantes en el estrecho de Gibraltar (El niño, 2014) y viajado en un crucero (Yucatán, 2018). 

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