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Debate en la bicicleta estática

11/05/2019 - 

Empieza la campaña electoral de las municipales, donde se dirime el signo político de miles de ayuntamientos y decenas de diputaciones provinciales. En la Comunidad Valenciana, la joya de la corona es, sin lugar a dudas, el Ayuntamiento de València (aunque la Diputación de Valencia, esa gran desconocida, tiene otras virtudes). Los resultados fueron más ajustados en 2015 que en la Comunidad Valenciana, puesto que la izquierda sólo ganó por un concejal, 17 a 16. En la ocasión anterior en que se dio un vuelco electoral, la ciudad cambió de signo antes que la comunidad autónoma, en 1991, y los resultados de las recientes elecciones muestran casi un cuádruple empate entre Compromís, PSPV, PP y Ciudadanos, con Podem EUPV y Vox como comparsas imprescindibles de cada bloque.

Así que, de entrada, el debate reviste interés, incluso aunque el formato del mismo (pensado para la radio, con intervenciones tasadas y sin posibilidad de diálogo real) tenga muchas limitaciones. De hecho, nos aburrimos con el debate autonómico y casi nos quedamos dormidos con el de los candidatos a las Elecciones Generales. Este debate, en cambio, ha tenido más ritmo y agilidad, gracias sobre todo a las intervenciones de los candidatos.

El debate está estructurado en cuatro bloques, todos con el mismo formato: intervención inicial de cada candidato de noventa segundos y réplica de otros sesenta. Abre el debate Joan Ribó y, justo cuando dice que el ayuntamiento ha reducido la deuda a la mitad... el moderador le corta y le deja igual: a mitad. "No he dit res!", se queja el alcalde. A partir de ahí, los candidatos racionan mejor su tiempo y sus intervenciones, en un debate en el que, de nuevo, se ha visto muy claramente la política de bloques: la izquierda quiere revalidar la actual coalición, y la única duda es quién es el alcalde. La derecha quiere un pacto a la andaluza. Pero aquí la derecha tiene dos problemas. El primero, que su socio imprescindible, Vox, no está en el debate. El segundo, que un pacto a la andaluza parece más lejano y menos atractivo que antes de las Elecciones Generales.

Porque estas elecciones no son ajenas, obviamente, a lo sucedido el 28 de abril. Antes de esa fecha, las opciones de María José Catalá parecían muy buenas. Todo el mundo sabe que es una política muy hábil, inteligente, con un discurso fluido y eficaz. Probablemente fuera la candidata más firme a sustituir a Ribó, y ella trata de dar esa impresión, claro, mimetizándose con Rita Barberá siempre que tiene ocasión, que es casi siempre que interviene. Pero, en este debate, las altas expectativas se vuelven en su contra: Catalá recibe la mayoría de los ataques. Sobre todo, certera y directa, de la candidata socialista, Sandra Gómez. El peso del pasado continúa ahogando al PP, cuatro años después.

Catalá me recuerda en este debate al tristemente fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba en el debate de las elecciones generales de 2011. En aquella ocasión, todo estaba en contra del PSOE, cuyo electorado huía en desbandada por su gestión de la crisis. Los socialistas fiaron su campaña a ganar a Rajoy en el único debate electoral que lograron acordar con el PP. Pero el PP desplegó una inteligente estrategia previa, consistente en hablar de la sibilina inteligencia de Rubalcaba, su consumada habilidad discursiva. Escuchabas a un analista o periodista afín al PP y parecía que Rubalcaba era Demóstenes y Rajoy, un pobre señor de Pontevedra.

Luego llegó el debate y lo ganó Rajoy de calle. Rajoy lo tenía todo a favor por el desgaste del gobierno de Zapatero. Pero además, le bastaba con ganar por la mínima para ganar de calle, mientras que Rubalcaba, eran tales las expectativas creadas en torno al candidato socialista, tenía que ganar por goleada para hacerlo por la mínima. Pues algo de eso le pasó ayer a María José Catalá: son tantas las expectativas, que si no las alcanza parece que se queda muy lejos. Se le vio nerviosa a menudo, interrumpiendo a los otros candidatos (tácticas "riveristas" que quedan mucho mejor en la televisión, al menos para la hinchada, que en la radio), y sobre todo fue el centro de los ataques de la izquierda, especialmente del PSPV.

El candidato de Ciudadanos, Fernando Giner, por comparación, salió airoso del debate. Más calmado y tranquilo, pudo desarrollar sus propuestas sin ser víctima continuamente de los ataques de los demás, y se permitió incluso bromear con su posición en el escenario: en el centro, entre las archienemigas Sandra Gómez y María José Catalá. Giner, además, fue el primero en enarbolar el gran argumento conservador para alcanzar la alcaldía, la antorcha del cambio: yo acabaré con la dictadura de Grezzi, con el terrorífico carril bici con el que nos ha llenado la ciudad: "El señor Grezzi, que me da la impresión que es el que manda aquí, está metiendo carril bici a martillazos". ¿Qué ha sido del Fernando Giner de 2015, que iba por ahí impunemente, y hasta orgulloso de ello, en bici?

Cuando Giner habla de la ciudad, en realidad se refiere al centro de la ciudad, pues los principales carriles bici problemáticos, que asegura que revertirá, están en el centro: Antic Regne de València, calle Alicante, y por supuesto el malvado carril bici de Colón, pensado para atropellar a los viandantes e impedir que la gente pueda aparcar su coche en la acera para comprar en los comercios (por misteriosos motivos, esto no provocaría atropellos, en la mentalidad de los detractores del carril bici).

La oposición se ha pasado cuatro años hablando del carril bici, y ha convertido al concejal Grezzi en el objetivo de sus críticas. Dicho concejal ha disfrutado, indudablemente, del papel, pues claramente le gusta el enfrentamiento. Pero está por ver la eficacia electoral de esta apuesta; sobre todo, porque no sólo vota la gente del centro de Valencia. En todo caso, es evidente que muchos, no sólo en la oposición (también en los medios de comunicación valencianos y la sociedad civil) piensan que lo del carril bici es algo terrible. Así que es inteligente que Giner ofrezca reversiones a los suyos. La izquierda ofrece revertir concesiones sanitarias y la derecha carriles bici; hete aquí el debate fundamental de nuestro tiempo.

En la izquierda, tuvimos en el debate tres modelos distintos, y probablemente complementarios. Por un lado, María Oliver, cuyo objetivo es existir, es decir, superar el corte del 5%. En 2015 Esquerra Unida no lo consiguió por muy poco, y València en Comú, la coalición en la que se inscribía Podemos, lo logró con cierta solvencia. Ahora se presentan coaligados para maximizar sus opciones. Sin esos votos, no habrá reedición del pacto de izquierdas. Oliver defiende lo suyo como buenamente puede, aunque a menudo se pierde en propuestas electorales que va enumerando con profusión. No logra distinguirse ni llamar la atención, que es de lo que se trata en un debate. Con voz quebrada, trata de conmover al oyente, quizás para movilizar el voto útil de los que temen que no lleguen al 5%. Dar pena a veces funciona, pero no es la panacea.

A Sandra Gómez le pasa casi siempre lo mismo en este tipo de encuentros: comienza mal, con un discurso acartonado, pero luego va ganando confianza, o se va metiendo en el debate, abandona el discurso aprendido y habla con naturalidad. Y ahí nos regala algunos de los mejores momentos del debate, con ataques claros, precisos y a la yugular, generalmente destinados a María José Catalá, pues ambas son candidatas jóvenes y, aunque estén en bloques distintos, compiten por un segmento del electorado. Para Gómez constituyó una mala noticia que la candidata del PP, tras una larguísima espera, fuese finalmente Catalá; le habría venido mucho mejor capitalizar la frescura de la juventud, rodeada de gente mayor.

El PP tiene un pasado en la Comunidad Valenciana, que desde el 28 de abril sabemos que continúa pesando muchísimo entre los votantes conservadores (y no sólo entre ellos), así que Gómez, principal animadora del debate, se prodiga en sus ataques: María José Catalá no es nueva, ha sido consellera. Recortó las ayudas al comedor escolar y dijo a los padres que se llevaran un tupper a clase para ahorrarse el comedor escolar. El PP ha tenido a diez de diez concejales imputados por corrupción toda la legislatura. La mochila de Catalá parece, así, mucho más pesada que la de los demás.

La candidata socialista tiene el viento a favor de los resultados de su partido en abril, que intenta capitalizar, pero también un problema: el problema se llama Joan Ribó, que obtuvo la alcaldía por sorpresa en 2015, con un excelente resultado, y a quien tampoco puede atacar demasiado, ni a él ni a su gestión, puesto que gobierna y gobernará con él. Las encuestas ofrecen ciertas discrepancias, pero parece claro que Ribó se beneficiará de capitalizar la alcaldía, como suele ser habitual. Y el alcalde cumple a la perfección ese papel: calmado, con cierta sorna, como si estuviera por encima de estos politiqueos de baja estofa de los demás candidatos, de gente que no es alcalde, a diferencia de él. ¡Como para fiarse de ellos!

Ribó se muestra no sólo como actual alcalde, sino como el futuro alcalde, y por si alguien tiene dudas cierra el debate recordando que es la última vez que se presentará. De nuevo: él no está a esos politiqueos de los demás, gente que probablemente siga en política mucho tiempo. Él estará otros cuatro años y se jubilará. Y del debate se deduce que es bastante factible que lo haga como alcalde, aunque sólo sea porque los candidatos de la oposición, lastrados por los resultados de abril y por la siempre oportuna encuesta del CIS de Tezanos, no logran transmitir con claridad la idea de que va a haber un cambio. Acertada estrategia del alcalde, porque las encuestas, salvo el CIS (que nadie se atreve a criticar como antaño porque en abril, por una vez, Tezanos acertó), tampoco muestran que la victoria del bloque de izquierdas, ni de Ribó dentro de dicho bloque, estén claras, ni mucho menos.

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